Los mitos sobre inundaciones similares al relato cristiano del diluvio y el arca de Noé aparecen de manera muy frecuente en casi todas las culturas; hacen parte de la memoria colectiva que emerge espontáneamente en todo tiempo y lugar. Se reconoce que la historia más antigua que hace alegoría a un diluvio universal se encuentra dentro del poema de Gilgamesh escrito aproximadamente en el año 2100 AC.
La característica principal de estos mitos consiste en que una entidad poderosa aniquila, mediante una inundación, a toda una civilización como consecuencia de la transgresión continua de las normas establecidas. A menudo se incluye a una persona elegida que construye un gran barco en el que se refugia con su familia y en ocasiones con un grupo de parejas de animales. Los que suben al barco son los salvados para recrear la sociedad que sobreviene al diluvio. Algunas versiones incluyen el arrepentimiento o la tristeza del ente que ordena el castigo y la promesa de no volverlo a realizar.
En la siguiente narración de la comunidad Wayuu, habitantes de la Guajira, en el extremo norte de Colombia, se recrea el mito del diluvio.
“Maleiwa es el Julaulashi (jefe o autoridad superior) les ordenó a los Wayuu que no podían pelearse, que tenían que vivir en paz y respetarse…Así vivieron mucho tiempo los Wayuu, hasta que un día dejaron de cumplir las órdenes de Maleiwa, a él no le gusto y mandó la lluvia juya para que los castigara, Juya no quería castigar a los Wayuu y se puso a llorar, lloro y lloro mucho durante muchos días, hasta que la tierra Mma se llenó y no quedo donde vivir, pero un wayuu que si cumplía las leyes supo por un sueño lo que iba a pasar, entonces preparó una canoa de Ipa (piedra), y en ella metió animales, semillas de plantas, a sus mujeres e hijos y cerró bien, y el llanto de la lluvia Juya hizo que la canoa subiera”
Para la psicología junguiana los mitos de las diferentes culturas expresan de manera simbólica el proceso de evolución de la consciencia colectiva, que a su vez, tiene correspondencias con el proceso de desarrollo de la personalidad en el ámbito individual.
El Sí Mismo como centro regulador de la psique
Desde la perspectiva junguiana el ente superior que se altera por la transgresión de las normas y que provoca la inundación, corresponde simbólicamente a lo que Jung denominó como el Sí Mismo o Self.
El Sí Mismo se describe como el centro regulador de la psique. Es el factor interno que nos promueve a desarrollar nuestros potenciales singulares, nuestra mayor autenticidad. El Sí Mismo se muestra bajo el ropaje de diferentes imágenes, denominadas arquetipos, que funcionan como pulsiones al crecimiento y a la maduración de la personalidad.
Los arquetipos son la memoria de la experiencia y el conocimiento de la humanidad con respecto a los cuestionamientos fundamentales de la existencia. Estos principios primordiales son portadores de orientación y sentido, patrones universales de comportamiento, el equivalente en los humanos de los instintos animales. Simbólicamente se expresan en los mitos como los dioses a los que se les debe rendir culto o pagar tributo, y también como las normas que ellos mismos promulgan y que es necesario acatar para la convivencia adecuada, para que el curso del universo funcione como corresponde.
La destrucción como factor de transformación
En los mitos de origen de las diferentes culturas se suelen describir una sucesión de mundos que surgen a partir del colapso de un mundo o estado anterior que es necesario superar. Las catástrofes, como la del diluvio, vienen a funcionar entonces como factores que posibilitan la transformación de lo viejo, que ya resulta insuficiente o inadecuado.
De manera análoga, se considera, desde la perspectiva de la psicología junguiana, que el desarrollo de la personalidad no sigue un curso lineal sino más bien una serie de saltos cualitativos que son catapultados por las diferentes crisis a las que nos vemos expuestos a lo largo de la vida.
Las crisis promueven la actualización de nuestra personalidad muriendo en aspectos que resultan inapropiados para la nueva etapa. El Sí Mismo actúa como el factor desencadenante de las crisis, corrigiendo, compensando unilateralidades y promoviendo aquello que busca darse vida en nuestra psique.
El agua como la Gran Madre
El agua es un elemento de variada simbología a la que se le atribuyen connotaciones ambivalentes. Hace alusión a lo inconsciente, a la Gran Madre, de la que todo emerge y en la que todo confluye.
En su aspecto nutritivo y cuidador, la Madre primordial se representa en el Útero, los senos, la gruta sagrada y en las fuentes de agua pura y cristalina. En su faceta oscura, como madre terrible, que alude a la naturaleza en su aspecto destructivo, se representa como plagas, epidemias o inundaciones.
En las deidades de los pueblos originarios se reconoce que la Madre que da la vida y que alimenta, es la misma que devora y que mata como parte del ciclo eterno de nacimiento, muerte y renacimiento que posibilita el equilibrio en la naturaleza.
