“La denominación griega daimon expresa una fuerza determinante que se aproxima al ser humano desde fuera, como las de la providencia y el destino”
Carl Jung en Aion
La imagen del espíritu tutelar o guardián es posible encontrarla, con similares atribuciones, en diversas tradiciones y culturas de todo el mundo.
En la antigua Roma, por ejemplo, se creía que cada persona, lugar o ser independiente, estaba acompañado desde su nacimiento hasta su muerte por un genio o espíritu protector.
Este «genius» personal influía en el destino del individuo, proporcionándole inspiración y protección. Además de su conexión con las personas, los genios estaban asociados con lugares específicos, donde se les rendía culto mediante festivales y rituales.
En la Grecia clásica las divinidades tutelares fueron nombradas como daimones. Estos espíritus actuaban como intermediarios entre los dioses y los humanos, cumpliendo funciones de guías, protectores y mensajeros divinos.
Los daimones podían asumir diversas formas, desde espíritus benignos que ofrecían inspiración y asistencia, hasta entidades más oscuras asociadas con la venganza y la destrucción.
Algunos daimones personificaban conceptos abstractos como la fortuna, la justicia o la creatividad, mientras que otros eran guardianes de lugares específicos, como bosques, ríos o montañas.
Se creía que el daimon tenía la capacidad de susurrar consejos y opiniones al oído. Aquellas personas que lo escuchaban eran consideradas afortunadas. Según Sócrates, su daimon era más preciso que las formas de adivinación respetadas en la época, como la lectura de las entrañas o la observación del vuelo de las aves. Heráclito, por su parte, creía que el carácter de una persona era su daimon personal.
Entre algunos pueblos indígenas de América del Norte se considera que cada individuo puede tener un espíritu animal asociado que le brinda fuerza, sabiduría y protección. Estos espíritus se invocan en ceremonias rituales y se consideran aliados en la vida diaria y en momentos importantes como la caza, la guerra o los ritos de paso.
Los chamanes o sus equivalentes en diversas tradiciones a menudo establecen conexiones con espíritus de la naturaleza, ancestros o seres míticos que les brindan conocimiento, poderes curativos y orientación en sus viajes espirituales.
Dentro del cristianismo la imagen del espíritu tutelar está presente en la figura del ángel guardián y del santo patrono.
En Casa Gabriela, lugar donde realizaban las reuniones informales de los principales participantes del “Círculo de Eranos”, del cual Jung fue protagonista los primeros años, se encuentra una escultura de piedra con la inscripción genio loci ignoto («al genio desconocido del lugar»)

El espíritu tutelar en la Santería Cubana
Como resultado del traslado forzoso de millones de personas provenientes de África durante el comercio de esclavos entre los siglos XVI y XVIII, muchas de las tradiciones espirituales del pueblo yoruba, originario de África Occidental, se extendieron por América y el Caribe.
Estas tradiciones se adaptaron a los nuevos contextos y experimentaron procesos de sincretismo con el catolicismo y las prácticas religiosas amerindias, dando lugar a prácticas religiosas como la santería cubana, el vudú haitiano o el candomblé brasileño.
En la mitología Yoruba se considera que cada individuo nace con un destino predeterminado, conocido como Ayanmo. Este destino es trazado por los orishas (divinidades ancestrales) y por la propia alma o conciencia (ori) antes del nacimiento.
Cuando un alma elige su destino también está eligiendo un patrón energético particular o fuerza espiritual para guiar su conciencia a través de una reencarnación particular. Este patrón energético se convierte en el principal Orisha venerado, nombrado como ángel guardián en la Santería cubana.
El Orisha principal funciona como una especie de espíritu tutelar que moldea el destino de cada alma o consciencia en sucesivas reencarnaciones, agregando capas de profundidad en cada una de ellas.
La ceremonia en la que una persona recibe a su Orisha principal se conoce como «Itá» o «Mano de Orula» en la Santería. Este ritual es una parte importante de la iniciación en la religión yoruba y marca el momento en el que la persona establece una conexión íntima y personal con su Orisha tutelar quien será su guía espiritual y protector a lo largo de su vida.
Se plantea que generalmente es este orisha primario es quien impulsa a una persona a buscar la iniciación, ya sea a través de sueños, oráculos o creando situaciones difíciles que requieren intervención espiritual.
