“Tú quieres, por cierto, huir de ti mismo para no tener que vivir lo no vivido hasta ahora. Sin embargo, no puedes huir de ti mismo. Está todo el tiempo contigo y pide realización”
Carl Jung en el Libro Rojo
Un motivo frecuente en nuestros sueños es el de la persecución y la huida. Usualmente, es el soñador quien huye de algo o alguien que lo persigue; sin embargo, en ocasiones, es nuestro ego onírico el que participa de manera activa en la persecución.
La persecución y la huida no son solo motivos recurrentes en nuestros sueños sino también imágenes presentes en mitologías, cuentos populares, en el cine y la literatura. Alguien huye para salvar su vida; la policía persigue al criminal; el ladrón escapa con el botín; el coyote persigue al correcaminos.
Los personajes y situaciones recurrentes que aparecen a lo largo del tiempo y en distintas culturas son considerados, desde la perspectiva junguiana, como temas arquetípicos. Estos representan símbolos primordiales que emergen de una matriz universal conocida como inconsciente colectivo, un concepto acuñado por Jung para describir la fuente común de donde surgen los elementos fundamentales de la experiencia humana.
Las imágenes arquetípicas representan conceptos y pilares fundamentales, como el héroe valiente, la madre protectora o devoradora, el sabio mentor, la mujer medicina o el villano malvado. Estas imágenes encapsulan aspectos comunes de la condición humana y nos ayudan a comprender y dar sentido a nuestra experiencia en el mundo.
Las imágenes arquetípicas varían en cada cultura y época; sin embargo, subyacentes a estas imágenes es posible intuir lo que Jung denominó arquetipos, los cuales se consideran inefables, universales e invariables.
En la psicología junguiana se propone entender los arquetipos como correlatos psíquicos de los instintos biológicos funcionando como mecanismos de autorregulación y promoción del desarrollo psíquico.
Los sueños como mecanismos de autorregulación
Los sueños, desde la perspectiva de la psicología junguiana, son considerados como parte de los mecanismos intrínsecos del organismo y de la psique para la autorregulación y la promoción del desarrollo interno.
Los personajes que aparecen en nuestros sueños, así como las circunstancias que vivimos en ellos, se consideran colaboradores necesarios en el despliegue gradual de nuestro ser, cada vez con mayores niveles de complejidad e integración.
Jung denominó a este proceso evolutivo de la psique «individuación». Las situaciones de huida o persecución en los sueños pueden tener diversos significados relacionados con dicho proceso de maduración y sanación psíquica.
El conflicto como comunicación-negociación
Desde la perspectiva de la psicología junguiana, se plantea que las interacciones entre los personajes en nuestros sueños representan formas de comunicación entre distintos aspectos de nuestro ser.
Las persecuciones, las peleas, los romances, el odio y la amistad entre nuestros personajes oníricos simbolizan el diálogo entre las diversas polaridades que nos constituyen: consciente e inconsciente, luz y sombra, razón e instinto, masculino y femenino, yin y yang.
Estas polaridades complementarias tienen la capacidad de personificarse, convirtiéndose en personajes dentro de la psique, y están influenciadas por una tendencia intrínseca que las conduce a integrarse en síntesis cada vez más complejas.
El analista Robert Jhonson plantea lo anterior de la siguiente manera: “Las partes inconscientes de la personalidad tienen que pelear para lograr «la misma cantidad de tiempo», el mismo reconocimiento que las actitudes dominantes y los sistemas de poder de la mente consciente. No obstante, robar, pelear o alguna forma de confrontación es preferible a ningún tipo de contacto. Si a través del conflicto el ego aprende a abrirse a la perspectiva y a los valores de la sombra, entonces el conflicto poco a poco irá progresando hacia alguna forma de síntesis y amistad”
Para empezar abordar acerca del significado de un sueño de persecución, podemos preguntarnos ¿qué aspectos de nuestra psique están intentando comunicarse y afectarse mutuamente, en un esfuerzo por lograr una síntesis superior?
La huida como estrategia de afrontamiento: la resistencia al cambio
Jung plantea que el proceso de maduración de la personalidad no sigue un curso lineal, sino que se asemeja a una espiral ascendente. En este recorrido, se van formando estructuras de creciente complejidad e integración.
En nuestra psique habitan dos tendencias fundamentales, imprescindibles para que pueda suceder el proceso evolutivo: una tendencia conservadora, cuyo objetivo es preservar las estructuras ya establecidas, y otra orientada hacia el cambio y la transformación.
La tendencia conservadora de la psique se experimenta subjetivamente como miedo a lo desconocido y se manifiesta como una resistencia al cambio. En contraste, la tendencia que fomenta la transformación se vive como curiosidad, deseo de aventura y exploración; es también lo que nos impulsa a desprendernos de actitudes, creencias e imágenes con las que nos hemos identificado y que necesitan ser actualizadas.
Bajo la influencia del aspecto conservador de la psique, el ego tiende a evitar responsabilidades que percibe como inasumibles, perspectivas que no se alinean con sus creencias predominantes, actitudes poco desarrolladas, recuerdos de experiencias impactantes o emociones que le resultan abrumadoras.