El aspecto oscuro de la madre es por lo tanto un factor tan necesario para la evolución de la consciencia como su aspecto nutritivo. El miedo a la madre terrible, que puede entenderse a nivel psicológico como al avasallamiento de lo inconsciente, activa la consciencia ya que obliga al ego a transformarse y a fortalecerse.
La inundación simboliza la fuerza de lo inconsciente que promueve la maduración del ego. En nuestra vida individual puede corresponder a las circunstancias que nos desbordan, que inundan diferentes aspectos de nuestra cotidianidad y nos impiden continuar con nuestra vida como hasta ahora lo habíamos hecho. Podemos estar inundados entonces por la ansiedad, la tristeza, por la falta de sentido, por el agotamiento etc.
El agua es un elemento que permite disolver lo que se encuentra rígido favoreciendo la integración y la asimilación. De igual manera, en la psicologia junguiana, se considera que la psique posee mecanismos de destrucción, de análisis, de diferenciación como paso previo de su necesidad intrínseca de síntesis, de complejización, de evolución.
El agua también es un símbolo que se suele asociar con el renacimiento, y la purificación y se encuentra presente en muchos ritos de iniciación como en el bautismo católico.
Para la psicología junguiana todo avance en el desarrollo de la conciencia implica una regresión a la madre, una inmersión en el mar de lo inconsciente como fuente de todo lo creativo.
Para que se de lugar la renovación el ego necesita sacrificar las identificaciones anteriores, esto es, morir simbólicamente para renacer como un nuevo ser, más complejo e integral. El transcurso de la vida se considera entonces como una serie de separaciones y retornos a esa fuente originaria, cada vez con mayor grado de conciencia.
El arca como refugio y contenedor.
El Sí Mismo ordena al elegido la fabricación de un arca para que la vida continúe, para que no todo perezca.
Cuando estamos atravesando una fuerte inundación emocional, y las fuerzas del ego sucumben, es necesario construir una barca, un refugio, unas rutinas de autocuidado que nos mantengan a flote y que nos permitan preservar las mínimas condiciones de vida hasta que merme la tempestad.
El refugio puede consistir en procurar por ejemplo, en una fuerte depresión, mantener rutinas de alimentación, sueño, higiene, y cuando las energías lo permitan, hacer el esfuerzo por retomar las actividades físicas.
Cada uno puede identificar cuál es su pequeña tabla de salvación a la que es necesario aferrarse. Si la consciencia no encuentra un refugio, un hilo que lo ate a la vida, la fuerza de lo inconsciente puede dar lugar a la pérdida del contacto con la tierra, con un piso firme, con lo real, generando incluso alucinaciones o delirios.
Uno de los elementos del arca puede ser el apoyo terapéutico, acompañado en ocasiones incluso de la contención química (medicación para la ansiedad o estados depresivos) que nos ayudan a transitar las crisis mientras construimos o re-establecemos nuestros propios recursos psicológicos.
El dejar suceder
Un arca en medio de una fuerte tempestad no se puede gobernar, no se puede anclar, sólo puede flotar. La barca puede aludir a que en ciertos momentos de una fuerte crisis emocional lo único que podemos hacer es flotar, dejarnos llevar, suspendiendo las intenciones del ego de forzar la realidad hacia nuestras expectativas, hacia la manera como quisiéramos que fueran las circunstancias.
Para que se lleve a cabo la transformación y el renacimiento es necesario transitar por la impotencia, por la derrota del ego que tiende a aferrarse a las identificaciones anteriores. La aceptación de esta impotencia permite que actúen los factores sanadores y movilizadores de la naturaleza.
El diluvio es entonces también una metáfora, del tocar fondo; cuando ya no tenemos nada que perder, ni nada que podamos hacer, es el estado apropiado que permite que surja lo nuevo. Se nos permite entonces acceder a la experiencia de ser sostenidos cuando ya nada de lo conocido nos sostiene. Hemos entrado en contacto con la experiencia del misterio que nos trasciende.
Lo anterior recuerda el viaje nocturno por el mar, aquella experiencia arquetípica de pérdida de control por parte del ego al ser devorado por un pez o un animal grande, en el que se atraviesa por una inmersión renovadora por el inconsciente.
El arca como trauma psíquico
El arca también puede ser una imagen de las estructuras defensivas que se construyen para salvaguardar la estabilidad de la psique ante hechos que desbordan las capacidades de afrontamiento. Lo que se suele nombrar como hechos traumáticos.
Cuando se atraviesa una experiencia tan dolorosa y desgarradora que no puede ser asimilada por el ego; el registro y el recuerdo de la situación traumática queda aislado, el ego entonces construye un refugio que lo preserva de la inundación.
