Desde la perspectiva de la psicología junguiana la personalidad se concibe como inmersa en un proceso evolutivo en el que, a partir de la interacción e integración de las polaridades complementarias que nos constituyen (consciente-inconsciente, luz-oscuridad, femenino-masculino) se configuran estructuras cada vez mayor complejidad.
Esta dinámica de progresión cíclica, de refinamiento de la personalidad, que Jung denominó individuación, puede reconocerse en las imágenes y temáticas de diversos lenguajes simbólicos como la alquimia, el yoga o la astrología. También se manifiesta en mitologías, cuentos populares, expresiones culturales de todas las épocas y, de manera particular, en los sueños de todas las personas.
Una de las temáticas simbólicas que frecuentemente expresa el tránsito hacia un estado más maduro o elevado de la personalidad es la del viaje.
En nuestros sueños el motivo del viaje puede adoptar múltiples formas: hacer una maleta con prisa o sin saber qué llevar, buscar documentos que son necesarios para cruzar la frontera, perder un vuelo o un tren, llegar tarde a una conexión crucial entre muchas otras variaciones.
En ocasiones el tema del viaje pone un énfasis particular en el paso por aeropuertos, estaciones, fronteras o aduanas. Estos espacios simbolizan, en el plano psíquico, estados de tránsito y liminalidad: umbrales entre lo conocido y lo desconocido, entre lo antiguo y lo que está aún por nacer.
Los dos momentos del viaje de transformación
La imagen del individuo como viajero y de la vida como un viaje está presente en numerosas tradiciones culturales y espirituales.
Esta representación se vincula con la idea, también ampliamente difundida, de un origen divino de la humanidad, seguido por una caída o expulsión, y el anhelo de regresar a la patria celestial o al paraíso perdido.
En muchas mitologías, el ser humano aparece entonces como un exiliado, un extranjero en tránsito por el mundo terrenal, impulsado por la nostalgia de su lugar originario.
El viaje arquetípico de la individuación, del desarrollo de la conciencia— representa, desde la perspectiva junguiana, un doble movimiento.
En primer lugar, implica un alejamiento de la fuente originaria, de la naturaleza primordial, lo que en términos psicológicos se traduce en el desprendimiento de la dependencia de las figuras parentales.
Este distanciamiento permite la construcción de un ego suficientemente sólido, diferenciado de lo inconsciente, con sentido de identidad y singularidad.
El segundo movimiento, complementario al primero, es el retorno simbólico a la totalidad originaria, ya no como fusión inconsciente, sino como integración consciente de los aspectos reprimidos, olvidados o proyectados durante la primera parte del viaje.
Es en este regreso donde el ego se reconcilia con el sí-mismo, con la fuente originaria, reconociéndose como parte de un orden más amplio que le trasciende y sustenta.
El movimiento en espiral: la elevación del ser
Se considera que el proceso de individuación no sigue un curso lineal sino más bien se corresponde a la imagen de un espiral ascendente.
Se plantea que las actitudes y perspectivas con las que nos identificamos en un momento dado comienzan a ser insuficientes y obsoletas para encarar las nuevas condiciones que van emergiendo a lo largo de la vida.
Cuando esto sucede nuestro sistema psíquico entra en crisis impulsando y exigiendo la actualización y la maduración de nuestra personalidad.
Las crisis suelen desencadenarse por situaciones que nos frustran o nos generan sufrimiento, desconcierto, ansiedad o desmotivación. Son circunstancias que nos confrontan con la necesidad de asumir una pérdida o realizar un sacrificio.
En ese proceso, atravesamos una especie de muerte simbólica de aspectos del ego ya obsoletos, lo que abre la posibilidad de una renovación: una actualización de nuestras perspectivas, valores o actitudes.
En los sueños, los momentos críticos de transformación suelen representarse mediante imágenes asociadas a la liminalidad: espacios, tiempos, situaciones o figuras que aluden a lo híbrido, al tránsito, a lo indefinido, a lo ambiguo.
Lo liminal, la fase intermedia en una iniciación
En las culturas tradicionales, los cambios de estatus —como el paso de la niñez a la adultez o el acceso a nuevos roles dentro de la comunidad— suelen estar acompañados de ritos de paso o rituales de iniciación.
El concepto de liminalidad, proveniente del latín limen (‘umbral’), fue introducido por el etnógrafo y folclorista Arnold van Gennep en 1909.
En su obra Ritos de paso, Van Gennep describió cómo los rituales de paso suelen seguir una estructura tripartita: primero, una fase de separación del estado anterior; luego, una etapa liminal o de transición, en la que se suspenden las referencias habituales y la identidad se encuentra en transformación; y finalmente, una fase de reincorporación o agregación a la vida comunitaria, ya con un nuevo estatus.
El antropólogo Victor Turner revitalizó el concepto de liminalidad al extenderlo más allá de los rituales tradicionales, explorando su presencia en fenómenos sociales, culturales y simbólicos. Para él, estos momentos de tránsito no solo implicaban cambios individuales, sino que también abrían un espacio fértil para la creatividad, la crítica y la transformación colectiva.
