Los complejos afectivos en el proceso migratorio

Los complejos afectivos

Los Complejos afectivos son un constructo teórico desarrollado por el psiquiatra suizo Carl Jung hace más de 100 años que, con el transcurrir del tiempo, ha llegado a convertirse en una palabra de uso común en varios idiomas. Hacen referencia a un conjunto de emociones, imágenes y fantasías inconscientes que promueven determinadas formas de pensar, sentir y actuar. Pueden entenderse como una especie de subpersonalidades constitutivas de la psique que, con algún grado de autonomía, perturban la conciencia.

Un indicativo de que estamos actuando bajo el influjo de un complejo es la desproporción o no correspondencia de nuestras reacciones con respecto a las circunstancias del contexto. Los estados de enamoramiento, de celos, los cambios generados por el alcohol, emociones profundas sin aparente relación con situaciones externas son algunas manifestaciones de los complejos afectivos.

Para Jung, los complejos poseen también un núcleo arquetípico, por lo que además de construirse a partir de las experiencias personales, se relacionan con vivencias y situaciones con las que se ha confrontado la humanidad a lo largo de su historia: la rivalidad entre hermanos, la necesidad de emanciparse de los padres, la muerte etc.

Los complejos son los elementos constitutivos de la psique por lo tanto no pueden considerarse en sí mismo negativos.

La constelación de los complejos genera una activación psíquica que nos estimula para elaborar maneras de abordarlos e integrarlos; son por lo tanto, motores para la transformación y ampliación de nuestra conciencia.

Lo negativo o “patológico” de los complejos es su rigidez, es decir, la imposibilidad de acceder a nuevas experiencias al estar supeditados o fijados por vivencias anteriores. Jung solía decir que el problema no es tener complejos, sino que los complejos nos tengan a nosotros, es decir, cuando su influjo es de tal magnitud, que nos impide relacionarnos de manera dinámica y adecuada con los requerimientos emergentes del contexto.

El proceso migratorio es un escenario propicio para la activación de complejos de inferioridad debido a las múltiples circunstancias a las que nos vemos expuestos como, por ejemplo, ser catalogados como pertenecientes a un grupo social al que se le otorgan connotaciones negativas, tener que desempeñarnos en muchas ocasiones en trabajos con un nivel de formación inferior al que poseemos o en oficios que son poco valorados socialmente, o a también al sentimiento de incompetencia que emerge por el desconocimiento de la manera para desenvolvernos de manera adecuada en el nuevo contexto. 

El complejo de inferioridad en los procesos migratorios: la identidad nacional exaltada o minusvalorada

Alfred Adler realizó profundos análisis y descripciones sobre el Complejo de inferioridad y lo catapultó como el núcleo de su teoría psicológica.

El psicoterapeuta austriaco consideraba que un sentimiento de inferioridad con una intensidad adecuada puede actuar como movilizador para lograr objetivos. Sin embargo, si el sentimiento es demasiado intenso, puede llegar a constituirse en un complejo, manifestándose en un profundo estado de desánimo que inhibe la capacidad de afrontar dificultades.

Para Adler, ante el sentimiento de inferioridad las personas pueden reaccionar de distintas maneras que van desde la resignación a diferentes tipos de compensaciones.

La resignación ante el sentimiento de inferioridad puede dar lugar a una actitud de servilismo, inseguridad, inhibición, modestia y timidez exagerados. La persona resignada se identifica con el sentimiento de minusvalía y asume que no hay nada que pueda hacer para superar el estado de inferioridad. Le parece que las demás personas le superan, no solo en algunos aspectos, sino de manera global.

Si nos encontramos resignados ante el sentimiento de inferioridad, pareciera como si viviéramos permanentemente disculpándonos por nuestra simple presencia. Nos movemos entre la envidia, la admiración y la hostilidad en las relaciones con los demás.

Si la persona no se resigna, puede optar por tres modos de compensación que no son excluyentes.

La primera forma de compensación estaría encaminada a suprimir o disminuir la situación por la que nos sentimos inferiores o sus consecuencias. Por ejemplo una persona que se siente inferior por su condición de migrante, procuraría adoptar el acento, ciertas maneras de ser o expresiones de las personas del lugar de acogida, así, piensa de manera inconsciente, puede “disimular” un poco. Estas adopciones pueden ser percibidas por los demás como exageradas o artificiales. La persona entonces se “sobreidentifica” e idealiza el lugar de acogida, aborreciendo en ocasiones el país de origen.

El segundo modo de compensación planteado por Adler sería buscar la manera de destacar en un ámbito diferente al que nos sentimos inferiores. Es decir, si nos sentimos inferiores en el nuevo contexto por no conocer sus códigos y expresiones culturales se busca, por ejemplo, empezar a desarrollar aspectos de nuestra cultura que consideramos nos pueden ayudar a destacar, como cocinar platos típicos, bailar alguna música característica o usar ciertas prendas.