Se instala entonces un herida abierta, aislada de la conciencia, que sigue sangrando, que hace uso de recursos energéticos para mantenerse oculta, que se muestra a través de la proyección en situaciones repetitivas en nuestro día a día. La estructura defensiva puede generar miedos e inhibiciones que restringen la creatividad y capacidad de disfrute de la vida.
Hace parte del trabajo analítico el procurar comprender cómo y porqué se construyó esa estructura defensiva. De la igual manera, el favorecer para que sea posible desarrollar los recursos que permitan la integración y asimilación de la experiencia dolorosa en la psique adulta y que resultó imposible de asumir en otra etapa de la vida.
Potencial creativo de las crisis
En los mitos sobre el diluvio todo lo que permanece en tierra debe ser destruido porque está corrupto. Se destruye psicológicamente lo que habíamos considerado nuestro mundo pero la vida debe continuar. Los salvados sobreviven, usualmente en parejas.
Las parejas hacen referencia al potencial creativo de la crisis, a la conjuntio, a la conciliación de los contrarios. Después de una crisis transformadora se nos permite acceder a una revelación, a un conocimiento que antes se encontraba oculto, a la posibilidad de reconocer una paradoja, una polaridad complementaria que antes nos resultaba una contradicción.
Para la psicología junguiana la maduración de la personalidad se relaciona con la capacidad de asumir y comprender paradojas cada vez de mayor complejidad. La tensión entre las parejas de opuestos se considera la energía de la transformación. De la antítesis, la separación, deviene la síntesis, el tercero que trasciende el conflicto en una nueva estructura más compleja e integral que la anterior.
Los sueños como vía de comunicación con lo arquetípico
En muchos de los relatos sobre el diluvio como el de la cultura Wayuu la persona elegida para construir la barca se entera de su misión a través de un sueño. En todas las culturas ha existido el reconocimiento de los sueños como un medio de acceso a la realidad mítica, como un puente de comunicación con lo arquetípico.
Para la psicología junguiana los sueños son la expresión simbólica de nuestros conflictos intrapsíquicos, nos permiten identificar las tendencia y los movimientos de nuestra psique para que nuestra conciencia pueda colaborar con aquellos movimientos. En épocas de crisis son comunes los sueños de inundaciones, de tsunamis, de habitaciones que se hacen estrechas y nos asfixian, de guerras civiles o persecuciones. También aparecen en los sueños los llamados a construir refugios o a salir de ellos.
Abandonando el refugio
Y pasa la tormenta, el agua comienza a bajar, podemos volver a sentir la tierra bajo nuestros pies. Nos hemos dado cuenta que hemos sobrevivido a la difícil experiencia que quizás en algún momento llegamos a pensar que no llegaríamos a superar.
El salir del refugio, el desprendernos de lo que nos soportó durante la tormenta es también un paso trascendental de la travesía. El abandonar el refugio significa tener que afrontar nuevamente el mundo y sus posibilidades, con sus riesgos e incertidumbres, lo que implica trascender el miedo a lo desconocido y el deseo de permanecer en la limitada pero segura cápsula que nos permitió atravesar la tormenta.
Es importante en esta etapa identificar el bagaje de sabiduría que ha dejado la catástrofe. Bajamos del Arca más humildes. Nos hacemos conscientes de los recursos que hemos desarrollado para afrontar las adversidades, del despliegue de aspectos que se habían mantenido ocultos. Reconocemos también nuestros límites, nuestras vulnerabilidades. Aceptamos la relatividad de la voluntad de nuestro ego y la presencia de lo numinoso, del misterio en nuestra vida, en sus rostros amables y oscuros. Reconocemos que las circunstancias difíciles y el sufrimiento son parte de los movimientos necesarios para nuestro crecimiento.
El nunca más o la promesa de no repetición
En muchos de los mitos relacionados con el diluvio aparece el arrepentimiento de la divinidad que fomento la destrucción y la promesa de no volverla a realizar. Se reconoce la sacralidad de la vida que no puede llegar a ser puesta en cuestión nuevamente.
Una crisis nos permite ser conscientes de nuestro inmenso poder autodestructivo y reflexionamos con respecto a las correcciones necesarias para no volver a chocar con el mismo muro, para no caer en los mismos excesos, en las mismas infantilidades en los mismos errores.
Las catástrofes en nuestra vida nos permiten reconocer lo que es sagrado y esencial, así como relativizar la importancia que le hemos dado a lo superfluo en cualquier ámbito: afectivo, familiar, profesional. Reorganizamos entonces nuestras prioridades. Retornamos a la vida con nuevos criterios de valoración, algo más refinados, con respecto a nosotros mismos y a los demás.
Psicólogo Clínico – Psicoterapeuta Junguiano
Referencias Bibliográficas
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