El refinamiento de la expresión emocional: la alquimia de la personalidad

“Una persona que no ha pasado por el infierno de sus pasiones nunca las ha superado. Hasta donde podemos discernir, el único propósito de la existencia humana es encender una luz en la oscuridad del mero ser”

Carl Jung

Una parte fundamental del camino de autoconocimiento y maduración de la personalidad es la manera como nos relacionamos y expresamos nuestras emociones y pulsiones internas. 

En su estado primario, las emociones suelen manifestarse de forma desbordada, infantil y egocéntrica. Sin embargo, cuando son reconocidas, integradas y canalizadas conscientemente—a través de un trabajo continuo a lo largo de la vida—pueden convertirse en una fuerza creativa y orientadora, capaz de impulsar el desarrollo personal y la expansión de la conciencia.

Desde la perspectiva de la psicología junguiana, el proceso evolutivo de la personalidad implica que las emociones y pulsiones internas se expresen de manera cada vez más humana, es decir, mediadas por la reflexión, la imaginación, el símbolo. En este sentido, no se trata de reprimir o negar nuestra naturaleza instintiva, sino de reconocerla como una fuente de orientación para el desarrollo de nuestra dimensión simbólica y cultural.

La ecología de las emociones 

Los diversos fenómenos y elementos de la naturaleza desempeñan funciones esenciales en el mantenimiento del equilibrio del ecosistema planetario. De manera análoga, desde la perspectiva junguiana, se plantea que cada emoción o actitud que hace parte de nuestro sistema psíquico cumple  una función  indispensable  para el  mantenimiento del  equilibrio interno y la evolución de la personalidad.

Ciertas emociones se reprimen porque son incompatibles con nuestra imagen personal o entran en conflicto con las expectativas sociales, familiares o personales. También pueden ser suprimidas cuando resultan demasiado abrumadoras o cuando no contamos con los recursos egoicos necesarios para afrontarlas.

Cuando reprimimos o excluimos una emoción de nuestro repertorio psíquico, perdemos una herramienta valiosa para afrontar y responder a las diversas circunstancias a las que nos enfrentamos a lo largo de la vida. Por ello, ninguna emoción puede considerarse intrínsecamente negativa.

Los afectos reprimidos no desaparecen, sino que se manifiestan de forma sintomática, ya sea a través de somatizaciones—como afecciones digestivas o circulatorias—, mediante reacciones desproporcionadas o desplazándose hacia otra emoción aparentemente más manejable. Un ejemplo de esto es cuando la tristeza se expresa en forma de enojo, un fenómeno conocido como emoción enmascarada.

Podemos responder emocionalmente a una circunstancia de manera desbordada y excesiva, insuficiente o inhibida, o bien de forma regulada y proporcionada.

 El refinamiento de la personalidad consiste en reconocer y comprender las distintas emociones y pulsiones internas que nos habitan, lo que nos permite responder de manera equilibrada y adecuada a las demandas del contexto en el que nos desenvolvemos. 

Aristóteles en su “Ética a Nicómaco” menciona al respecto “Cualquiera puede enfadarse, eso es algo muy sencillo. Pero enfadarse con la persona adecuada, en el grado exacto, en el momento oportuno, con el propósito justo y del modo correcto, eso, ciertamente, no resulta tan sencillo.”

El refinamiento de la personalidad: las emociones como fuego alquímico

Jung reconoció profundos paralelismos simbólicos entre las imágenes de la alquimia medieval y el desarrollo evolutivo de la psique. 

En la alquimia, se postula que el plomo, denso y pesado, puede ser transmutado, mediante una serie de operaciones, en una sustancia sutil y elevada, representada por el oro filosófico o la piedra filosofal. De manera análoga, en la psique, las pulsiones y afectos inconscientes, inicialmente crudos y burdos, se van refinando y transformando a lo largo de la vida.

El proceso de transmutación alquímica requiere de un fuego, una energía que dinamice la transformación interna, permitiendo de esta manera que lo crudo y primitivo se convierta en algo valioso y refinado. 

Jung compara las emociones y los afectos con el fuego alquímico, capaz de combustionar para generar movimiento e iluminar, trayendo claridad. En este sentido, las emociones no solo se consideran el motor de la vida psíquica, sino que también se les atribuye el potencial de generar conciencia y promover el refinamiento de la personalidad.

