La Persona o la Máscara en la psicología junguiana
Todos tenemos una forma de mostrarnos y de relacionarnos en público diferenciada de la forma de comportarnos cuando estamos en un ámbito más privado e incluso más que cuando nos encontramos solos. A ese “individuo público” el psiquiatra suizo Carl Jung lo denominó Persona, que se constituye como la identidad psicosocial de cada quien.
La Persona o Máscara se forma mediante la identificación con aquellos atributos que son reconocidos y valorados positivamente por los otros en determinados contextos y con su interiorización. Desde niños vamos aprendiendo cómo debemos comportarnos para ser aceptados y, de igual manera, nos acostumbramos a ocultar y a reprimir aquello que no se considera apropiado.
Aquello que ocultamos y rechazamos en nosotros se configura en nuestro psiquismo como una especie de “subpersonalidad”, a la que Carl Jung denominó Sombra. Tanto la Sombra como la Persona son ajenos al Yo, es decir a nuestro sentido de mismidad, pero nos solemos sentir más cómodos bajo el influjo de la Persona, ya que ella responde mejor a las costumbres sociales.
La subpersonalidad Sombra se suele mantener oculta aún para los otros y solo se manifiesta en determinadas situaciones. Por su parte, la Máscara es mucho más visible ya que es nuestra personalidad “oficial”, la que se ha adaptado al mundo social.
La Sombra y la Máscara son como dos personajes opuestos que habitan en nuestro interior. Pueden ser consideradas como imágenes arquetípicas que se han visto reflejadas en diversas expresiones artísticas y culturales. Es paradigmática en este sentido la popular historia de El extraño caso del doctor Jekyll y el señor Hyde, cuyo argumento se basó en un sueño que tuvo su autor Robert Stevenson. En esta historia se describe en el ámbito literario la manifestación extrema de la lucha entre estas dos instancias antagónicas.
La Máscara se encuentra relacionada con los roles sociales que vamos asumiendo a lo largo de nuestra vida: hijo, estudiante universitario, esposa, padre, abuela. Para cada rol se esperan determinados modos de ser y de hacer, nosotros nos vamos adaptando y respondiendo a estas expectativas.
En la etapa adulta uno de los roles fundamentales es el de nuestra profesión u oficio, hay fuertes expectativas sociales con respecto a ser un abogado o un profesor o una médica y somos compelidos a actuar de determinada manera a riesgo de ser excluidos o marginados si no lo hacemos.
Las profesiones de cara al público —como la de los auxiliares de vuelo—, requieren mostrarse de manera amable y contenida con los usuarios, aún cuando en ocasiones lo que se quisiera es decir directamente lo molestos o desconsiderados que pueden estar siendo en determinada circunstancia o, directamente, responder de mala manera. El sostener la Máscara de amabilidad y buen servicio implica un agotamiento psicológico y es también alimento para nuestra Sombra, que puede acumular rabia o tristeza —y también mucha de nuestra espontaneidad y creatividad—.
Las diferentes particularidades que deben afrontar las personas que trabajan como auxiliares de vuelo o tripulantes de cabina de pasajeros son útiles para describir algunas de las dinámicas en las que se pueden ver involucradas la Máscara y la Sombra en nuestro psiquismo.
El rol de los tripulantes de cabina y la Máscara
Usualmente la profesión de auxiliar de vuelo o azafata se percibe con cierta atmósfera glamurosa. Se considera un privilegio la oportunidad de poder viajar, conocer lugares, disfrutar de buenos hoteles. Pero junto a estas ventajas perceptibles, esta profesión implica afrontar otras circunstancias que resultan menos atractivas.