El Orisha tutelar influye en la personalidad del individuo y puede reconocerse examinando los rasgos de la personalidad de la persona o mediante la adivinación.
El “Daimon” en la psicología junguiana: la ecuación arquetípica
De manera similar a como sucede en la religión Yoruba, que considera que cada individuo se ve influido, no solo por la energía de su orisha principal, sino por una combinación particular de orishas; para la psicología junguiana, el proceso de autorrealización o individuación, como lo denominó Jung, es concebido como el despliegue de una singular ecuación arquetípica, es decir, un reparto único de factores internos que buscan el despliegue en cada individuo a lo largo de la vida.
Los arquetipos se expresan en cada individuo a través de los complejos afectivos, que se pueden entender como anhelos, necesidades, tareas pendientes, aspectos por resolver.
Se propone entonces que cada quien posee un “currículum único” de temas, heridas, potenciales no vividos, que como materias pendientes se le cruzan una y otra vez en el camino.
Estos aspectos en busca de realización se van actualizando a lo largo de la vida. Nuestras prioridades y perspectivas en la adolescencia, por ejemplo, no son las mismas que en la vida adulta.
Los personajes de los cuentos populares, los dioses o demonios de las diferentes mitologías, la carta natal astrológica, el eneagrama o la tipología junguiana son algunas de las herramientas y referentes de las imágenes que hacen referencia a los aspectos arquetípicos que hos habitan y condicionan.
El Daimon como vocación: el particular llamado
Dentro de la religiosidad Yoruba se considera que los «hijos» de un orisha suelen manifestar rasgos de personalidad, comportamientos y características que se asocian con su orisha tutelar. Por ejemplo, los hijos de Elegguá, protector de los caminos y el mensajero de los dioses, tienden a ser ágiles, curiosos y sociables, reflejando algunas de las cualidades que se le atribuyen a dicha deidad.
La etnóloga cubana Lydia Cabrera describe “No es raro que el Santo se manifieste en muchos individuos desde la más tierna infancia. Personalmente he visto muchos niños «montados», lo que obliga a los padres a «asentarle» el Santo, a reconocerlo sin dilación como dueño de esa cabeza, o a «rayarlos» en Mayombe. Otros «ya nacen con Santo» y se les consagra antes de nacer. «cuando están todavía en el vientre de su madre»
Dentro de la comunidad religiosa, los hijos de un orisha pueden tener roles específicos basados en su relación con su orisha tutelar. Esto puede influir en su participación en ceremonias, su rol como sacerdotes o sacerdotisas y su posición dentro de la estructura social de la religión.
En la Santería se enfatiza la necesidad de vivir en armonía, de estar alineado con el propio destino (ori-ire), entendiendo que las experiencias y desafíos que se presenten forman parte del camino trazado (odu) por los dioses y debe ser enfrentado con sabiduría y responsabilidad. Si este destino o propósito no se puede cumplir la persona reencarna para tener oportunidad de llevarlo a cabo.
Jung plantea la existencia de una “energía” al interior del alma que «se pone de manifiesto en la apremiante, casi irresistible necesidad de ser lo que se es, del mismo modo que cada organismo tiene que tomar por fuerza la figura propia de su ser».
Esta energía es la expresión de la “chispa divina” en cada individuo; aquello que necesita ser desplegado a lo largo de la vida, y que al hacerlo, experimentamos como autorrealización.
Uno de los creadores de la psicología arquetipal, James Hillman, retomando la imagen del Daimon socrático, plantea que la motivación para el despliegue de nuestra vocación, de nuestro aporte singular al mundo, se encuentra mediatizado por el Daimon interior de cada uno.
“Cada vida está formada por su imagen única, una imagen que es la esencia de esa vida y la llama a un destino. Como fuerza del destino, esta imagen actúa como un daimon personal, un guía acompañante que recuerda tu llamado…Voy a utilizar muchos de los términos para designar esta bellota-imagen, carácter, genio, vocación, daimón, alma. En Egipto hubiera podido ser el Ba, con quien uno podría conversar. Entre las personas que siguen prácticas chamánicas es el espíritu, el alma libre, el alma animal»
El Daimon se manifiesta en nuestros rasgos de carácter, podemos ser «hijos» de Saturno, de Afrodita, de Mercurio. Se revela también en las circunstancias que inevitablemente nos vemos abocados a afrontar, en las oportunidades que se presentan y en las puertas que se cierran, en los triunfos y en las derrotas.