El proceso evolutivo de la personalidad, denominado por Jung como individuación, sigue un movimiento que también se encuentra en la alquimia y que puede concebirse como un tránsito de lo concreto a lo sutil, de lo denso a lo liviano, de lo literal a lo simbólico y de lo dual a lo unitario.

Patrones emocionales: los complejos afectivos

La primera reacción ante una circunstancia emocionalmente intensa puede estar mediada por los complejos afectivos.

Los complejos son un conjunto de ideas y pensamientos inconscientes con una fuerte carga afectiva, que se van formando a partir de experiencias personales relacionadas con la temática de algún arquetipo. Para la psicología junguiana, los arquetipos son el equivalente humano de los instintos en los animales no humanos. 

El complejo paterno, por ejemplo, se nutre de las experiencias personales y singulares que hayamos tenido con nuestro propio padre y con otras figuras paternales, siempre bajo el trasfondo del arquetipo del Padre universal.

Los complejos son las partes constitutivas de la psique y no solo hacen parte del ámbito de la psicopatología. Cuando se constela o activa un complejo se comporta de manera autónoma como si fuera una especie de “subpersonalidad” o  como un personaje interno que altera nuestra forma de actuar y percibir la realidad. 

Este es el motivo por el que se modifica nuestra forma habitual de comportarnos al estar imbuidos en emociones intensas que nos ponen “fuera de sí” como, por ejemplo, al estar enamorados, en relaciones con figuras de autoridad, bajo el influjo de los celos o la ira, en situaciones de peligro etc. Podemos llegar a percibir interiormente estos estados como si estuviéramos “poseídos” por un genio o un demonio que nos promueve a actuar de una forma particular. 

Los complejos afectivos están relacionados con las heridas emocionales.Si una persona vivió experiencias tempranas de separación o falta de atención emocional de sus cuidadores, estos recuerdos pueden quedar registrados y reprimidos en su inconsciente formando un complejo. En la adultez, cuando enfrenta situaciones que le recuerdan esa herida—como el distanciamiento de alguien cercano—, el complejo se activa, generando reacciones emocionales intensas y desproporcionadas, como ansiedad o miedo. 

La posesión de un complejo: la compulsión a la repetición

Las emociones y creencias asociadas a un complejo afectivo, al permanecer inconscientes,  al no estar mediatizada por la conciencia, quedan fijadas en un estado infantil.

Los complejos afectivos están relacionados con la repetición de situaciones similares en nuestra vida, manteniéndonos atrapados en la rueda del “samsara” hasta que emprendamos un proceso de integración y asimilación.

La inervación de un complejo, su interferencia en la conciencia, indica que este ha adquirido, de manera temporal,  una carga energética superior a la del ego, pudiendo desbordarlo y llegar a poseerlo.

Si el ego es lo suficientemente sólido y decidido, puede contenerse y encauzar esa irrupción energética hacia la creación de estructura, límites o proyectos. De lo contrario, el individuo puede verse emocionalmente sobrecargado y perturbado, funcionando de manera inadecuada.

Jung planteó  que el problema no es tener complejos, ya que forman parte constitutiva de la psique, sino cuando estos nos toman por completo, es decir, el grado de inervación que ejercen sobre nosotros. Es en ese punto cuando los celos se vuelven destructivos, el miedo paralizante, la culpa mortificadora o el anhelo de poder se transforma en codicia. 

Los complejos no solo se manifiestan a través de emociones intensas, sino también en actitudes, juicios y creencias profundamente arraigadas y repetitivas. Podemos quedar atrapados o poseídos por estos aspectos sin ser plenamente conscientes de su influencia en nuestra percepción y comportamiento. 

Espontaneidad no es reactividad

A veces se confunde la espontaneidad o la expresión auténtica de nuestro ser con la reactividad del ego, es decir, con la expresión no reflexiva de emociones, juicios, creencias y opiniones. 

El trabajo de autoconocimiento y de maduración de la personalidad implica la capacidad de reconocer los complejos afectivos que influyen en nuestras motivaciones y comportamientos. Para ello se hace  necesario identificar qué aspecto de nuestra personalidad está opinando, sosteniendo determinada creencia o reaccionando de cierta manera ante determinada circunstancia. 

En algunos casos, podemos no estar respondiendo a las particularidades del momento presente, sino reaccionando desde el niño herido que aún vive en nuestro interior, repitiendo patrones emocionales del pasado. Sin embargo, también tenemos la posibilidad de evocar al adulto interno, aquel que puede acoger amorosamente, comprender y educar a ese niño, guiándolo hacia una integración más consciente y una expresión más auténtica del ser.