Lo que nos persigue en nuestros sueños —ya sea una persona, un animal o una fuerza abstracta— puede representar entonces cualidades, emociones o experiencias que necesitamos integrar para profundizar en nuestro proceso de maduración.
En una serie de sueños de persecución pueden manifestarse variaciones: el ego onírico puede escapar volando, esconderse, luchar o, finalmente, enfrentar directamente al elemento hostil. Estas variantes pueden reflejar distintas estrategias de afrontamiento frente a aquello que nos impulsa al cambio pero que percibimos como una amenaza.
En una persecución onírica pueden aparecer otros personajes que participan en el escape, la lucha o la confrontación. Estos personajes pueden representar recursos internos que, como aliados, favorecen nuestro desarrollo, o aspectos que resultan nocivos. Tomar conciencia de los recursos que podemos cultivar y de los aspectos a los que debemos hacer frente es uno de los beneficios del trabajo con los sueños.
El perseguidor como síntoma
En la psicología junguiana se propone acoger los síntomas como aspectos de nuestra psique que nos interpelan, que tienen algo que decirnos, que aportan un punto de vista que compensa nuestra actitud consciente.
El perseguidor en nuestros sueños puede ser entonces en ocasiones abordado como un síntoma, esto es, como un aspecto que viene a romper con la estabilidad ya alcanzada de la psique, promoviendo así, la integración de aspectos excluidos o no desplegados.
El perseguidor en nuestros sueños se comporta como el mítico Hermes o Mercurio, esto es, como un guía, un mensajero, un ladrón que nos roba la tranquilidad, un puente entre lo consciente y lo inconsciente, un elemento interno que exige un intercambio, un tributo; un factor que nos da y que también nos despoja de algo.
Dónde está el miedo está la tarea: el primer enemigo natural
En los sueños, huimos porque atribuimos un carácter hostil a aquello que nos persigue, lo percibimos como una amenaza que nos provoca miedo.
En Símbolos de Transformación (1914), Jung propone la imagen del héroe prototípico como una representación del proceso de individuación y describe la función del miedo, en este contexto, como un indicador del camino al que se dirige la energía psíquica en su proceso de refinamiento, de despliegue de significado.
En este sentido afirma Jung “Para el héroe, el miedo es desafío y tarea, porque solo la audacia puede librarlo de él. Y si no se corre el riesgo, algo en el sentido de la vida se quiebra, y todo futuro se ve condenado a un aplanamiento sin esperanza, a un crepúsculo solo iluminado por fuegos fatuos”.
Se sugiere, entonces, que aquello que nos provoca temor puede tomarse como una señal que nos permite identificar lo que necesitamos enfrentar para profundizar en nuestro desarrollo psíquico.
El miedo actúa como una especie de guía, destacando las áreas de nuestra vida que necesitamos explorar, sanar y comprender para continuar con el refinamiento de la personalidad al que estamos convocados. Para Jung “El miedo es agresividad al revés. En consecuencia, lo que tememos implica una tarea. Si tienes miedo a tus propios pensamientos, entonces tus pensamientos son la tarea”
En diversas tradiciones sapienciales se propone el enfrentamiento de los miedos como la actitud necesaria para favorecer el desarrollo de la personalidad.
En las Enseñanzas de Don Juan, Carlos Castaneda identifica el miedo como el primer enemigo natural al cual debe enfrentarse el guerrero “-¿Y qué puede hacer para superar el miedo?-La respuesta es muy sencilla. No debe correr. Debe desafiar a su miedo, y pese a él debe dar el siguiente paso en su aprendizaje, y el siguiente, y el siguiente. Debe estar lleno de miedo, pero no debe detenerse. ¡Esa es la regla! Y llega un momento en que su primer enemigo se retira. El hombre empieza a sentirse seguro de si. Su propósito se fortalece. Aprender no es ya una tarea aterradora. «Cuando llega ese momento gozoso, el hombre puede decir sin duda que ha vencido a su primer enemigo natural.»
Cuanto más huyes, más se fortalece
Los sueños de persecución pueden ser, en ocasiones, repetitivos, y en una serie de ellos es posible observar cómo el elemento perseguidor se vuelve cada vez más poderoso si no es enfrentado. Se sugiere que la repetición de un sueño indica la necesidad de una «dosis» mayor del efecto que este busca promover en la psique.
Al respecto menciona Jung en uno de sus seminarios que “Cuando sueñas con un toro salvaje, o un león, o un lobo que te persigue, esto significa que quiere venir hacia ti… Te gustaría tomar distancia, lo experimentamos como algo extraño, pero se vuelve aún más peligroso. . .La mejor postura sería: Por favor, ven y devórame”
En un sentido similar Jung resaltó que aquello que rechazamos o marginamos en nuestra psique regresa con más intensidad. Es así que “en cuanto uno se abandona demasiado, se posterga o casi se olvida, existe la posibilidad y el peligro de que lo abandonado o pospuesto vuelva con redoblada fuerza”
Se sugiere que las circunstancias que nos impulsan hacia la transformación suelen manifestarse inicialmente de manera sutil, pero pueden volverse progresivamente más exigentes y desafiantes, limitando las opciones del ego para decidir si enfrentarlas o evitarlas.
