Una versión de este texto se publicó en la revista Psicología y Mente
En diversas culturas y momentos de la historia de la humanidad se ha considerado que en los momentos de indecisión, sobre todo en los más significativos, opera una especie de fuerza que nos induce a actuar en uno u otro sentido.
A dicha fuerza se le atribuye también la facultad para proponer e inducir las circunstancias que promueven la expresión del “ser más profundo y auténtico” de las personas.
En muchas ocasiones las circunstancias que dicha fuerza propone o impone no son del gusto ni hacen parte de las expectativas conscientes del Ego.
Podemos considerar a dicha fuerza como un elemento arquetipal en la medida que ha tenido múltiples manifestaciones en diferentes momentos y lugares en la imaginería de la humanidad.
El Daimon y el destino
Los griegos denominaron a esta fuerza Daimon, los romanos la reconocían como el Genio particular y en la mitología egipcia puede corresponder al Ba. En las culturas chamánicas se denominaba Alma libre, el animal personal, el Nahual, considerado como un elemento de vinculación entre los dioses y los mortales, con atributos tanto benéficos como destructores.
En una jerarquía celestial podrían ser catalogados como semidioses. En el cristianismo, según la connotación luminosa u oscura que se les atribuya, pueden corresponder a los ángeles o a los demonios. Dichas imágenes pueden estar relacionadas con eso a lo que actualmente nos referimos cuando expresamos la necesidad de escuchar nuestro corazón, sentimiento, intuición, alma. Y desde una perspectiva más racional, nuestra conciencia.
La existencia de una fuerza que nos conduce por determinados derroteros se encuentra en relación con la noción de destino; concepto que también ha tenido y tiene múltiples perspectivas.
Para Sigmund Freud, el aparente destino fatal se encuentra autoinducido de manera inconsciente por el individuo. Pone como ejemplo aquellas personas cuyas amistades siempre terminan en traición, filántropos a los que sus protegidos retornan rabia en vez de gratitud, relaciones que pasan por las mismas fases y siempre finalizan del mismo modo.
Desde dicha perspectiva, las personas repiten una y otra vez en un “eterno retorno” experiencias vividas que no han sido lo suficientemente elaboradas y que han sido reprimidas por no ser compatibles con los valores conscientes. Una de las premisas del psicoanálisis es el “determinismo psíquico” de nuestras acciones y pensamientos por contenidos inconscientes.
En líneas similares, Carl Jung consideraba que lo que no se hacía consciente en el ámbito psíquico se vivía en el exterior a manera de destino. Sin embargo, para Jung, la Compulsión a la repetición de determinado tipo de circunstancias, es un intento de la psique para conducirnos hacia la realización de nuestro ser más profundo, hacia la expresión singular de nuestra alma, de nuestras potencialidades.
Jung plantea entonces la existencia de una energía al interior del alma que «se pone de manifiesto en la apremiante, casi irresistible necesidad de ser lo que se es, del mismo modo que cada organismo tiene que tomar por fuerza la figura propia de su ser»
Este factor fue denominado por Jung como el Sí mismo y consideró a las figuras mandálicas presentes en todas las culturas como una de sus representaciones pictóricas.
James Hillman, creador de la psicología arquetipal, propone entender dicha fuerza a través del mito de la bellota del alma.
El mito de la bellota del alma
Este mito alude a que de la misma manera que en la bellota se contiene el patrón del árbol de roble, cada individuo dispone ya en sí mismo de su propio potencial de posibilidades singulares y únicas.
Hillman resalta la presencia en diferentes religiones, mitologías y sistemas de pensamientos actuales y pasados, de la imagen de una energía del alma única de cada individuo que busca desplegarse a lo largo de la vida y que se manifiesta como una llamada, una vocación, un destino.
Esta energía singular es un tercer factor que se une a la naturaleza y la educación en la comprensión del desarrollo de los individuos. Hillman argumenta que para poder responder a esa llamada es necesario Crecer hacia abajo, como los árboles lo hacen con sus raíces, y así poder reencontrarse con el “verdadero yo”, con las necesidades profundas del alma.