La autenticidad, desde la perspectiva junguiana, no es un estado ideal al que se llega en un momento dado, sino un proceso que se va actualizando a lo largo de la vida.

Obtener el oro de la emociones: la no identificación

La analista Barbara Hannah señala que, para extraer el «oro» de las emociones arraigadas en el instinto y permitir que actúen como promotoras de conciencia, es imprescindible diferenciarnos de ellas, evitando sucumbir a la identificación. 

Al respecto, advierte: “Si no puedes hacer esto, eres su presa y te conviertes en un animal salvaje divorciado de la conciencia, simplemente disuelto en el inconsciente”. Cuando se lleva a cabo este trabajo de diferenciación, “entonces comienzas a extraer el oro del corazón de tu instinto, y aquí dejas Manipura y entras en Anahata”.

La autora también señala que el anhelo de controlar completamente los instintos es una ilusión. Lo que realmente podemos hacer es “aprender a aceptarlos y a desidentificarnos de ellos y, así, extraer algo del oro de su significado arquetípico”.

 En un sentido similar Jung afirmó “la realización y asimilación del instinto nunca tienen lugar  en la esfera pulsional”  sólo se lleva a cabo “mediante la integración de la imagen que representa y que  al mismo tiempo evoca el instinto” 

Se sostiene entonces que la realización y asimilación del instinto nunca puede ocurrir en nuestros instintos mismos, porque cuando actuamos o nos hundimos en el reino instintivo, actuamos ciegamente.

Se plantea, entonces, como indispensable el trabajo de diferenciación para el desarrollo de la individualidad y de la conciencia. 

En el Secreto de la Flor de Oro  afirma Jung al respecto “Mientras no sea consciente la distinción entre sujeto y objeto, reina la identidad inconsciente. Entonces lo inconsciente es proyectado sobre el objeto, y el objeto introyectado en el sujeto, es decir, psicologizado. Animales y plantas se conducen entonces como hombres, los hombres son simultáneamente animales, y todo está animado con espectros y dioses. El hombre de cultura se cree, claro está, inmensamente elevado por encima de esas cosas. Pero a menudo se halla, durante su vida entera, identificado con los padres, identificado con sus afectos y prejuicios, y afirma del otro, impúdicamente, lo que no quiere ver en sí mismo…. En virtud de esa inconsciencia es afectado mágicamente por incontables hombres, cosas y circunstancias, o sea, incondicionalmente influido; está colmado casi tanto de contenidos perturbadores como el primitivo, y por consiguiente emplea igual cantidad de magia apotropéyica. Pero sus prácticas mágicas no las realiza más con bolsitas medicinales, amuletos y sacrificios animales, sino con remedios para los nervios, neurosis, “ilustración”, cultos de la voluntad, etc”

Contención no es represión: el desarrollo del observador interno 

Desde la perspectiva junguiana, el proceso de maduración de la personalidad se concibe como un diálogo entre la consciencia y los aspectos inconscientes. 

Este diálogo implica el reconocimiento, es decir, el desmantelamiento de la represión, de la marginación de ciertos aspectos no conscientes, lo cual no se traduce en una identificación con ellos ni en una actitud pasiva frente a ellos. En este sentido, es fundamental distinguir entre represión y contención.

La represión es un mecanismo de defensa inconsciente que bloquea pensamientos, emociones o impulsos considerados inaceptables o perturbadores. Desde la perspectiva junguiana, lo reprimido no desaparece, sino que se hunde en el inconsciente, manifestándose de manera distorsionada a través de síntomas neuróticos, proyecciones o reacciones desproporcionadas. Las emociones reprimidas permanecen en su estado primitivo, infantil sin integrarse ni refinarse.

La contención consiste en la no identificación con las emociones, actitudes o creencias relacionadas con el complejo afectivo, permitiendo sostener y canalizar su energía  de manera equilibrada, favoreciendo la autorregulación y el desarrollo de la conciencia.