En este sentido fue que Jung afirmó que “aquellos que no aprenden nada de los hechos desagradables de sus vidas obligan a la conciencia cósmica a repetirlos tantas veces como sea necesario para aprender lo que el drama de la experiencia enseña. Lo que niegas te somete. Lo que aceptas te transforma”
Huir de las circunstancias confrontadoras puede ser eficaz para evitar el miedo a corto plazo, pero no permite la maduración, la sanación y el desarrollo de las estrategias de afrontamiento que promueve la experiencia confrontadora.
Al evitar exponernos a situaciones que nos generan temor perdemos oportunidades de aprendizaje cruciales y limitamos nuestra capacidad de resolver conflictos o abordarlos desde un nivel superior de complejidad. Además, la evitación mantiene patrones de acción, puntos de vista y actitudes que resultan inapropiados para nuestra etapa vital.
El perseguidor como la sombra o el adversario
La narración mítica del viaje del héroe (nacimiento humilde y milagroso, llamado a una misión, pruebas, encuentro con aliados y adversarios, lucha contra el mal, descenso a los infiernos, encuentro del tesoro, matrimonio con la princesa) es para Jung, una manifestación simbólica del proceso de transformación psíquica, de maduración de la personalidad que todas las personas nos vemos compelidos a realizar lo largo de la vida.
Las expresiones de esta estructura heroica prototípica no solo pueden identificarse en las mitologías y los cuentos populares de todo el mundo, sino también en el cine, la literatura, los delirios y los sueños de todas las personas.
En toda historia resulta imprescindible la figura del antagonista o adversario. Este personaje suele encarnar las fuerzas del mal, la destrucción, la muerte o la injusticia. El antagonista no solo representa un obstáculo o desafío para el héroe, sino que, en un nivel simbólico más profundo, encarna los miedos y aspectos reprimidos del propio héroe o de la sociedad en la que se desenvuelve.
A través del enfrentamiento con el adversario el héroe o la heroína logra no solo superar sus propias limitaciones, sino también integrar aspectos desconocidos o no reconocidos de su psique. El antagonista cumple entonces una función crucial en la narrativa permitiendo que el héroe lleve a cabo el proceso de evolución y transformación que se representa en la historia.
En ocasiones, el héroe o heroína es perseguido por el enemigo, simbolizando los aspectos reprimidos o temidos que buscan hacerse conscientes. En otros casos, es el héroe quien persigue al adversario reflejando la búsqueda consciente de integrar esos elementos no despegados de su personalidad.
En nuestros sueños, el personaje que encarnamos, el ego onírico, representa al héroe: la conciencia en su proceso de transformación y complejización. Aquello que nos persigue, el adversario, suele simbolizar los aspectos con los que inevitablemente debemos confrontarnos como parte del proceso de realización integral de la personalidad.
Es posible plantear que aquello que nos persigue funciona como una compensación a nuestras actitudes unilaterales, equilibra nuestras perspectivas parciales, corrige nuestros excesos y contribuye a sanar heridas no resueltas.
Perseguidos por el daimon o el hacedor del destino
El aspecto persecutorio en un sueño puede representar aquellas circunstancias o experiencias que estamos evitando y que, sin embargo, son esenciales para nuestro desarrollo. Podemos huir de aspectos propios de cada etapa de la vida que necesitamos asumir, como la responsabilidad en la adultez o la aceptación de los cambios físicos en la vejez.
Podemos evitar enfrentar emociones reprimidas, como el dolor por una pérdida. Asimismo, podemos evadir un cambio de vida importante, como dejar un trabajo que ya no nos satisface, poner fin a una relación o desprendernos de un punto de vista que hemos altamente valorado y que ya resulta insuficiente.
Jung plantea la existencia de una “energía” al interior del alma que «se pone de manifiesto en la apremiante, casi irresistible necesidad de ser lo que se es, del mismo modo que cada organismo tiene que tomar por fuerza la figura propia de su ser».
Esta energía es la expresión de la “chispa divina” en cada individuo; su mito personal, aquello que necesita ser desplegado a lo largo de la vida, y que al hacerlo, experimentamos como autorrealización. Este factor primordial creativo fue denominado por Jung como el Sí mismo y guarda correspondencias con las nociones del logos, tao, lo absoluto.
El influjo del Sí mismo en el individuo puede entenderse como una ecuación arquetípica, esto es una carga específica de temas, heridas y potenciales no vividos que, como asuntos pendientes, se presentan una y otra vez en el camino.
En la antigua Grecia, este factor interno era conocido como el Daimon interior, una fuerza que habitaba en cada individuo y lo impulsaba a realizar su destino único y a expresar su vocación.
James Hillman retoma esta imagen y sugiere que el Daimon influye en las oportunidades que se nos presentan, en las puertas que se cierran, en las zancadillas, en los triunfos y en las derrotas; también en nuestros miedos, fobias, obsesiones e ilusiones.
El influjo del Daimon se actualiza a lo largo de la vida. Los retos, anhelos, prioridades y perspectivas que tenemos en la adolescencia, por ejemplo, no son los mismos que en la vida adulta o en la vejez.
Se propone que cada momento y etapa de la existencia nos expone a circunstancias únicas que van completando el alma. En cada fase, se nos invita a descubrir la manera singular de expresión de la belleza y de aquello que nos nutre.