Espacios liminales: portales al mundo sutil
Los espacios liminales son lugares o zonas de transición que marcan el paso entre distintos estados, territorios, mundos o realidades. Pueden encontrarse tanto en el entorno natural como en construcciones humanas, así como en paisajes imaginarios o fantásticos.
En la naturaleza, los espacios liminales incluyen cuevas, ríos y sus orillas, playas, cataratas, manantiales, bosques densos, montañas y desiertos. Todos ellos han sido considerados en distintas tradiciones como lugares de transformación y de encuentro con lo sagrado o lo misterioso.
Los volcanes, además de ser vistos como puertas al mundo subterráneo, subrayan el carácter dual de la liminalidad, al integrar fuerzas de creación y destrucción. También son liminales los cruces de caminos naturales, a menudo marcados por piedras o árboles, que suelen representar en los cuentos las disyuntivas del destino o los cambios de rumbo.
Los espacios arquitectónicos liminales incluyen aeropuertos, estaciones de tren o autobús, hoteles, hospitales, puentes, pasillos, aduanas, bifurcaciones de caminos o estacionamientos. Son lugares de tránsito, donde la permanencia es temporal y funcionan como mediadores de una experiencia.
El cine y el teatro pueden entenderse como espacios simbólicamente liminales, ya que en ellos se suspenden las coordenadas habituales del tiempo, el espacio y la identidad. El espectador entra en un umbral en el que es conducido hacia mundos alternativos, vivencias emocionales intensas o revelaciones interiores.
Espacios liminales mitológicos
Los lugares liminales en la mitología son espacios que representan umbrales entre mundos: entre la vida y la muerte, lo humano y lo divino, la realidad tangible y el mundo sutil. Funcionan como metáforas de transición, purificación y trascendencia en las culturas que los imaginaron.
En la mitología griega, el río Estigia marca el umbral entre la vida y la muerte, mientras que en la tradición cristiana, el Purgatorio actúa como un puente entre el mundo terrenal y el Paraíso, un espacio de expiación y transformación. En el budismo tibetano, el Bardo representa el viaje entre la muerte y el renacimiento, un período donde las almas enfrentan sus propias ilusiones antes de alcanzar su siguiente destino. En la mitología maya, Xibalbá es el inframundo, un lugar de pruebas antes del destino final de las almas.
La liminalidad en la fantasía
En las historias fantásticas, los espacios liminales se presentan como portales que abren el paso a realidades paralelas, donde las leyes habituales se disuelven y emergen nuevas formas de sentido.
El espejo de Alicia la transporta a un universo donde la lógica se retuerce y los objetos cobran vida. El andén 9¾ en el universo de Harry Potter es la puerta secreta entre el mundo cotidiano y el universo de la magia. En Las Crónicas de Narnia, el armario de madera envejecida marca el punto de inflexión: una entrada silenciosa a un reino encantado donde lo maravilloso irrumpe en lo cotidiano.
Significación personal y amplificación
En los sueños pueden aparecer espacios liminales que remiten a lo natural, lo arquitectónico, lo fantástico o incluso a una combinación de estos. Por ejemplo, podríamos soñar que nos adentramos en un bosque espeso, luego cruzamos un puente colgante y finalmente llegamos a una casa embrujada.
Desde la perspectiva junguiana se considera que los diferentes elementos que componen los sueños, como los escenarios, personajes y objetos, poseen una simbología única y reveladora que está relacionada con la dinámica evolutiva de nuestra psique. Estos símbolos oníricos dependen de cada individuo que sueña, reflejando su historia personal, experiencias y procesos internos.
Al soñar con espacios liminales, será relevante indagar entonces sobre la especificidad de ese umbral en nuestros sueños: ¿dónde se encuentra?, ¿qué separa o conecta?, ¿qué rol cumple dentro de la escena onírica? No es lo mismo soñar, por ejemplo, que estamos en un pasillo estrecho, que cruzamos un puente colgante o que descubrimos una puerta secreta en una pared familiar.
Es igualmente necesario considerar las asociaciones personales del soñante respecto a ese tipo de lugares. Una persona que ha transitado muchas veces estaciones de tren o aeropuertos podrá tener vínculos distintos con esos espacios respecto de alguien que los percibe como lugares de ansiedad o de espera. El significado del espacio liminal en el sueño no está dado de antemano, sino que se revela en la interacción entre el símbolo, el contexto onírico y la biografía psíquica del soñador.
Para Jung, los sueños desempeñan una función compensadora de la actitud consciente. Esto implica que los sueños buscan equilibrar y compensar los aspectos de la psique que han sido relegados o reprimidos. Por lo tanto se considera indispensable indagar sobre las creencias y actitudes del soñante, y así, identificar cuáles son los aspectos dominantes de su personalidad que pueden estar siendo compensado por los sueños.
A partir de la contextualización e identificación de los significados personales del soñante, junto con el reconocimiento de la actitud consciente, es posible escoger el material simbólico proveniente de la mitología, el folklore y el arte universal que puede aportar imágenes y metáforas que complementan el sentido del sueño.