Se evidencia en los miedos, fobias, obsesiones, ilusiones que nos atraviesan, en las sincronicidades que nos acontecen. En todo aquello que nos conduce a expresar nuestro aspecto más genuino, aquello para lo que hemos sido «llamados». El Daimon también es el factor que promueve la salud, la sanación, la maduración de la personalidad, la enfermedad y la muerte.
Para Hillman “Si nuestras almas no son nuestras, tampoco nuestras aflicciones y las emociones psicológicas son verdaderamente nuestras. Vienen y van, ajenas a nuestra voluntad o a nuestro deseo inconsciente, determinadas por factores independientes de nuestro poder. Pertenecen a los arquetipos, porque éstos nos afectan a través del núcleo emocional del complejo”
Los deseos profundos de nuestra alma, nuestro “mito personal” en ocasiones no coincide con las expectativas de nuestro ego, el cual suele identificarse con los criterios de éxito predominantes, buscando seguridad y reconocimiento. En ocasiones es entonces a partir de una derrota de nuestro ego, de la frustración de nuestras expectativas conscientes que se nos promueve el despliegue de nuestro camino singular.
La vocación puede o no coincidir con una profesión. Hillman resalta que, por ejemplo, hay personas que han nacido para la “amistad” o para aspectos que no son lo suficientemente valorados por no ser productivos en nuestra sociedad.
Aceptación no es resignación
La concepción del destino, dependiendo de cómo se aborde, puede ser una idea paralizante e inhibidora de la acción. Hillman, propone la noción del destino, como una imagen creativa y estimulante, en la medida que «captar los guiños furtivos del Daimon» es un acto de pensamiento y reflexión. Favorece el trascender las literalidades y las búsqueda de ir más allá de las apariencias. Implica profundizar en el aspecto simbólico de los acontecimientos, así como sobre el cuestionamiento de los que nos convocan.
Por su parte, el fatalismo, que en ocasiones está asociado a la noción de destino, Hillman lo plantea como un estado de abandono de la reflexión, que convoca, no a la aceptación movilizadora sino a la resignación paralizante. El fatalismo evade la necesidad de examinar cómo se articulan los acontecimientos que se nos presentan a lo largo de la vida y el cuestionamiento acerca del posicionamiento creativo en torno a ellos.
De lo sutil a lo concreto
En la cosmogonía Yoruba se cree que los orishas generan las circunstancias necesarias para que los individuos vivan en armonía y desarrollen su destino singular. Inicialmente, estas circunstancias ofrecen cierto grado de elección para experimentarlas y cultivar las actitudes o perspectivas que promueven. Sin embargo, si la persona no aprovecha estas oportunidades, las opciones se van reduciendo hasta que solo queda la opción de la aceptación dolorosa y no colaborativa con el destino.
Jung consideraba que lo que no se hacía consciente en el ámbito psíquico se vivía en el exterior como destino, esto es, a manera de circunstancias concretas a las que nos resulta imposible evadir.
La repetición de ciertas circunstancias que se nos presenta una y otra vez en nuestra vida es interpretada como los intentos de la psique para desplegar los aspectos no realizados, la vida no vivida.
Se propone que, al principio el ego tiene la posibilidad de no aceptar el llamado, de no asumir las circunstancias que los están confrontando y promoviendo una transformación. Sin embargo, el círculo se va poco a poco estrechando hasta que finalmente nos encontramos en una especie de callejón sin salida. Lo que en un principio se presentó de manera sutil o simbólica se literaliza.
Para Jung “Aquellos que no aprenden nada de los hechos desagradables de la vida, fuerzan a la conciencia cósmica a que los reproduzca tantas veces como sea necesario para aprender lo que enseña el drama de lo sucedido. Lo que niegas te somete; lo que aceptas te transforma”
En líneas similares Hillman propone “Un axioma de la psicología profunda afirma que lo que no se admite en la conciencia irrumpe de manera desgarbada, obsesiva y literalista, afectando a la conciencia precisamente con las cualidades que se esfuerza por excluir. La personificación no permitida como visión metafórica regresa en forma concreta: nos apoderamos de las personas, nos aferramos a otras personas”
Honrando las divinidades internas
En la religión Yoruba los “hijos” de un orisha participan en rituales específicos para honrar y comunicarse con su orisha. Estos rituales pueden incluir sacrificios y ofrendas de alimentos, bebidas, flores y otros objetos simbólicos. En ocasiones los rituales y sacrificios se realizan para arreglar un “mal destino”.