Se plantea que la belleza y los alimentos del alma se van tornando cada vez más sutiles, profundos, menos evidentes, acercándonos progresivamente a lo eterno, a lo infinito.
La vida provisional del puer eternus: la huida al mundo adulto
El aspecto persecutorio en nuestros sueños puede representar las responsabilidades, los puntos de vista, los compromisos y las limitaciones que a nuestro ego le está pendiente de asumir.
Marie Louise Von Franz, propuso el concepto de “vida provisional” del puer aeternus o “los eternamente infantiles», para hacer referencia a aquellas personas, que mantienen durante toda su vida, o gran parte de ella, características que corresponden a personas entre los 14 y 18 años.
Los puer aeternus llevan una vida provisional, esperando encontrar algún día un lugar, una persona o un trabajo que los satisfaga plenamente. Huyen de la vida adulta y de las responsabilidades que conlleva, ya que las perciben como ataduras asfixiantes y limitantes. No se vinculan plenamente con nada, pues les atormenta la idea de estar perdiendo oportunidades maravillosas que podrían surgir en el futuro.
En su fuero interno los puer aeternus se consideran sumamente especiales, y sueñan con que algún día se les reconocerán sus aptitudes extraordinarias. Como los niños, pueden dedicar muchas horas y energía a cualquier emprendimiento que les entusiasme, pero en cuanto llega el tedio de lo cotidiano, les cuesta mantener algún tipo de disciplina o compromiso.
La vinculación en torno a los objetos, personas y lugares oscila entre la fascinación y el desencanto extremo. Ante cada desencanto emerge una nueva búsqueda. Muchos de los puer eternus sienten fascinación por las emociones intensas y las experiencias extremas, estando en constante búsqueda de ellas.
El perseguidor como Trickster
El perseguidor en nuestros sueños puede asociarse con la figura del Trickster, un personaje común en la mitología y la cultura popular. Este arquetipo se personifica en la figura del astuto embaucador o burlador, que suele ser retratado como alguien divertido y malicioso, capaz de realizar trucos y engaños para alcanzar sus objetivos.
El Trickster puede tomar muchas formas en diferentes culturas, como el zorro astuto en la mitología japonesa, el dios nórdico Loki, el coyote en la mitología de los pueblos indígenas de América del Norte o el Joker de los cómics de Batman.
En algunas culturas, el Trickster se veía como una figura divina que traía la creatividad y la innovación, mientras que en otras culturas se le consideraba como una figura peligrosa y maléfica que podía causar daño.
Desde la perspectiva junguiana, el arquetipo trickster representa aquellos aspectos de la personalidad que están ocultos en el inconsciente y se resisten a ser domesticados o controlados por las normas sociales. Estos aspectos pueden ser vistos como negativos o inaceptables, sin embargo, Jung también reconoció que el arquetipo trickster puede tener un lado positivo y creativo, ya que puede ser visto como un agente de cambio y transformación.
El Trickster puede considerarse entonces como un símbolo de transgresión y subversión. Desafiando las convenciones sociales la influencia del Trickster permite que surjan nuevas formas de pensamiento y comportamiento.
El perseguidor en nuestros sueños puede ser visto entonces como un catalizador para la innovación y el desarrollo de nuestra personalidad por caminos no convencionales. Bajo su influencia podemos desplegar la astucia y la imaginación para crear estrategías que trascienden lo superficial o lo evidente.
El perseguidor es el intruso, el huésped no invitado, el ladrón, el bufón que se burla de nuestro ego demasiado dominante y viene a desestabilizar nuestros modos de ser. Su presencia favorece la integración de lo marginado en la psique, abriendo espacio a perspectivas y actitudes que aún no se han desplegado de manera suficiente.
Huyendo de la madre oscura: el llamado a la aventura
En ocasiones, el elemento persecutorio en el sueño puede aludir a lo materno en su faceta oscura o devoradora, que se constela y nos expone a circunstancias que impiden continuar viviendo de la misma manera en que lo estábamos haciendo.
Se plantea en este sentido que cuando nuestra psique necesita desarrollarse, complejizarse, expresar aspectos no vividos, emerge lo inconsciente como madre terrible para poner en marcha al ego en su proceso de maduración.
Aquello que nos acogió, es decir, lo materno en su aspecto cuidador y nutritivo, se transforma en su faceta oscura, que nos expulsa, nos asfixia, nos persigue y nos invita de manera contundente a desplegar aspectos de la personalidad hasta ahora no desarrollados.
Lo que en un momento fue fuente de satisfacción se convierte en un factor de asfixia, estancamiento o temor. Se nos exige entonces sacrificar la dependencia y seguridad de aquello que había funcionado como soporte y referente de identificación.
El miedo estimula la huida, activando la pulsión al movimiento, el deseo de ser otro, la curiosidad y la necesidad de trasladarnos, de salir del refugio de lo conocido, que ya resulta incompatible con nuestro nivel de desarrollo.
Este es el llamado a la aventura en el camino heroico, que no ocurre solo una vez, sino cada vez que la vida nos convoca a desprendernos de un mundo conocido que ha caducado, que ya no corresponde a nuestro momento vital.