En este caso, en lugar de adoptar el acento y expresiones de las personas del nuevo contexto, como sería la primera forma de compensación, se comienza a enfatizar en el acento o los modismos del lugar de origen.

Así, luego de un tiempo de estar en el lugar de acogida y empezar a sentirnos un poco incompetentes ante algunas experiencias, emerge la añoranza de nuestro lugar de origen y comenzamos a sentirnos y comportarnos más argentinos, españoles o colombianos que nunca.

Es común, en este sentido, que algunas personas comiencen a escuchar intensamente música originaria de su país aunque antes a duras penas la soportaban, a disfrutar y buscar comidas que antes les resultaban sosas o a interesarse por temáticas y habilidades que en nuestro imaginario o en el de los otros son característicos de la gente de nuestro país.

Por último estaría la compensación referida a un falso sentimiento de superioridad que funcione para ocultar ante otros y ante uno mismo el sentimiento de inferioridad que se tiene. Se forja entonces una imagen idealizada de sí mismo mostrándose arrogante, vanidoso, inflexible, aparentando a simple vista un complejo de superioridad.

La persona con este tipo de compensación se muestra de manera simulada insensible a las opiniones de los demás pero en realidad es altamente sensible a estas y le preocupan demasiado. Puede ser el caso de la exaltación exagerada de nuestro patriotismo y cuando consideramos que todo es mucho mejor en nuestro país de origen, a la vez que despreciamos y subvaloramos en las mismas proporciones las personas y las particularidades del lugar de acogida.

Cuanto más grande es el sentimiento de inferioridad, más imperiosa y fuerte se hace la necesidad de compensarlo con aires de superioridad.

La identificación con los atributos de nuestros imaginarios o los imaginarios de las otras personas sobre nuestro país, da cuenta de cómo las identidades nacionales son un referente dinámico y relacional. Las identidades nacionales para nada responden a una esencia sino que son una “ficción” con múltiples funcionalidades, entre ellas, la de permitirnos una identidad colectiva, unos puntos de referencia que nos permitan sentirnos reconocidos y destacados.

Funcionalidad de los complejos

Los complejos son como heridas sin sanar, y es a través de la confrontación con nuestras heridas de donde emerge nuestro Genio, es decir, la singularidad que podremos aportar a la comunidad, y que, cuando la desplegamos, nos permite sentirnos realizados.

Así, es posible identificar que el complejo de exaltación o desvaloración de nuestra identidad nacional pueda tener una funcionalidad ante determinadas circunstancias.

La exaltación e identificación con los elementos de nuestra cultura de origen nos pueden ayudar a sobrellevar la añoranza y el sufrimiento que nos sobrevienen por estar lejos de lo nuestro y de los nuestros, mientras nos fortalecemos y adquirimos las herramientas para desenvolvernos en el nuevo contexto. Como etapa transitoria puede ser considerada como positiva y necesaria, lo negativo sería su enquistamiento, es decir, cuando el hecho de aferrarnos tanto a los recuerdos idealizados de nuestro país, paraliza el desarrollo de la personalidad y nos impide ser permeables a las exigencias dinámicas del lugar de acogida. La personalidad como el agua necesita estar en movimiento para estar viva.

Otra lectura posible con respecto a la intensificación de nuestros atributos nacionales es que son una expresión de nuestro proceso de duelo. Al distanciarnos de nuestro país, nos identificamos e interiorizamos muchos de sus aspectos, así lo podemos reproducir y llevar en nuestro mundo interno.

Por su parte, la exaltación del lugar de acogida y la infravaloración de nuestro lugar de origen, puede ser también una manera particular de realizar el proceso de duelo. Es más fácil distanciarnos de algo si consideramos que lo que dejamos atrás no es tan maravilloso y que lo actual es mejor que lo anterior. También nos permite valorar aspectos del nuevo contexto que nos pueden enriquecer y tomar distancia de elementos culturales de nuestro origen con los que ya no nos sentimos cómodos o que consideramos inapropiados.

Daniel Ulloa Quevedo

Psicólogo Clínico – Psicoterapeuta Junguiano

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Referencias Bibliográficas

Anderson, B. R. O. G. (1993). Comunidades imaginadas: Reflexiones sobre el origen y la difusión del nacionalismo. México: FCE.

Adler, A. (1975). Conocimiento del hombre. Madrid: Espasa-Calpe.

Jung, C. G. (1974). Los complejos y el inconsciente. Madrid: Alianza Editorial.

Winnicott, D. W. (1996). La naturaleza humana. Buenos Aires: Paidós.

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