En los patakíes, que son los relatos de la religión yoruba, se describen las características de cada orisha y las relaciones entre ellos. Según estos relatos, algunos orishas son más afines entre sí, mientras que otros pueden ser rivales o incluso enemigos acérrimos. Las historias también mencionan que ciertos orishas pueden actuar como mediadores en estas enemistades.
En los altares que los iniciados tienen en sus casas para su constelación de orishas, se tiene cuidado de mantener separados a aquellos que están enemistados o que no pueden compartir el mismo espacio.
En la psicología junguiana, se enfatiza la importancia de «honrar» las diversas naturalezas y aspectos de la constelación arquetípica que reside en nosotros. A veces, estos aspectos o tendencias pueden entrar en contradicción, por lo que resulta crucial mediar entre ellos, hacer negociaciones internas.
“Más que un campo de fuerzas, cada uno de nosotros está en un campo de relaciones personales internas, en una comuna interior, en un cuerpo político. La psicodinámica se convierte en psicodrama; nuestra vida no es tanto el resultado de fuerzas y presiones como la representación de argumentos míticos” propone Hillman.
La negación o desatención de nuestros aspectos arquetípicos que buscan realización se relaciona con malestar emocional, falta de sentido, desorientación, descompensación psíquica o desequilibrio.
La psicoterapia junguiana no pretende cambiar a una persona ni adaptarla a lo socialmente aceptado, al igual que no se le puede pedir a un árbol de manzanas que produzca peras. Lo que se pretende es aportar las mejores condiciones para que cada persona despliegue sus singulares frutos. En este sentido, se tiene como premisa que no se puede intervenir en una semilla para que sea lo que no es, sino favorecer su propia potencialidad.
Reconocimiento no es identificación
Reconocer y prestar atención a los aspectos interiores que nos habitan y condicionan no implica una identificación ni una actitud pasiva hacia ellos. El proceso de maduración de la personalidad se propone como la expresión refinada de estos aspectos, lo que implica entablar un diálogo creativo con dichas energías. Este diálogo facilita la influencia mutua entre nuestros aspectos conscientes e inconscientes.
Para Hillman “El propio reconocimiento de «otros» como no míos, la revocación de mis derechos de propiedad sobre ellos, limita el alcance de su acción. Pueden ser oídos pero no obedecidos literalmente…La revocación de nuestros derechos nos evita caer en otro «pecado» psicológico: el de la identificación”
El “dios” detrás la enfermedad
Para Hillman, uno de los propósitos de la psicoterapia es encontrar al «dios» en la enfermedad. Esto significa reconocer cómo nuestras «patologías» esconden una perspectiva que debe ser integrada. Estas patologías representan una manera particular de ser amados y cuidados por nuestra psique, de favorecer nuestro camino de “hacer alma”.
En su obra Reimaginar la psicología Hillman propone: «Nos volvemos hacia los arquetipos no tanto para acceder a las causas o las raíces de la patología como para encontrar las razones de fondo que confieren significado a la patología. Buscamos en los arquetipos más el significado formal y el propósito en los acontecimientos que su origen causal o su base material…Yo soy un individuo, no en virtud de mis heridas comunes sino por lo que me llega a través de ellas: los arquetipos de mis mitos, donde yacen mi locura, mi destino y mi muerte”
Es posible imaginar el tránsito por un síntoma como la visita de un dios o diosa particular. La depresión con su lentitud, letargo, pesimismo, falta de energía puede ser la visita de Saturno. La sexualidad exaltada como estar imbuidos bajo el influjo de la energía de Afrodita. La ira desbordada como una posesión de Marte. Cuando estamos enamorados podemos fantasear el estar metafóricamente atravesados por la flecha intoxicante de Eros. La tensión de los celos, como estar habitados por la diosa Hera. Nos podemos sentir desmembrados o desgarrados por dentro como Osiris o Dionisios. Excluidos e incomprendidos por nuestro particular modo de ser o de pensar cómo Casandra. Con la necesidad de atarse a un mástil porque no podemos controlar nuestros impulsos como Odiseo. Tragados por la ballena del ensimismamiento y la depresión como Jonas. Con la imperiosa necesidad de hacer hogar como Hestia. Con deseos de abandonar a nuestros hijos como Layo y Yocasta.