Los guardianes del umbral: perseguidos por el miedo o la culpa
En la mitología la confrontación con lo materno devorador se simboliza como la batalla con el dragón. Matar al dragón significa matar a nuestros más altos valores, a los que hemos erigido como nuestros dioses interiores; dicha transgresión implica inevitablemente incurrir en culpa y exponernos al miedo de las posibles retaliaciones.
El elemento perseguidor en los sueños puede representar las emociones paralizantes que nos detienen en nuestro crecimiento. La culpa, el miedo, la pereza y la inercia son las armas que posee el dragón como madre terrible para impedir el desarrollo y mantenernos en un estado infantil de dependencia. Estos elementos actúan como fuerzas restrictivas que nos atan a patrones limitantes y nos alejan de la autorrealización.
Marie Louise von Franz señala “Esos dragones son la imagen de «los guardianes del umbral», los cuales deben ser dominados para alcanzar el Sí-mismo. Estos dragones son la expresión del terror que inspira el inconsciente a los ignorantes, débiles y cobardes, a los paranoicos, y son comparables a las gárgolas de las catedrales que velan sobre el tabernáculo”
Para desarrollar nuestra personalidad de manera plena es necesario trascender las definiciones parentales o sociales de lo que es bueno, exitoso o productivo, adentrarnos en la sombra, “pecar” y experimentar culpa o miedo en diversos grados.
La confrontación con lo materno oscuro puede tomar la imagen del descenso, de la caída, del adentrarse en el bosque tenebroso. Para Jung, “El descenso a las profundidades traerá consigo la curación. Es el camino hacia el ser total, hacia el tesoro que la humanidad sufriente busca eternamente, un tesoro oculto en un lugar custodiado por un terrible peligro
Matar o domesticar al dragón permite liberar a la princesa, encontrar el grial, la piedra filosofal o el tesoro difícilmente alcanzable, que simboliza lo femenino en su aspecto creativo. Este tesoro representa, en última instancia, el vínculo con nuestra interioridad y el proceso de autorrealización, desplegando gradualmente nuestros potenciales únicos.
El fuego de la emoción como motor de la transformación alquímica
Jung se percató de que las imágenes de los tratados de la alquimia medieval expresaban simbólicamente el proceso de refinamiento de la personalidad, donde los aspectos más oscuros y primitivos de la psique, asociados al plomo —lo pesado, lo concreto— son purificados y elevados hacia un estado superior de conciencia, representado por el oro filosófico, que alude a lo sutil, lo simbólico y a la conciliación de las polaridades complementarias.
Este proceso de transmutación demanda un fuego, una energía que favorezca la transformación interna, permitiendo que lo crudo y primitivo se transforme en algo valioso y luminoso.
Para Jung, la emoción, los afectos, son como el fuego, que tiene la propiedad de la combustión, generar movimiento, y también de iluminar, de dar luz. Es decir, tiene el poder de promover la reflexión y ampliar nuestra conciencia. Planteó entonces que “no puede haber transformación de la oscuridad en luz, ni de la apatía en movimiento, sin emoción”
El perseguidor en nuestros sueños, que nos genera temor, nos conmociona y nos impulsa a actuar, representa esa energía transformadora que nos “cocina”, nos presiona, nos “condimenta”, nos impulsa a la transformación.
Huyendo del rapto arquetípico, de la iniciación
El rapto y la violación son temas recurrentes que aparecen una y otra vez en historias y mitologías de todas las épocas y lugares. Quizás la narración más conocida en la que aparece esta imagen es la de la doncella Kore-Perséfone, quien fue abruptamente separada de su madre, Deméter, y llevada por la fuerza al inframundo, al dominio de Hades.
En el Hades, Kore experimenta una muerte simbólica de su candidez e inocencia, renaciendo como Perséfone, señora del inframundo, quien abraza e integra la oscuridad y la complejidad propias de la madurez.
Kore se transforma en Perséfone, desplegando su identidad más allá de las expectativas infantilizadas de sus padres. Este descenso es una iniciación, una transformación radical del ser, relacionada con la capacidad de reconocer y sostener tanto la luz como la oscuridad en la propia psique.
Se plantea que, el tránsito a un etapa superior en el proceso evolutivo de la psique, implica romper el velo de una ilusión, dejar atrás alguna ingenuidad y asimilar algo de oscuridad.
Nuestro ego infantil anhela permanecer en el estado paradisíaco de la dependencia materna, huyendo de la transformación, la iniciación y la exploración de los aspectos oscuros de la psique. El perseguidor puede representar el aspecto que viene a expulsarnos del paraíso de la inconsciencia. Al no ser un descenso ni una ruptura buscada por el ego, se experimenta como un sometimiento, un rapto, una violación, que sin embargo es necesaria para la maduración de la psique.
La consciencia de muerte: más allá del ego
La experiencia de la pérdida, la muerte simbólica del ego infantil, nos permite despojarnos de lo superfluo y acercarnos a lo fundamental, a lo verdaderamente importante. En este sentido, la pérdida actúa como un agente de renovación de nuestras prioridades y valores.
La aceptación de la pérdida está relacionada con la etapa del viaje de transformación en la que el héroe renuncia o sacrifica algún interés o placer inmediato para obtener algo de mayor profundidad y trascendencia.
En términos junguianos, pasamos de estar enfocados en la necesidad de seguridad, reconocimiento y satisfacción de nuestro ego infantil, a escuchar y responder a los requerimientos de nuestra naturaleza más profunda, de lo inconsciente arquetípico.