La complementación de los significados personales mediante la utilización de imágenes de la simbología universal se le conoce como amplificación.
La amplificación tiene como objetivo extender el marco comprensivo de nuestros dramas y conflictos personales a un nivel colectivo, y nos brinda caminos posibles de actuación basados en la experiencia acumulada de la humanidad en millones de años.
Además de las imágenes de la simbología universal, las descripciones científicas sobre elementos o fenómenos específicos también pueden ser incorporadas como imágenes que enriquecen la actividad de la amplificación.
Con respecto a los sueños en espacios liminales, la amplificación nos permite orientarnos sobre cómo la humanidad ha imaginado, a lo largo del tiempo, los tránsitos, umbrales y pasajes entre estados de conciencia. Amplificar estos símbolos nos ayuda a situar el sueño individual en un marco más amplio, donde lo personal y lo colectivo se entrelazan, y donde los movimientos internos del alma encuentran resonancia en imágenes universales.
Los no-lugares: civilizacion en transicion
El antropólogo francés Marc Augé introdujo el concepto de no lugar para describir aquellos espacios de la modernidad —como aeropuertos, autopistas, centros comerciales o cadenas hoteleras— que, a diferencia de los lugares antropológicos cargados de historia, identidad y relaciones simbólicas, se caracterizan por su transitoriedad, anonimato y homogeneidad.
En los no lugares, el individuo no establece un vínculo duradero ni afectivo con el entorno, sino que se convierte en un sujeto pasajero, funcional, reducido a su condición de consumidor o viajero.
Estos espacios reflejan un fenómeno característico del mundo contemporáneo: la pérdida de arraigo y la fragmentación de la experiencia en un contexto cada vez más acelerado y globalizado.
Desde distintas perspectivas —entre ellas la junguiana—, el presente colectivo se interpreta como una transición hacia nuevos principios, valores y categorías que aún no han terminado de definirse, mientras muchos de los referentes tradicionales se revelan como insuficientes o incluso nocivos.
Estamos asistiendo a transformaciones profundas en concepciones fundamentales como el género, la familia, los vínculos afectivos o el desarrollo económico, que están dejando atrás modelos dicotómicos y rígidos para dar paso a formas más fluidas, diversas y ajustadas a las necesidades subjetivas. Estos cambios pueden generar desconcierto, ambivalencia o incertidumbre emocional, reflejando la complejidad de los procesos de adaptación y transformación que atravesamos.
Para la psicología junguiana, lo colectivo se encarna en lo individual: cada persona atraviesa esta transición cultural de manera única, viviéndola en su biografía y en sus padecimientos, lo que la conduce a una reformulación profunda de sus modos de ser.
En este contexto, los sueños que tienen lugar en espacios liminales pueden aludir a los procesos de transformación global que se están sucediendo en los marcos culturales y existenciales de referencia.
Lo liminal en el mundo digital: lo siniestro y lo inquietante

En 2019, una imagen en apariencia trivial —una habitación vacía con luces fluorescentes y alfombra amarilla— fue publicada en una plataforma de internet con la consigna de compartir otros lugares que generaran inquietud o “mal rollo”. Lo que siguió fue una oleada de respuestas: usuarios de todo el mundo comenzaron a compartir fotos de espacios desolados o fuera de contexto, como pasillos interminables, escuelas vacías, oficinas abandonadas, parques infantiles sin niños o estaciones de metro desiertas.
Estas imágenes, impregnadas de una mezcla de nostalgia, desasosiego y desorientación, resonaron profundamente en la audiencia y se multiplicaron rápidamente en diversas plataformas digitales. Se empezó a hablar entonces de los liminal spaces o espacios liminales: escenarios que inquietan porque se sitúan en un umbral entre lo familiar y lo incierto
La sensación que provocan guarda un parentesco estrecho con el concepto de lo siniestro, que según Sigmund Freud, es aquello que resulta inquietante porque combina lo familiar con lo extraño, generando una sensación de desasosiego. Se trata de elementos que deberían ser conocidos, pero que aparecen de manera distorsionada o inesperada, provocando una reacción de miedo o incomodidad.
Freud lo relaciona con el concepto de Unheimlich, que en alemán significa tanto «familiar» como «extraño», reflejando esa dualidad perturbadora. Ejemplos de lo siniestro incluyen muñecas que parecen demasiado humanas, reflejos que no corresponden con la realidad o espacios que evocan recuerdos pero carecen de vida. Lo siniestro no es simplemente terror, sino una forma más sutil de inquietud que juega con la percepción y la memoria, haciendo que lo cotidiano se transforme en algo perturbador
En relación con lo anterior, es relevante como ciertos espacios liminales —como un cruce migratorio, un túnel, un aeropuerto, un puente o un hospital— suelen generar inquietud en la mayoría de las personas, incluso cuando no hay una razón objetiva para ello.
Por otro lado, otros espacios o momentos liminales, como los aviones, la medianoche, el fin de año o los cumpleaños, tienden a despertar aprehensión en quienes son especialmente sensibles a estas experiencias de transición. Así, para algunas personas volar en avión puede ser fuente de ansiedad, mientras que para otras, el fin de año o el cumpleaños pueden evocar una reflexión intensa o preocupaciones existenciales.