Para Hillman, la motivación para la realización del Sí mismo no viene dada por el exterior sino por el Daimon interior de cada uno. El Daimon se manifiesta en las circunstancias de la vida, en las oportunidades que se presentan, en las puertas que se cierran, en los espaldarazos y en las zancadillas, en los triunfos y en las derrotas; en nuestros miedos, nuestras fobias, nuestras obsesiones, nuestras ilusiones, en las Sincronicidades. En todo aquello que nos conduce a expresar nuestro aspecto más genuino, aquello para lo que hemos sido “llamados”, y que muchas veces no va en la misma dirección de la expectativas de nuestro ego, que busca seguridad y reconocimiento.
La vocación, este aspecto singular que busca desplegar nuestra alma, se manifiesta en nuestros talentos, en las necesidades más apremiantes, en aquello que clama expresarse y que quizás hemos dejado de lado por burlas o por no acomodarse a nuestros planes conscientes.
La vocación puede o no coincidir con una profesión. Hillman resalta que, por ejemplo, hay personas que han nacido para la “amistad” o para aspectos que no son lo suficientemente valorados por no ser productivos en nuestra sociedad.
La concepción del destino, según como se aborde, puede ser una idea paralizante, e inhibidora de la acción, pero desde la perspectiva de Hillman es una idea creativa y estimulante. Así el “captar los guiños furtivos del Daimon” es un acto de pensamiento y de reflexión, de ver más allá de las apariencias, de profundizar en el fondo y en el aspecto simbólico de los acontecimientos, un acto que requiere de un razonamiento minucioso.
Por su parte considera que el fatalismo, es un estado de abandono de la reflexión, que explica la vida como un todo desde una amplia generalidad. El fatalismo, resalta Hillman, no plantea preguntas y consuela, ya que evade la necesidad de examinar cómo se articulan los acontecimientos.
La psicoterapia junguiana y el Daimon
La psicoterapia junguiana promueve el diálogo con nuestro propio Daimon como símbolo de un factor que opera en nosotros y nos conduce a ser lo que siempre hemos sido, a desplegar nuestra mayor autenticidad. Sólo podemos sentirnos verdaderamente satisfechos cuando escuchamos a nuestro Daimon, que nos cuida y en ocasiones nos abofetea, destruye nuestros planes, que facilita encuentros y nos presenta oportunidades.
También se retoma el mito de la bellota en la psicoterapia junguiana. Al igual que la bellota posee una sabiduría que le permite construir los tejidos, las hojas y los frutos del árbol de roble, el individuo posee una “sabiduría interna” para sanarse, para desarrollar su propia singularidad y potenciales.
La psicoterapia junguiana no pretende cambiar a una persona ni adaptarla a lo socialmente aceptado, al igual que no se le puede pedir a un árbol de manzanas que produzca peras. Lo que se pretende es aportar las mejores condiciones para que cada persona despliegue sus singulares frutos. En este sentido, se tiene como premisa que no se puede intervenir en una semilla para que sea lo que no es, sino favorecer su propia potencialidad.
La psicología junguiana al referirse a dioses, daimones, alma, ser profundo, etc., no está presuponiendo la existencia de entidades metafísicas, ni reflexionando sobre su naturaleza, lo cual es ámbito de otras áreas del conocimiento. En el contexto de la psicología analítica, dichos términos deben ser concebidos como conceptos relativos a imágenes o factores psíquicos, que es posible observar en la práctica clínica, así como en manifestaciones simbólicas presentes en mitologías y expresiones artísticas de diferentes lugares y tiempos. La psicología analítica hace uso de la observación y la reflexión fenomenológica para la comprensión de fenómenos psicológicos, así como para la aplicación de dichos conocimientos, como método terapéutico encaminado al bienestar y la salud mental de las personas.
«Busca eso. Hay una fuerza de vida por dentro de tu alma, busca esa vida.
Hay una gema en la montaña de tu cuerpo, busca esa mina.
Oh viajero, si acaso estas en busca de «Eso».
No busques por fuera, mira por dentro de ti mismo.»
Rumi.
Psicólogo Clínico – Psicoterapeuta Junguiano

Referencias Bibliográficas
Freud, Sigmund. 1989. Más allá del principio de placer; Psicología de las masas y análisis del yo y otras obras. Buenos Aires: Amorrortu.
Hillman, James. 1998. El código del alma. Barcelona: Martínez Roca.
Jung, Carl Gustav, and Jorge Navarro Pérez. 2009. La vida simbólica: escritos diversos. Madrid: Trotta.
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