Los sueños de persecución pueden aludir entonces al proceso de aceptación del sacrificio de algún aspecto de nuestro ego que necesita ser dejado atrás en pos de un bien superior, esto es, de la realización profunda de nuestro ser.
La huida imposible o el conflicto sin solución: la emergencia del sentido
Hay sueños en los que la huida se torna imposible porque aquello que nos acecha es más rápido o más hábil, nuestros escondites resultan ineficaces o, peor aún, el perseguidor se multiplica.
Nuestro ego puede hasta cierto punto resistirse a las convocatorias del Sí Mismo hacia la transformación mediante la negación o la evasión. Sin embargo llega un momento en que nos resulta imposible encontrar más escapatorias y nos vemos atrapados en una especie de callejón sin salida.
Jung afirmó que encontrarse en una situación de la que no se puede escapar o enfrentarse a un conflicto sin solución es un inicio típico del proceso de individuación, resalta en este sentido que “Se requiere una situación imposible, donde uno tenga que renunciar a su propia voluntad y a su propio conocimiento, y no hacer nada más que confiar en el poder impersonal del crecimiento y del desarrollo”
Cuando nos encontramos en un “callejón sin salida,” somos convocados a enfrentar la impotencia de nuestro ego para resolver la situación con los recursos conscientes, a lidiar con la angustia provocada por el quiebre de nuestros referentes de seguridad e identidad, y a atravesar el miedo que genera la incertidumbre de lo desconocido.
Cuando nos rendimos, aceptamos los hechos y renunciamos a querer forzar a la obstinada realidad a nuestras expectativas, permitimos que la naturaleza actúe en nosotros. Se sana entonces la herida, se despliega entonces el crecimiento.
El desplazamiento desgarrador del ego caduco, posibilita el advenimiento de lo nuevo, de un orden con mayor grado de complejidad e integralidad que el anterior. A partir de esta confrontación surge en nuestra psique un “tercero” que trasciende el conflicto: un orden superior que permanecía latente en el estado previo.
La impotencia del ego nos permite además la experiencia de ser sostenidos cuando nada de lo conocido nos sostiene; emerge entonces el arquetipo del sentido, del significado. Esta experiencia deja un registro interno que facilita la interiorización de una confianza básica, de un hogar interno imperturbable al que podemos recurrir en los momentos de extravío.
Robert Johnson relaciona el conflicto imposible de resolver con los koan japoneses, los cuales no pueden solucionarse desde la lógica racional, exigiendo la suspensión del pensamiento lógico para alcanzar una comprensión más profunda. Estos enigmas promueven en el practicante un estado de conciencia que trasciende las limitaciones del intelecto, donde la mente puede abrirse a una sabiduría intuitiva capaz de acoger la paradoja en la que se expresan los aspectos profundos de la existencia.
Colaboración o resistencia: el sufrimiento neurótico o transformador
Uno de los objetivos que se propone la psicoterapia junguiana es promover la colaboración activa del ego en el proceso de individuación. Esto implica cultivar una aproximación simbólica a las circunstancias que nos suceden, así como explorar y reflexionar sobre las transformaciones nos están promoviendo.
A medida que el ego participa conscientemente en el proceso, se convierte en un aliado del Sí Mismo y del anhelo intrínseco de totalidad.
Para la psicología junguiana, es posible diferenciar entre el sufrimiento transformador, que promueve la maduración y surge cuando nos exponemos a las situaciones complejas y, a veces, dolorosas que forman parte de la existencia, del sufrimiento neurótico, que aparece cuando el ego se resiste a asumir las actitudes, compromisos y perspectivas que corresponden a cada etapa de su ciclo vital.
Mientras el sufrimiento transformador promueve la complejidad de la psique, el sufrimiento neurótico estanca el desarrollo, atrapando al ego en patrones repetitivos y defensivos que bloquean el cambio necesario para nuestra maduración.
El diálogo con la sombra: la imaginación activa
Marie-Louise von Franz destaca que convertir a la sombra en nuestra enemiga depende, en gran medida, de nosotros mismos, afirma entonces que “La sombra no es siempre, y necesariamente, un contrincante. De hecho, es exactamente igual a cualquier ser humano con el cual tenemos que entendernos, a veces cediendo, a veces resistiendo, a veces mostrando amor, según lo requiera la situación. La sombra se hace hostil sólo cuando es desdeñada o mal comprendida».
Desde la perspectiva junguiana, el diálogo con los aspectos inconscientes se considera imprescindible para el bienestar y la maduración de la personalidad. Además del trabajo con los sueños, Jung desarrolló una técnica llamada Imaginación Activa, que permite la expresión de los contenidos inconscientes aprovechando su capacidad para personificarse.
Nuestros personajes interiores pueden ser convocados a través de una imagen de un sueño, de una emoción intensa, o incluso un síntoma físico. Cada persona tiene una modalidad que facilita esta comunicación: algunos son sensibles a voces internas, otros perciben imágenes visuales; algunos se expresan mediante movimientos corporales en una especie de danza, mientras que para otros el contacto con el inconsciente ocurre a través de la escritura automática.