La resonancia de las imágenes liminales y su viralidad en el mundo digital pueden leerse también como un reflejo del espíritu de época liminal que atravesamos, y que se vivió de manera particularmente intensa durante la reciente pandemia.
Momentos liminales: cuando la magia es posible
Así como hay espacios o lugares liminales, también existen momentos de tránsito que actúan como umbrales simbólicos en el tiempo.
Los solsticios y equinoccios han sido celebrados desde la antigüedad como hitos cíclicos que marcan el paso de una estación a otra. En sintonía con la concepción de una correspondencia entre el macrocosmos y el microcosmos, estos momentos eran vividos también como reflejo de transiciones internas y cambios de etapa, tanto a nivel colectivo como individual. Los rituales asociados a estas fechas buscaban, así, armonizar el orden del mundo con el del alma, integrando los ritmos de la naturaleza en el devenir humano.
La medianoche, la frontera en el transcurrir de los días, ha sido considerada en muchas tradiciones como un momento liminal por excelencia: la hora en que el velo entre los mundos se adelgaza, propicia para la magia y las revelaciones de los mundos ulteriores.
El crepúsculo, por su parte, representa una transición entre la luz y la oscuridad, ha sido tradicionalmente percibido como un tiempo de encantamiento en el que se entrelazan lo visible y lo invisible, lo racional y lo intuitivo.
El año nuevo simboliza también el cierre de un ciclo y la apertura a nuevas posibilidades, marcando un umbral colectivo hacia la renovación.
En la tradición cristiana, la Cuaresma constituye otro tiempo liminal: un periodo de retiro, penitencia y transformación interior que prepara simbólicamente la muerte del yo antiguo y el renacimiento espiritual durante la Pascua.
Para la psicología junguiana, estos umbrales del tiempo natural son momentos liminales especialmente propicios para las sincronicidades: hechos extraordinarios en los que puede percibirse el influjo del mundo arquetípico en la vida cotidiana.
Jung en este sentido observó que los fenómenos sincronísticos tienden a manifestarse en situaciones cargadas de afectividad, como muertes, enamoramientos, viajes o decisiones cruciales—momentos de transición en los que nos sentimos divididos o enfrentados a una transformación interior.
Estados liminales en la naturaleza

Los sueños a menudo incorporan imágenes de la naturaleza como metáforas de estados liminales, revelando procesos internos de transformación o tránsito.
En el mundo natural, la liminalidad se manifiesta con intensidad en esos momentos de cambio silencioso, como la crisálida, que encierra una forma de vida en pleno proceso de metamorfosis.
También la oruga, el renacuajo o la larva encarnan estados intermedios en los que una identidad comienza a disolverse mientras otra aún no ha tomado forma.
El deshielo tras el invierno, las migraciones de aves o los rituales de apareamiento de ciertas especies reflejan pasajes entre estados.
La germinación de una semilla bajo tierra —invisible pero ya activada por la humedad y el calor—, las mudas de serpientes o ciervos, o los estuarios donde el agua dulce y salada se entremezclan sin pertenecer del todo a un único entorno, son imágenes naturales cargadas de ambigüedad fértil que también pueden surgir en los sueños como símbolos de lo que en la psique está mutando, renaciendo o a punto de emerger.
Los eclipses, por su parte, interrumpen el curso habitual del sol o la luna, generando una sensación de suspensión del tiempo y del orden cósmico, lo que los convierte en potentes símbolos de cambio, revelación o crisis.
La celebración de la liminalidad
En muchas culturas, la liminalidad se celebra y ritualiza.
Durante los Carnavales, por ejemplo, se invierte temporalmente el orden social: lo marginal se vuelve central, lo reprimido se expresa libremente y lo solemne da paso a lo lúdico, permitiéndose los excesos y las transgresiones.
En la Noche de los Muertos (México) o en el Samhain celta —antecedente del Halloween moderno— se difumina la frontera entre vivos y muertos, facilitando el reencuentro y la memoria.
La Noche de San Juan, ligada al solsticio de verano, celebra la expansión de la luz con rituales de fuego, purificación y renovación, evocando lo mágico y lo transformador.
Asimismo, muchos ritos de iniciación, sean religiosos, sociales o personales, incorporan elementos festivos o ceremoniales que encarnan esta transición entre estados del ser. Estas celebraciones colectivas permiten contener, simbolizar y transformar las tensiones propias de todo proceso de cambio.
Los sueños en los que participamos en fiestas o grandes celebraciones pueden aludir al ‘momento de carnaval’ en la psique, un período simbólico donde se liberan tensiones internas, se expresan aspectos reprimidos y se abre espacio para la transformación.
Hermes: imagen arquetípica de lo liminal
En la mitología griega, Hermes es el dios de los viajeros, los cruces y las fronteras, también el guía de las almas hacia el inframundo y el mensajero entre los dioses y los humanos.