Al respecto Edinger menciona “la capacidad de convertir un complejo inconsciente que lo tiene a uno por la garganta en un objeto de conocimiento es un aspecto extremadamente importante para aumentar la conciencia. Para extender la analogía de Schopenhauer, es como si alguien que luchaba por su vida en la arena fuera transportado mágicamente a la posición de espectador, la realidad desesperada se convierte en una imagen para la contemplación, y el sujeto como «conocedor» es apartado más allá del daño”

La contención permite desarrollar un observador interno, esto es,  la capacidad de tomar distancia y comportarse como un espectador  reflexivo de la propia dinámica psíquica. Este recurso, que puede cultivarse con la práctica, permite diferenciarse de la emoción sin reprimirla ni dejarse dominar por ella, favoreciendo su integración y transformación.

De lo denso a lo sutil

La contención permite, por ejemplo, que la ira, mediada por la conciencia, se exprese como autoafirmación, defendiendo nuestros límites de manera firme pero respetuosa. El miedo, cuando es comprendido y procesado, puede transformarse en prudencia, guiándonos a actuar con cautela sin quedar paralizados. La tristeza, cuando se vive plenamente, puede dar lugar a la aceptación y la sabiduría, permitiéndonos soltar lo que ya no nos sirve y abrir espacio para lo nuevo. De manera similar, la vergüenza puede integrarse para fomentar la humildad y la autocompasión, mientras que la ansiedad, afrontada con conciencia, puede convertirse en motivación para actuar con responsabilidad y determinación.

La contención también posibilita la satisfacción simbólica de la pulsión, una forma de realización menos evidente y quizás menos intensa, pero más plena y significativa. Al perder su carácter compulsivo, la pulsión deja de dominarnos y puede transformarse en una fuente de creatividad, orientación y equilibrio interno.

Un ejemplo de esto es el deseo de reconocimiento. Si se expresa de manera compulsiva, puede llevar a la búsqueda constante de validación externa, generando dependencia emocional y frustración. Sin embargo, cuando se contiene y se transforma simbólicamente, puede convertirse en un impulso hacia el crecimiento personal, permitiéndonos encontrar satisfacción en el desarrollo de nuestras habilidades y en la autenticidad de nuestras acciones, más allá de la aprobación ajena

De manera similar, la obsesión por la belleza física y un cuerpo con medidas de determinadas características puede dar lugar a inseguridades persistentes, trastornos de la imagen corporal y una desconexión con el verdadero ser. Sin embargo, esta obsesión puede transmutarse en un anhelo de belleza interior, de profundidad del alma, guiándonos hacia una apreciación más auténtica y plena de nosotros mismos.

Sostener la tensión de los opuestos: de la repetición a la creatividad 

La contención, entendida como el «sacrificio» de la expresión inmediata e impulsiva de las emociones, es esencial para que estas revelen su dimensión simbólica y sutil. 

En lugar de reprimir o dejarnos arrastrar por una emoción, se trata de sostener conscientemente el conflicto interno hasta que emerja una integración más amplia. 

Al “sostener la tensión de los opuestos” y no sucumbir a la identificación con una de las polaridades que nos constituyen, surge, según Jung, una síntesis superior. Podemos llegar a percibir y asumir como una paradoja lo que antes se vivió como una contradicción.

Cuando no logramos mantener la tensión emocional, los contenidos no procesados tienden a proyectarse en el exterior, atribuyendo a los demás lo que, en realidad, es un reflejo de nuestra propia dinámica interna. 

La integración de los complejos afectivos nos aporta mayor libertad y creatividad en nuestras formas de reacción. Al reducir la influencia de nuestras heridas y carencias, dejamos de responder de manera automática y repetitiva, abriendo espacio para elecciones más conscientes y nuevas formas de actuar en el mundo. Esto es posible gracias a lo que Jung denominó el instinto de reflexión.

El instinto de reflexión: la mayor riqueza de la psique humana

Jung propone entender la reflexión como un instinto específicamente humano, una capacidad que permite interrumpir la descarga instintiva del estímulo mediante la psiquisificación. 

Gracias a la reflexión en lugar de una reacción automática, el impulso se desvía hacia una actividad endopsíquica, generando una sucesión de contenidos que constituyen un proceso de deliberación, de análisis, de racionamiento.  Así, el acto compulsivo se transforma en contenido consciente, se convierte en experiencia consciente, permitiendo  una respuesta más libre, creativa e imprevisible.

Según Jung, este instinto de reflexión es una de las mayores riquezas de la psique humana, ya que permite traducir el estímulo en una serie de imágenes antes de manifestarse externamente. Dependiendo de su intensidad, este proceso puede expresarse de diversas formas: a través del lenguaje, el pensamiento abstracto, la conducta ética, la ciencia o el arte.