Jung distingue entre el fantaseo ocioso y la imaginación activa, subrayando que en esta última el ego asume una postura activa. No se limita a aceptar de manera pasiva y sumisa las voces e imágenes del inconsciente, sino que las interpela. Esta actitud activa implica soportar y mantener la tensión con lo inconsciente, lo cual permite que emerja lo que Jung denomina la «Función Trascendente» de la psique: el surgimiento de una nueva actitud producto de la confrontación entre el consciente y el inconsciente.
La Función Trascendente posibilita la conciliación de opuestos aparentemente irreconciliables. Da lugar a un tercer elemento o perspectiva que integra los elementos en conflicto, transformándolos en una nueva visión. Es un proceso que implica conflicto, negociación y acuerdos transitorios, a través del cual el ego se enriquece y madura.
Jung enfatiza que tomar en serio al inconsciente no significa interpretarlo de manera literal, sino otorgarle el crédito suficiente para que colabore con la conciencia en lugar de perturbarla. Esta cooperación entre el consciente y el inconsciente se relaciona con el principio autorregulador de la psique, concepto fundamental en la perspectiva junguiana, que procura un equilibrio dinámico en la personalidad.
El perseguidor en nuestros sueños puede ser evocado imaginativamente para entablar un diálogo con él. Al hacerlo, podemos preguntarle sobre sus motivaciones, indagar sobre sus intenciones, incluso entrar en un proceso de negociación con ese aspecto.
El diablo o el indigente en la psique
Una de las fuentes fundamentales para la construcción de la propuesta antropológica y psicoterapéutica de Jung fue el diálogo sostenido con las imágenes de su inconsciente. Este proceso quedó plasmado en sus diarios imaginativos, conocidos como los Libros Negros, que sirvieron como base para la creación del Libro Rojo, una obra en la que Jung integró también imágenes. Este material simbólico fue desarrollado conceptualmente en su obra científica a lo largo de toda su trayectoria.
Jung propone que, para que se lleve a cabo una comunicación efectiva con los aspectos inconscientes, es necesario tomar en serio a los personajes interiores y relacionarse con ellos como si fueran personas reales. Este enfoque implica escuchar, dialogar y confrontar con los aspectos de la psique que no hemos integrado conscientemente. Uno de los personajes que aparece en sus diálogos imaginativos es el Diablo, que simboliza un punto de vista compensatorio al ego racional de Jung.
En el Libro Rojo escribe: “Discutí seriamente con el diablo y me comporté con él como con una persona real. Esto he aprendido en el misterio: a tomar personal y seriamente a aquellos vagabundos desconocidos que habitan el mundo interior, ya que son reales porque actúan”.
Jung plantea que evitar comprender al propio «diablo» es una forma de evasión, y destaca que entrar en diálogo con los aspectos inconscientes no implica identificarse con ellos ni adoptar una actitud pasiva frente a ellos.
“Si alguna vez tienes la inusual ocasión de hablarle al diablo, entonces no olvides discutir seriamente con él. En definitiva, él es tu diablo. El diablo es, en tanto adversario, tu propio otro punto de vista que te tienta y te pone piedras en el camino ahí donde menos las quieres. Aceptar el diablo no quiere decir pasarse a su bando, si no uno se vuelve diabólico. Más bien quiere decir entenderse. Así aceptas tu otro punto de vista. De este modo el diablo pierde algo de terreno y tú también. Y eso, por cierto, podría ser bueno”
Otra de las figuras con las que Jung entra en contacto es el indigente, que representa los aspectos marginados, rechazados por la consciencia, a los que se les valora de manera negativa. Estos aspectos surgen de lo inconsciente para fomentar cualidades hasta ahora no vividas, para brindar profundidad y complejidad a nuestra psique.
En el libro rojo menciona “Un indigente se reúne conmigo y quiere ser admitido en mi alma, por lo tanto, soy muy poco indigente. ¿Dónde estaba mi indigencia mientras no la vivía? Yo era un practicante de la vida, uno que difícilmente pensaba y fácilmente vivía. El indigente estaba lejos y olvidado. La vida se había vuelto difícil y sombría. El invierno no terminaba más y el indigente estaba parado en la nieve y sentía frío. Me uno a él, pues yo lo necesito. Él hace la vida fácil y simple. Conduce a la profundidad, al fondo desde donde veo la altura. Sin la profundidad no tengo la altura”
El aspecto perseguidor en los sueños puede representar nuestro diablo, nuestro mendigo, lo marginado, lo desdeñado, lo primitivo en la psique, aquellos aspectos de nosotros mismos que hemos relegado o reprimido y que se encuentran en búsqueda de realización.
La huida mágica: el miedo al éxito o la vuelta al mundo ordinario
El mitólogo Joseph Campbell, quien describió con minuciosidad los diferentes hitos en el mito heroico de transformación, nombró a una de las etapas como la “huida mágica”.
Esta fase alude al momento en que el héroe, tras obtener un conocimiento, objeto o poder especial, debe escapar de las fuerzas que intentan impedir su regreso al mundo ordinario. Esta huida suele estar marcada por obstáculos sobrenaturales o peligros que el héroe supera de manera mágica o extraordinaria.