Como arquetipo, representa las transiciones, los estados intermedios y los umbrales psíquicos. Su figura encarna la inteligencia simbólica y poética, la astucia, la capacidad de moverse entre mundos y de mediar entre opuestos.
Hermes recibía honores en las encrucijadas para disipar los fantasmas y evitar los malos encuentros; los caminos estaban marcados por piedras consagradas en su nombre, señalando su tutela sobre los momentos de tránsito.
Hermes, que corresponde a Mercurio en la mitología romana, es solo una de las múltiples figuras que, a lo largo de distintas tradiciones, encarnan el arquetipo del mediador entre mundos.
Dionisio, dios del vino y el éxtasis, encarna la liminalidad al moverse entre opuestos como el orden y el caos, la vida y la muerte. Figura errante y extranjera, se sitúa fuera del sistema olímpico y de las normas establecidas, liberando fuerzas reprimidas y desestabilizando las formas fijas. Su carácter andrógino desafía las categorías binarias de género, simbolizando la integración de lo masculino y lo femenino. Las fiestas dionisíacas suspendían las convenciones sociales y abrían un espacio para el caos creativo, haciendo de Dionisio un mediador liminal, portador de transformación, renovación y metamorfosis interior.
Perséfone encarna el tránsito entre mundos: pasa parte del año en el inframundo como reina de los muertos y parte en la tierra como hija de la diosa Deméter, simbolizando así el ciclo eterno de muerte y renacimiento.
Hécate, por su parte, es una diosa encrucijada, guardiana de los umbrales, de lo invisible y lo oculto. Asociada a la noche, a la brujería, su figura acompaña a quienes transitan entre estados o realidades, tanto en la vida como en el sueño o la muerte.
En todas las culturas es posible identificar divinidades con aspectos relacionados con lo liminal. Thoth en el antiguo Egipto, escriba y mensajeros de los dioses, guía de las almas después de la muerte, Elegguá en la tradición yoruba, guardián de los caminos y de las encrucijadas; el Coyote de los pueblos nativos norteamericanos, astuto y transformador; o el dios Odín en la mitología nórdica, viajero entre los mundos que busca la sabiduría oculta.
Todas estas figuras simbolizan la capacidad de transitar lo incierto, de vincular opuestos y de sostener el pasaje entre lo conocido y lo desconocido.
La liminalidad o el potencial creativo de las crisis
Es importante destacar que los espacios o momentos liminales no deben entenderse como tiempos muertos o vacíos donde nada sucede. Por el contrario, en ellos tienen lugar experiencias decisivas: se depuran aspectos propios de la etapa anterior, se desarrollan nuevos recursos y se revelan las perspectivas que posibilitan el acceso al siguiente estado del ser.
Momentos en los que se manifiesta con especial intensidad la experiencia liminal a lo largo del ciclo vital son la adolescencia, la crisis de la mediana edad y la vejez avanzada.
También pueden considerarse estados liminales otras etapas de transición, como el paso por la vida estudiantil, en las que el individuo aún no ha asumido plenamente un rol adulto y no ha dejado plenamente la dependencia infantil.
De manera similar, experiencias como el duelo, una migración, una separación afectiva son situaciones que suspenden el curso habitual de la vida, desestabilizan las certezas previas y obligan a redefinir la propia identidad frente a nuevas realidades. Todas ellas requieren, en mayor o menor medida, un periodo de ajuste, en el que la persona necesita tiempo y contención para asimilar lo perdido, reorganizar su mundo interno y comenzar a construir nuevos sentidos.
Las enfermedades graves pueden vivirse como experiencias liminales: momentos de tránsito en los que la persona se encuentra entre la salud y la muerte. El cuerpo lucha por restablecer su equilibrio, pero el desenlace puede ser incierto: puede haber recuperación —aunque muchas veces con cambios profundos— o puede sobrevenir la muerte, que representa una transformación definitiva respecto al estado anterior. Durante la enfermedad, las obligaciones y roles sociales suelen quedar en suspenso, y en ese paréntesis pueden activarse procesos psíquicos intensos, como replanteamientos existenciales, maduración emocional y transformaciones interiores significativas.
En los períodos liminales de nuestra vida, a menudo nos sentimos como si no fuéramos “ni de aquí ni de allá”, en una tierra de nadie, suspendidos entre lo que ya no somos y lo que aún no llegamos a ser. Es un estado de desarraigo, vacío y ambigüedad, pero también de apertura, posibilidad y renovación. Son umbrales anímicos en los que el yo se ve despojado de sus referencias habituales y se vuelve permeable a lo nuevo.
En la psicología junguiana, se entiende que las crisis y su sintomatología —como la depresión, la ansiedad o el desasosiego— nos “cocinan” simbólicamente, transformándonos desde dentro. Durante este proceso, se disuelven las estructuras internas que requieren renovación, permitiendo así la emergencia de nuevas creencias, actitudes y perspectivas que darán forma a la etapa siguiente.
Los sueños como ritual simbólico
Desde la perspectiva junguiana, se considera que en las sociedades contemporáneas se han perdido la mayoría de los rituales tradicionales, y los que aún perduran carecen ya de su dimensión trascendente.