En principio es relevante que para los tripulantes de cabina de pasajeros, no solo es necesario relacionarse cara a cara con los clientes por unos pocos minutos como en la mayoría de trabajos de atención directa sino que, dependiendo de la duración de los viajes, la relación que se establece puede ser incluso de varias horas. Esto, unido a otros factores y tensiones que deben afrontar, hace que sea una profesión en la que se produce un importante desgaste físico y emocional. Dentro del marco de la psicología aeronáutica, que es la rama de la psicología enfocada en el ámbito del factor humano en la aviación, se han realizado diferentes investigaciones cualitativas que dan cuenta de ello.
Al tripulante de cabina se le pide mantener su máscara de amabilidad y buen servicio, incluso con pasajeros que tienen unas expectativas demasiado altas con respecto al servicio que se les puede ofrecer o que solicitan el servicio de manera tosca o desconsiderada. Las expectativas con respecto a los tripulantes y sus respuestas, así como el modo de comunicarse, varía de acuerdo al “estatus” del pasajero, siendo los pasajeros de primera clase los que suelen ser más exigentes, con los que existe cierta presión para ser tratados con una mayor delicadeza.
A la Máscara diferencial, se le introducen también los requerimientos de los pilotos a los cuales también es necesario atender. Los capitanes van también con su propia máscara y algunos en ocasiones buscan demostrar su mando con actitudes de superioridad y altivez, realizando solicitudes desconsideradas y de modo autoritario.
Es necesario, por tanto, mediar entre las diferentes expectativas de las personas a las que se atiende, procurando satisfacerlos a todos de acuerdo a las posibilidades, mientras se mantiene la postura de amabilidad y buen servicio, con un modo particular de comunicación para cada quien.
Los requerimientos y las expectativas de los pasajeros de un avión se generan en un contexto que promueve estados de vulnerabilidad y sensibilidad. Las personas se encuentran encerradas a 10.000 pies de altura con gente desconocida, que al igual que ellos tiene estimuladas las emociones que rodean bien sea el inicio o el final de un viaje. Para no pocos el hecho de volar en un avión es también traer a la mente el tema de la muerte. Los viajes, los aviones, los aeropuertos evocan multitud de emociones y representaciones simbólicas en el psiquismo de las personas. Son comunes los sueños en los que se va en un avión y sucede algo intempestivo como un accidente, en que estamos en un aeropuerto y no encontramos nuestro pasaporte y no podemos viajar o en que llegamos a un destino que no era el esperado.
Los tripulantes de cabina, por lo tanto, se ven abocados a desenvolverse en una atmósfera en la que sus clientes se sienten particularmente vulnerables y se comportan de cierta manera infantilizada. Se molestan si se sienten ignorados, hacen “rabietas” si no se les atiende con prontitud, llaman excesivamente por el timbre para requerir atención. Pueden incluso molestarse si no los cubren con una manta cuando se han quedado dormidos.
Los tripulantes asumen entonces un rol “maternal” en el que se proveen comidas, se gestionan emociones y se brindan información y cuidados. Este rol maternal les aboca a desarrollar su paciencia, su capacidad de interpretar gestos, su habilidad para anticiparse a las necesidades de sus clientes, así como suelen hacer las madres y padres con sus bebés. A las primeras azafatas de vuelos comerciales se le exigía formación de enfermería y de alguna manera se mantienen aún hoy estas expectativas de cuidado y acogimiento por parte de los tripulantes.
La Máscara se constituye en un problema cuando se vuelve rígida, y no le es posible a quien la porta desprenderse de ella incluso en los espacios íntimos. Todos conocemos a alguien que se comporta como médico, profesora, psicólogo las 24 horas del día, sin darse algún espacio para la espontaneidad. Los viajes, el estar fuera de casa y, en general, el trabajo de los tripulantes puede ser un refugio para no confrontarse con aspectos que prefieren evitar. Así, sus conversaciones, sus hobbies, sus intereses se reducen al mundo de sus vuelos y como mucho de la aviación en general.
Algunos tripulantes pueden quedar atrapados por el aura glamurosa de los buenos hoteles, los viajes y los lugares que tienen la oportunidad de conocer y, con el fin de conseguir un estatus que con su salario no se pueden permitir, se ven tentados a conseguir dinero por medio de actos ilegales a los que tienen acceso por su profesión.