La psicología junguiana propone acoger los dioses y demonios interiores, procurar comprenderlos, honrarlos, curarlos, madurarlos, refinarlos.
Cada época también posee su particular constelación arquetípica, un “espíritu del tiempo” que atraviesa todas las producciones y ámbitos de las culturas.
El diálogo con el Daimon: la personificación
Los creyentes de la Santería, consideran que los orishas pueden comunicarse con los humanos mediante la adivinación, las oraciones, los sueños, la música y la danza, formas de comunicación con el mundo espiritual que también son una constante en muchas otras tradiciones.
Muchos practicantes también describen cómo interpretan los mensajes de los orishas en las interacciones y eventos diarios. Por ejemplo, si un practicante se encuentra con un niño en un cruce de tráfico, puede interpretarlo como un mensaje de Elegguá, quien frecuentemente se representa como un niño y es conocido como el «guardián» de los cruces de caminos o calles. En ese momento, el practicante puede optar por recurrir a la adivinación para entender el significado exacto del encuentro. La información obtenida de estos mensajes puede guiar a los practicantes en la toma de decisiones sobre sus vidas.
Al interior de la psicología junguiana, la comunicación con nuestros aspectos inconscientes se propone a partir del trabajo con los sueños. También a través de la Imaginación Activa. Esta consiste en sumergirse en un diálogo de manera activa y reflexiva con las imágenes y personajes del inconsciente provenientes de sueños o fantasías, como si estos aspectos fueran personas reales.
Hillman propone “por medio de la personificación mi sentido de persona se hace más vívido porque llevo conmigo en todo momento la protección de mis daimones: las imágenes de los seres muertos que me importaron, las figuras ancestrales de mi linaje, las personas culturales e históricas de renombre y los personajes de leyenda que me proveen de imágenes ejemplares; todo un ejército de guardianes. Custodian mi destino, lo guían, probablemente son mi destino”
La imaginación activa puede llevarse a través del dibujo, la escritura, la danza y otras formas de expresión creativa. Estas actividades permiten que el individuo explore y dé forma a las imágenes y símbolos que emergen del inconsciente durante el proceso. El dibujo puede capturar visualmente las imágenes internas, la escritura puede traducir en palabras las experiencias y diálogos internos, mientras que la danza puede expresar de manera corporal y emocional las energías y movimientos internos que surgen en este trabajo introspectivo.
Los dioses como imágenes psíquicas
La psicología junguiana al referirse a dioses, daimones, alma, ser profundo, etc., no está presuponiendo la existencia de entidades metafísicas, ni reflexionando sobre su naturaleza, lo cual es ámbito de otras áreas del conocimiento.
En el contexto de la psicología analítica, dichos términos deben ser concebidos como conceptos relativos a imágenes o factores psíquicos, que es posible observar en la práctica clínica, así como en manifestaciones simbólicas presentes en mitologías y expresiones artísticas de diferentes lugares y tiempos.
La psicología analítica hace uso de la observación y la reflexión fenomenológica para la comprensión de fenómenos psicológicos, así como para la aplicación de dichos conocimientos, como método terapéutico encaminado al bienestar y la salud mental de las personas.
“La religión y la psicología se ocupan de las mismas cosas últimas, pero la religión se aproxima a los dioses mediante el ritual, la oración, el sacrificio, el culto y la creencia… En la psicología arquetípica los dioses son imaginados. Nos acercamos a ellos a través de métodos psicológicos de personificación, patologización y psicologización… Su formulación es ambigua, como metáforas de modos de experiencia y como personas en el límite de la divinidad. Son perspectivas cósmicas en las que participa el alma. Son los señores de sus reinos del ser, los modelos de su mímesis” James Hillman
Psicólogo Clínico – Psicoterapeuta Junguiano
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