Por ello, los procesos de transformación psíquica suelen activarse a través de experiencias vitales de fuerte impacto emocional —como la maternidad o la paternidad, el matrimonio, la jubilación, la muerte de los padres, un divorcio, un accidente o una enfermedad—, es decir, situaciones que nos conducen a estados de liminalidad con su potencial creativo.
La psicología análitica propone que los sueños funcionan como una especie de ritual simbólico que propicia y acompaña la transformación psíquica. Se entiende que forman parte de los mecanismos del organismo y de la psique orientados a favorecer la homeostasis, es decir, el equilibrio interno necesario para que los procesos naturales de desarrollo, crecimiento y sanación puedan desplegarse adecuadamente.
Los sueños que transcurren en espacios liminales —como aeropuertos, túneles, puentes o bosques— suelen simbolizar la etapa intermedia de una transición significativa. Estos sueños ofrecen orientación sobre los aspectos internos que enfrentamos durante ese proceso, tales como miedos, culpas o vergüenzas. También señalan lo que es necesario dejar atrás o sacrificar —hábitos, creencias o actitudes— y aquello que debe ser cultivado o recibir espacio para emerger en una nueva forma.
En los sueños pueden aparecer, como símbolos de estados de transición, tanto espacios o momentos liminales como animales o personas enfermas, figuras en crisis, objetos dañados, casas en proceso de restauración o escenas de mudanza.
La liminalidad en el periplo heroico: el retorno a lo auténtico
La narración mítica del viaje del héroe, que se encuentra en la estructura de muchas historias antiguas y contemporáneas (nacimiento humilde y milagroso, llamado a una misión, pruebas, encuentro con aliados y adversarios, lucha contra el mal, descenso a los infiernos, encuentro del tesoro, matrimonio con la princesa) es para el psiquiatra suizo Carl Jung, una manifestación simbólica de un proceso de transformación psíquica que todos los individuos se ven compelidos a realizar lo largo de su vida.
El mitólogo Joseph Campbell realizó una exhaustiva investigación sobre el mito prototípico y propuso 17 etapas que se pueden identificar en múltiples historias y mitología de todo tiempo y lugar.
A pesar de que cada etapa puede entender como una etapa de tránsito para la siguiente hay cuatro etapas en donde se hace más evidente el carácter liminal.
La etapa 5, el cruce del primer umbral, marca el momento en que el héroe abandona el mundo ordinario y entra en el ámbito de lo desconocido y misterioso, que se convierte en el escenario de su transformación
En los relatos míticos, esta transición suele representarse mediante imágenes como el cruce de un bosque oscuro, el paso por una puerta secreta, el descenso a una cueva o la entrada a un territorio prohibido. Estas figuras simbolizan el umbral hacia un mundo sutil y mágico, donde las leyes ordinarias se suspenden y se abre el acceso a una dimensión transformadora, rica en revelaciones.
A nivel psicológico, hace referencia a esos momentos en que circunstancias internas o externas nos impiden continuar viviendo de la manera que lo estábamos haciendo y se nos impulsa hacia un territorio desconocido de nuestra personalidad.
La etapa 6, el vientre de la ballena, representa una muerte simbólica: el héroe es engullido por algún ente y permanece en suspensión, aislado del mundo anterior, en un espacio de transformación profunda.
En los relatos míticos, esta etapa se expresa en imágenes como ser tragado por una gran criatura, descender a las profundidades del mar, entrar en una cueva oscura o internarse en el corazón del bosque. Ejemplos de ello son Pinocho dentro del vientre del gran pez, Jonás en el vientre de la ballena, o Caperucita Roja en el interior del lobo: figuras que encarnan el retiro forzoso del mundo conocido y la preparación para una metamorfosis interior.
A nivel psicológico, este momento simboliza una suspensión necesaria en la que el individuo se desconecta temporalmente de su realidad anterior para enfrentar procesos internos profundos. Puede manifestarse en períodos de depresión, ensimismamiento o lo que se conoce como la “noche oscura del alma”, experiencias en las que la psique parece oscurecerse y perder su rumbo, pero que son fundamentales para la transformación y el renacimiento hacia una nueva identidad.
En la etapa 7, el camino de pruebas, el héroe atraviesa una serie de desafíos que lo confrontan con sus miedos, tentaciones y contradicciones internas. Estas pruebas no solo ponen a prueba su fortaleza y determinación, sino que también le permiten desprenderse de antiguas formas de ser que ya no le sirven.
En los relatos míticos, esta etapa se representa mediante combates con monstruos, enigmas que debe resolver, aliados inesperados o tareas aparentemente imposibles.
Hércules y sus trabajos, Psique cumpliendo las pruebas impuestas por Afrodita, o los obstáculos que enfrenta Frodo en su travesía hacia Mordor, son ejemplos de este tramo del viaje, donde el héroe comienza a forjar una nueva identidad a través de la experiencia y la superación.