Otra tensión importante que deben afrontar los tripulantes con respecto a su Máscara, está relacionada con la doble función de la que son responsables en un avión. La función más evidente y visible para los pasajeros es, por supuesto, la de facilitar su ubicación, la asistencia en los servicios que se prestan durante el vuelo y el brindar información. Pero los tripulantes de cabina de pasajeros son también responsables de procurar que se cumplan las normativas encaminadas a salvaguardar la seguridad del vuelo así como la propia integridad de los pasajeros. La Máscara del ámbito de seguridad es por lo tanto algo más autoritaria y “policial” que la faceta más amable de la atención al cliente. Estas facetas pueden en ocasiones entrar en contradicción y ser una fuente más de tensión y desgaste psicológico.
Una particularidad del trabajo de los tripulantes de cabina de pasajeros, es que requiere ausentarse de casa durante varios días a la semana. Estas ausencias periódicas les exigen desprenderse de las rutinas y cotidianidad que se siguen viviendo en sus casas y en sus familias mientras ellos no se encuentran, a buscar maneras de adaptarse a ellas continuamente y les implica también establecer rutinas en los lugares que se ubican transitoriamente cuando se encuentran de viaje. De la misma manera, los horarios variables hacen que sea difícil compaginar actividades sociales con amigos, parejas y familiares, generando que se encuentren en un ritmo particular, diferente al de la mayoría. Todo esto hace que los tripulantes de cabina de pasajeros perciban como mucho más pronunciada la distancia entre el mundo personal y profesional que la que se puede presentar en otros oficios. Es decir que su Máscara deba adaptarse a contextos que se perciben como más disímiles y en el que se suceden más contrastes.
Las ausencias continuadas a eventos de la familia o de los amigos por las exigencias del trabajo pueden llegar a generar en los tripulantes sentimientos de culpa por no responder a las expectativas de tiempo y dedicación, de lo que se espera de “un buen padre”, “una buena esposa”, “un buen amigo”. Esta culpabilidad por no responder a las exigencias de la Máscara, puede compensarse con los múltiples regalos que se traen de los vuelos. En algunas ocasiones los horarios variables también pueden servir como una muy buena excusa para “salvarse” de eventos a los que se prefiere no acudir, así que también genera una percepción de cierta libertad de elección.
El trabajo de los tripulantes de cabina de pasajeros, además de las tensiones psicológicas vistas anteriormente, implica esfuerzo y desgaste físico importantes. Los elementos psicológicos interactúan con los aspectos más físicos, retroalimentandose y pudiendo intensificarse mutuamente en sus efectos.
Los tripulantes de cabina tienen que exponerse a estar muchas horas de pie, en un ambiente con una calidad de aire bastante deficiente y contaminado. Esto puede generar problemas de espalda, jaquecas, dolores musculares, sequedad en la piel, afecciones respiratorias, entre otros malestares físicos.
Quizás el elemento que resulta más perturbador en el ámbito corporal sean los trastornos de sueño y alteraciones del ritmo circadiano que se pueden generar en los organismos de quienes realizan viajes transoceánicos con frecuencia. El vivir en un permanente “jetlag”, conlleva a que muchos tripulantes de cabina de pasajeros sufran de insomnio y de fatiga crónica, a que tengan la percepción de que incluso después de haber dormido no han descansado lo suficiente. Los trastornos de sueño también se pueden manifestar como alteración en la capacidad de la memoria a corto plazo, así como en la velocidad y habilidad para la toma de decisiones.
El agotamiento constante hace que para muchos de estos trabajadores sea un dilema el tener que escoger entre la necesidad que les pide el cuerpo de descansar, y el deseo de poder estar activos y compartir tiempo con familiares y amigos cuando tienen oportunidad de hacerlo.