Al trascender los conflicto se aumenta la conciencia

Para Jung, los grandes problemas de la vida no se solucionan, sino que se trascienden. Cuando logramos transitar por los conflictos emocionales sin sucumbir a la identificación emocional, esto conduce a un aumento en el nivel de consciencia, así como a una maduración y refinamiento de la personalidad.

En el Secreto de la Flor de Oro Jung plantea al respecto  “Algún interés más alto y más amplio entró en la perspectiva y, debido a tal ensanchamiento del horizonte, el problema insoluble perdió su urgencia. No fue resuelto lógicamente en sí mismo, sino que palideció frente a una dirección nueva y más fuerte de la vida No fue reprimido y hecho inconsciente, sino que meramente apareció bajo otra luz y así fue distinto. Lo que en un nivel más bajo hubiese ocasionado conflictos muy violentos y ataques de emoción cargados de pánico, observado desde un nivel más alto de la personalidad, parecía una tormenta vista desde la cima de una montaña. Si bien a la tormenta no se le priva de nada de su realidad, uno no se encuentra dentro de ella, sino por encima de ella. Debido a que desde un punto de vista psíquico somos al mismo tiempo valle y montaña, parece una ilusión improbable que uno se tuviera que sentir más allá de lo humano. Seguramente uno siente el afecto y es conmovido y atormentado por él, pero al mismo tiempo uno dispone también de una consciencia más Iúcida, que evita que uno se vuelva idéntico al afecto, una consciencia que toma el afecto como un objeto y que puede decir yo sufro”

El trabajo con las emociones como contribución al desarrollo de la consciencia colectiva

En su autobiografía, Jung sostiene que la gran tarea de cada individuo es volverse consciente de los contenidos del inconsciente: “No debe persistir en su inconsciencia ni identificarse con los elementos inconscientes de su ser, evitando así su destino, que es generar cada vez más conciencia. Por lo que podemos discernir, el único propósito de la existencia humana es encender una luz en la oscuridad del mero ser. Incluso cabe suponer que, así como el inconsciente nos influye, el crecimiento de nuestra conciencia también impacta al inconsciente”.

Para Jung entonces, el trabajo con las emociones, la integración de los complejos, la sombra y los aspectos inconscientes no solo impacta la salud mental del individuo y mejora sus vínculos afectivos, sino que también representa una contribución al desarrollo de la conciencia colectiva y al refinamiento del alma del mundo. 

Edinger señala lo anterior de la siguiente manera: Cada experiencia humana, en la medida en que se vive en la conciencia, aumenta la suma total de la conciencia en el universo. Este hecho proporciona el significado de cada experiencia y le da a cada individuo un papel en el actual drama mundial de la creación”

Daniel Ulloa Quevedo

Psicólogo Clínico – Psicoterapeuta Junguiano

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Imagen de la portada  Fragmento de Las tentaciones de San Antonio de Jerónimo Bosch en el Museo de Arte de Sao Paulo

Referencias Bibliográficas

 Hannah Barbara The Archetypal Symbolism of Animals : Lectures Given at the C.g. Jung Institute Zurich 1954-1958. Wilmette Ill: Chiron Publications.
Edinger EF. The Creation of Consciousness : Jung’s Myth for Modern Man. Inner City Books; 1984.

Johnson, R. A. (2016). Trabajo interior : como usar los sueños y la imaginación activa para el crecimiento personal. Escola de Vida.

Johnson RA. Inner Gold : Understanding Psychological Projection. Koa Books; 2008.

Jung, C. G. (1990). Las relaciones entre el Yo y el Inconsciente. Barcelona: Editorial Paidós.

Jung, C. G. (1991). Arquetipos e Inconsciente Colectivo. Barcelona: Editorial Paidós

Jung, C. G. (2001). Los complejos y el inconsciente. Barcelona: Alianza Editorial

Jung, C. G. (2013). La práctica de la psicoterapia. Editorial Trotta, S A.

JUNG, C.. G(1998). Símbolos de transformación. Barcelona  Paidós.

JUNG, C. G. (1993). La psicología de la transferencia. Barcelona, Planeta-Agostini

JUNG, C. G. (2007). Mysterium coniunctionis: investigaciones sobre la separación y la unión de los opuestos anímicos en la alquimia. Madrid, Trotta.

Stein M. El Mapa Del Alma SegúN C.G. Jung. 1a ed. Luciérnaga; 2004

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