A nivel psicológico, esta etapa simboliza el proceso interno de confrontar y transformar los aspectos oscuros, reprimidos o conflictivos del propio ser. Las pruebas funcionan como catalizadores que permiten la integración de estas sombras y el abandono de patrones antiguos, abriendo el camino hacia un yo más maduro y auténtico. Los obstáculos que nos confrontan son los factores que permiten el refinamiento de la personalidad.
La etapa 15, el cruce del umbral de regreso, implica retornar al mundo ordinario llevando los dones adquiridos durante la travesía, pero no sin antes enfrentar la dificultad de reintegrarse: volver siendo otro. El héroe ha cambiado profundamente, y ese regreso puede generar resistencia, incomprensión o incluso la tentación de permanecer en el mundo extraordinario.
En los mitos, esta etapa se representa en figuras como Odiseo regresando a Ítaca y encontrando su hogar transformado, o el Buda descendiendo del estado de iluminación para compartir su sabiduría con el mundo. También puede verse en El Señor de los Anillos, cuando Frodo vuelve a la Comarca pero ya no encaja plenamente en la vida que dejó atrás. Esta etapa señala la necesidad de reconciliar la transformación interior con la realidad cotidiana, y de compartir el conocimiento adquirido como un acto de servicio.
A nivel psicológico, este momento representa el desafío de integrar los cambios profundos en la vida diaria y en la identidad del individuo. Es el proceso de volver al mundo externo con una nueva conciencia, enfrentando la resistencia interna y externa que puede surgir ante lo diferente. La reintegración implica aceptar las nuevas responsabilidades y compromisos que conlleva el cambio para no quedar atrapado en la liminalidad.
Atrapado en la liminalidad
Aunque los estados liminales están destinados a ser etapas transitorias en un proceso de transformación, no siempre logramos atravesarlos completamente. A veces quedamos fijados en ellos, atrapados en la fascinación, la ambigüedad, el desconcierto o el dolor que los caracteriza.
Esta fijación puede adoptar la forma de una repetición compulsiva, donde lo nuevo nunca termina de nacer, evocando la rueda del samsara: un ciclo interminable de sufrimiento en el que los mismos patrones emocionales, relacionales o existenciales se repiten una y otra vez.
Algo en nosotros se resiste a cruzar el umbral. En lugar de abrirnos al cambio, quedamos identificados con una posición psíquica que termina por inmovilizarnos. Por ejemplo, reconocerse como sujeto de una herida puede ser un acto necesario para la conciencia y la reparación; pero cuando esa herida se convierte en el núcleo de la identidad, y se adopta inconscientemente el rol de víctima, la energía vital se paraliza.
El estado liminal, que debería ser un pasaje hacia lo nuevo, puede convertirse en una prisión sutil. Los puentes y pasadizos existen para ser atravesados, no para que nos quedemos a vivir en ellos
Lo anterior puede representarse en sueños en los que la persona se encuentra en espacios de tránsito —como estaciones, aeropuertos, pasillos o puertas— sin poder avanzar, o en los que se repite una misma acción sin resolución, como intentar tomar un tren que nunca llega, buscar una salida que siempre cambia de lugar o prepararse para un viaje que nunca comienza. Estos escenarios expresan simbólicamente la vivencia de estar atrapado en un estado liminal, donde algo en el psiquismo intuye la necesidad de cambio, pero no logra todavía dar el paso hacia lo nuevo
Los guardianes del umbral
Los guardianes del umbral son figuras míticas que representan las fuerzas que custodian el acceso a una nueva dimensión del ser y cumplen un doble papel paradójico.
Por un lado, obstaculizan el paso: confrontan al protagonista con sus miedos, apegos y resistencias, obligándolo a soltar lo que ya no puede acompañarlo. Esta prueba inicial opera como una depuración necesaria, en la que se revela qué aspectos del viejo yo deben ser dejados atrás para que algo nuevo pueda nacer.
Por otro lado, son precisamente estos obstáculos los que posibilitan el desarrollo. Enfrentarlos activa recursos internos, fortalece el coraje y afina las motivaciones. Así, los guardianes no solo ponen a prueba, sino que también preparan: son fuerzas de umbral que, al mismo tiempo que niegan el paso, lo habilitan. En su paradoja, encarnan el conflicto esencial del crecimiento: sólo atravesando la resistencia se accede a la transformación.
En los mitos, estos guardianes adoptan formas como el perro Cerbero que custodia el inframundo, el dragón que protege el tesoro, el centinela armado que bloquea el paso al castillo encantado, o incluso figuras aparentemente benevolentes como el padre que no quiere dejar partir al hijo.
Simbólicamente, encarnan los miedos, culpas, vergüenzas, las dudas y resistencias que emergen ante el umbral de lo nuevo. En el plano psíquico, corresponden a las creencias limitantes, a los patrones o actitudes con los que es necesario batallar para acceder a una versión actualizada del ser.
En los sueños que transcurren en espacios liminales pueden aparecer personajes o situaciones que dificultan el tránsito, así como otros que lo facilitan. Estos elementos nos ofrecen orientación sobre los adversarios o desafíos que encontraremos en nuestro proceso de transformación, así como sobre los posibles aliados o recursos con los que podemos contar.