Campbell describe esta etapa de la siguiente manera: “Si el héroe en su triunfo gana la bendición de la diosa o del dios y luego es explícitamente comisionado a regresar al mundo con algún elixir para la restauración de la sociedad, el último estadio de su aventura está apoyado por todas las fuerzas de su patrono sobrenatural. Por otra parte, si el trofeo ha sido obtenido a pesar de la oposición de su guardián, o si el deseo del héroe de regresar al mundo ha sido resentido por los dioses o los demonios, el último estadio del círculo mitológico se convierte en una persecución agitada y a menudo cómica. Esta fuga puede complicarse con milagrosos obstáculos y evasiones mágicas”
Esta etapa es crucial, ya que pone a prueba la solidez de los logros y conocimientos alcanzados por el héroe, desafiando a superar las dificultades que buscan impedir que su transformación se complete. Psicológicamente, esta fase representa los obstáculos internos que debemos atravesar para integrar plenamente un aprendizaje, una cualidad desarrollada o un logro conseguido.
Estos obstáculos pueden manifestarse como conductas de autosabotaje cuando estamos a punto de lograr un objetivo, en las dudas o bloqueos que perturban la materialización de nuestras metas, y en el “miedo al éxito” cuando estamos a punto de alcanzar una realización importante
Un sueño de persecución puede simbolizar aspectos internos que intentan atraparnos o frenarnos y que necesitamos eludir o superar para que nuestros aprendizajes y logros se materialicen. Entre estos aspectos pueden estar creencias limitantes, profecías autoimpuestas de fracaso o lealtades familiares restrictivas que dificultan nuestro crecimiento.
La huida como estrategia eficaz: no todo es proyección
Desde la perspectiva junguiana, se plantea que, en la mayoría de los casos, los personajes y situaciones en los sueños reflejan nuestro mundo interno, es decir, aspectos de nuestra propia psique. A esto se le denomina una lectura subjetiva.
Sin embargo también se contempla la lectura objetiva en la que el sueño hace alusión a realidades externas y nos proporciona información sobre nuestras relaciones y vínculos con el mundo y las personas que nos rodean.
Desde esta perspectiva , los elementos o situaciones oníricas no solo se consideran proyecciones internas, sino que también pueden aludir a situaciones o fenómenos de nuestra vida diaria.
Aunque, en principio, enfrentar los aspectos conflictivos suele ser la actitud que favorece más el crecimiento y la maduración, en contextos nocivos, como vínculos de pareja violentos o abusivos, amistades que fomentan comportamientos autodestructivos, entornos laborales tóxicos o incluso relaciones familiares donde predomina el maltrato en lugar del cuidado, el alejarnos se convierte en una medida de protección esencial.
A veces, un sueño de huida puede señalar entonces que tomar distancia de una situación o vínculo, o escapar de una circunstancia, es la estrategia más eficaz. Esto es especialmente cierto cuando, ante hechos de violencia o maltrato, hemos reaccionado de manera pasiva o minimizando la gravedad de lo que ocurre.
En estos casos, el sueño puede estar subrayando la necesidad de protegernos y reafirmar nuestros límites, recordándonos que, en determinadas situaciones, alejarnos o escapar de situaciones es fundamental para preservar nuestra integridad y priorizar nuestro bienestar.
A dónde huyes te encuentras lo que has querido evitar
Los intentos de huida, en ocasiones, nos conducen inevitablemente a aquello que queríamos evitar. Este tema aparece en diversas narraciones donde el protagonista, al tratar de escapar de una situación o de un desenlace temido, termina acercándose aún más a él.
Un ejemplo clásico es el cuento de «La Muerte en Samarra», en el que el personaje, intentando escapar de la muerte, huye hacia Samarra, solo para descubrir que allí, precisamente, tenía una cita con su destino. De manera similar, en mitos como el de Edipo, el intento de huir de su porvenir lo lleva directamente al cumplimiento de la profecía que intentaba evitar.
Podemos observar que una dinámica similar se puede presentar en la vida cotidiana. Por ejemplo, una persona que teme el dolor de una ruptura puede evitar el compromiso en sus relaciones, manteniéndolas superficiales para no sufrir. Sin embargo, este intento de protección la conduce a una vida sin vínculos profundos ni conexión genuina. Así, su miedo al dolor la enfrenta precisamente con aquello que intentaba evitar: el dolor emocional, el vacío y la soledad.
Es importante reconocer que los equilibrios, las certezas que alcanzamos, los sentidos que nos sustentan, son por naturaleza inestables, ya que el potencial de complejidad e integralidad de la psique nunca se acaba. En este sentido es que planteó Jung que “toda victoria contiene el germen de una futura derrota”
Muerte en Samarra
(Adaptación de Gabriel García Márquez)
El criado llega aterrorizado a casa de su amo.
-Señor -dice- he visto a la Muerte en el mercado y me ha hecho una señal de amenaza.
El amo le da un caballo y dinero, y le dice:
-Huye a Samarra.
El criado huye. Esa tarde, temprano, el señor se encuentra a la Muerte en el mercado.
-Esta mañana le hiciste a mi criado una señal de amenaza -dice.
-No era de amenaza -responde la Muerte- sino de sorpresa. Porque lo veía ahí, tan lejos de Samarra, y esta misma tarde tengo que recogerlo allá.
Psicólogo Clínico – Psicoterapeuta Junguiano
Referencias Bibliográficas
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