Las condiciones laborales de las aerolíneas de bajo coste —que llevan las exigencias a sus trabajadores hasta el límite legal—, han generado que aumenten los factores estresantes para los tripulantes que trabajan en ellas.
Cuando emerge la Sombra
Las complejidades en relación con la Máscara anteriormente vistos para los trabajadores de las aerolíneas que realizan sus labores directamente con los pasajeros en la cabina, supone que posean una Sombra igualmente intrincada que busca diversos modos de expresión.
La Sombra psíquica, lo reprimido, tiene diversas maneras de manifestarse en los individuos. Puede ser un factor que incide para el desarrollo de trastornos psicosomáticos (problemas digestivos, jaquecas, fatiga, insomnio) y también se puede manifestar en el ámbito psíquico a través de episodios depresivos, ansiedad, pensamientos y comportamientos obsesivos.
Resulta relevante que, según diversas investigaciones cualitativas realizadas, los tripulantes de vuelo manifiestan que la sensación de soledad es un importante factor con el que deben lidiar. Lo atribuyen al hecho de la dificultad de sincronizar horarios para actividades sociales con sus amigos y familia, así como a la necesidad de pasar mucho de su tiempo libre en hoteles o lugares donde no se conoce a nadie. Muchos consideran también que ,debido a la rotación constante al interior de los equipos, no resulta fácil establecer relaciones con algo de profundidad entre sus compañeros de trabajo.
Además de este elemento relacionado con circunstancias exteriores, la sensación de soledad puede ser también una manifestación de la Sombra. Una señal de que nuestra psique necesita espacios y momentos para desplegar nuestra espontaneidad y creatividad, para compensar el hecho de estar viviendo continuamente como un “personaje”, como actuando un rol. La soledad entonces puede ser un indicativo de que la Máscara está, de alguna manera, asfixiando nuestra personalidad, nuestra singularidad.
Bajo ciertas circunstancias de tensión, nuestra sombra se puede manifestar de manera intempestiva, resquebrajando la máscara de manera contundente, causando estragos y confusión. Puede emerger como un animal furioso y primitivo al que no se le ha cuidado ni prestado la suficiente atención.
Los diarios de la época cuentan como, en agosto de 2010, en un avión de una aerolínea estadounidense que se encontraba haciendo la trayectoria hacia la plataforma de desembarque, un tripulante de cabina le llamó la atención a un pasajero que se había puesto de pie para sacar su equipaje de mano, mientras el avión aún estaba el movimiento. El pasajero se disgustó y, al parecer, insultó al tripulante quien, además, se golpeó cuando se dirigía hacia el pasajero. El tripulante se alteró, tomó el altavoz y comenzó a insultar al pasajero, diciendo que llevaba 20 años en ese trabajo y que ese era el final. Posteriormente se bebió dos cervezas y, cuando el avión se detuvo, activó la plataforma inflable de evacuación y se deslizó por ella. El tripulante fue acusado de conducta temeraria por la fiscalía de los Estados Unidos, ya que al activar la plataforma inflable, pudo poner en riesgo la vida de las personas que se encontraban en la zona de aterrizaje. Evidentemente fue despedido, aunque consiguió alguna notoriedad con el incidente y para algunos tripulantes de cabina de pasajeros fue considerado como un héroe.
La Máscara y la Sombra son instancias psíquicas que cumplen una función necesaria para nuestra adaptación social. Cuando la máscara se vuelve demasiado rígida, inhibe a nuestra psique y le impide manifestarse desde su singularidad. Es entonces cuando la Sombra, en la que se aglutina todo lo que hemos rechazado de nosotros mismos, busca su realización de manera perturbadora. Es necesario relacionarse con la sombra —que también guarda muchos potenciales creativos—, como si fuera un animal al que poco a poco podemos ir “domesticando”, pero que posee una naturaleza indómita a la que es imprescindible darle su lugar.
Psicólogo Clínico – Psicoterapeuta Junguiano

Referencias Bibliográficas
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