Soportar la liminalidad: la función trascendente de la psique
Para la psicología junguiana el desarrollo de la consciencia, la madurez de la personalidad se encuentra relacionado con la capacidad de asumir paradojas cada vez de una mayor complejidad; de poder percibir la unidad que subyace a las polaridades; lo uno y lo otro relativos e interdependientes.
No se trata de si lo uno o lo otro es lo correcto o adecuado, sino de cuándo, dónde y cómo lo es cada uno de ellos. No hay correcto o incorrecto, bueno o malo absolutos en ninguno de los aspectos de una polaridad. Sólo hay equilibrio o desequilibrio. Lo anterior está relacionado con lo que algunas tradiciones filosóficas o espirituales nombran como trascender la ilusión de la dualidad.
Para Jung, la conciliación de los opuestos se manifiesta como una paradoja que no surge por la voluntad del ego, sino que emerge cuando hay disposición para sostener la tensión interna propia de los períodos liminales, en los que la personalidad se ve llamada a transformarse y actualizarse.
Al sacrificar la tendencia de nuestro ego infantil de refugiarse en una de las polaridades, se asume entonces el tránsito por la angustia de la incertidumbre, se acepta la incomodidad de la ambigüedad, el dolor del desgarramiento de lealtades aparentemente incompatibles, el miedo por lo desconocido. Nace entonces en nuestra psique, el tercero que trasciende el conflicto, el orden superior que se encontraba latente en el estado previo
Esta función no impone una solución racional, sino que permite que algo inesperado y significativo emerja desde un nivel más profundo. Soportar creativamente la tensión propia de lo liminal, sin evadirla ni apresurar respuestas, es lo que posibilita una verdadera renovación interior y el avance en el camino de individuación.
Preguntas orientadoras para explorar sueños en espacios liminales
¿Dónde te encuentras en el sueño? ¿Qué tipo de lugar es: una estación, un pasillo, una puerta, un umbral, un no-lugar? ¿Qué sensación o emoción predomina en ese espacio: incertidumbre, ansiedad, esperanza, extrañeza? ¿Hay puertas, caminos, pasillos o fronteras que debas cruzar? ¿Qué obstáculos o desafíos aparecen?¿Aparecen personas, animales u objetos que te acompañan, guían o bloquean el paso? ¿Qué podrían representar para ti? ¿Sientes que estás esperando algo o que estás detenido? ¿Qué te impide avanzar?¿Qué parte de ti crees que está simbolizada por ese espacio de transición? ¿Cuál es el sacrificio, el precio o la “clave” simbólica necesaria para poder cruzar? ¿Intuyes algún cambio o transformación que se esté gestando o que deba ocurrir? ¿Cómo termina el sueño? ¿Logras pasar al otro lado o permaneces atrapado? ¿Quiénes aparecen como aliados en este proceso de tránsito? ¿Qué o quiénes actúan como adversarios?
Psicólogo Clínico – Psicoterapeuta Junguiano
Referencias Bibliográficas
Augé, Marc. Los no lugares: espacios del anonimato. Una antropología de la sobremodernidad. 2.ª ed. Barcelona: Gedisa, 2000.
Campbell, Joseph. El héroe de las mil caras. México: Fondo de Cultura Económica, 1959.
———. Las máscaras de Dios I: Mitología primitiva. Madrid: Siruela, 2004.
Chevalier, Jean, y Alain Gheerbrant. Diccionario de los símbolos. 3.ª ed. Barcelona: Herder, 1991.
Cirlot, Juan-Eduardo. Diccionario de símbolos. 4.ª ed. Madrid: Siruela, 2015.
Eliade, Mircea. Mito y realidad. Madrid: Ediciones Guadarrama, 1968.
Franz, Marie-Louise von, y Fraser Boa. El camino de los sueños: Dra. Marie-Louise Von Franz en conversaciones con Fraser Boa. Santiago de Chile: Cuatro Vientos, 1997.
Graves, Robert. Los mitos griegos. 2 vols. Madrid: Alianza Editorial, 2005.
Hillman, James. El sueño y el inframundo. Barcelona: Paidós, 2004.
Johnson, Robert A. Trabajo interior: cómo usar los sueños y la imaginación activa para el crecimiento personal. Barcelona: Escola de Vida, 2016.
Jung, C. G. La práctica de la psicoterapia. Madrid: Editorial Trotta, 2013.
———. Los complejos y el inconsciente. Barcelona: Alianza Editorial, 2001.
———. Símbolos de transformación. Barcelona: Paidós, 1998.
Stein, Murray. El mapa del alma según C.G. Jung. 1.ª ed. Barcelona: Luciérnaga, 2004.
Turner, Victor. El proceso ritual: estructura y antiestructura. Madrid: Taurus, 1988.
Van Gennep, Arnold. Los ritos de paso. Madrid: Alianza Editorial, 1986.
Freud, Sigmund. Lo siniestro. En Obras completas. Vol. XVII: Psicología de las masas y análisis del yo y otras obras (1920-1922), 217–256. Buenos Aires: Amorrortu, 1976.
