La imagen de la Vagina Dentada hace parte de las expresiones de lo femenino ambivalente; evocador de fascinación, temor o misterio; presente en el arte, la mitología y el simbolismo de todo tiempo y lugar.
Dicha imagen aparece en grabados, cerámicas y tejidos de varias culturas de la América prehispánica, como una figura femenina con dientes en la vagina, con la capacidad de atrapar y devorar el pene o de matar a los hombres durante las relaciones sexuales.
En ocasiones la imagen toma la forma de una serpiente, cangrejo o piraña que se encuentra escondida en el órgano genital de la mujer. En los mitos, el héroe de turno debe extraer o romper los dientes de la vulva para poder acceder a las relaciones sexuales heretosexules.
El siguiente es un ejemplo de la imagen de la Vagina Dentada presente en un fragmento de una narración mítica de la comunidad indígena Wayúu, habitantes de la Guajira, en el extremo norte de Colombia.
“En tiempos antiguos tenían dientes en la vulva, y por esto para sacar a los hijos tenían que abrirse el vientre. A la India Worunka, le abrieron el vientre, le sacaron el hijo y la cosieron; Mareigua observaba y vio que no estaba bien; le tiró una piedra, le rompió los dientes a la boca de la vulva y dijo que por allí nacerían los hijos;… En aquel entonces el hombre no podía hacer el coito con la mujer porque tenía miedo de que le mordiera el Jeruwai (pene) y se lo cortara. Antes para hacer los hijos hacían el coito por el Nocho (ombligo) pero después de que Mareiwa rompió los dientes de Worunka ya las relaciones son normales”
El miedo a lo femenino primordial
Para la psicología junguiana la imagen de la Vagina Dentada puede ser considerada como una expresión del miedo arquetípico, esto es, inherente a la condición humana, hacia lo femenino primordial. Dicho miedo se propone como un instrumento necesario para el desarrollo de la individualidad y de la consciencia.
El destacado analista junguiano Erich Neumann profundizó y describió con minuciosidad el proceso de evolución de la conciencia colectiva; proceso que según el autor, guarda importantes correspondencias con la manera como desarrollamos y construimos nuestro ego consciente en el transcurso de la vida.
Neumann plantea que el miedo a lo femenino es un factor que promueve la progresión por las diferentes etapas del desarrollo de la personalidad, por lo tanto, no solo concierne a los hombres sino a todos los miembros de la especie, aunque experimentado de manera diferencial.
El mito del héroe solar, que es posible identificar en muchas historias clásicas y contemporáneas, es para la psicología junguiana una expresión simbólica de este proceso de desarrollo psíquico.
La afectación recíproca entre la conciencia con lo inconsciente se expresa en los mitos de manera simbólica como una confrontación entre lo materno-femenino y el hijo varón, es por esto que la creciente fuerza del varón se corresponde al creciente poder de la conciencia en el desarrollo de la psique.
En el mito de la vagina dentada, el propósito del héroe (el ego en construcción) en la relación sexual, no es un intercambio amoroso sino que radica en conseguir la sumisión de la figura femenina (lo inconsciente) hasta entonces dominadora de la relación.
Neumann plantea que es posible identificar en el estudio del simbolismo universal, particularmente de los mitos de creación, una correspondencia entre la luz, el día, la consciencia y lo masculino como emergentes de la oscuridad, la noche y lo inconsciente, relacionados con el ámbito de lo femenino.
El proceso de desarrollo psíquico es concebido por la psicología junguiana como un movimiento en espiral ascendente que implica la construcción de un ego lo suficientemente fuerte para no ser disuelto por lo inconsciente, y a la vez, con la flexibilidad apropiada para conseguir nutrirse y ser afectado por el influjo de lo arquetípico, esto es, de lo instintivo, de las pulsiones internas que contienen la sabiduría atemporal de la naturaleza.
En la etapa inicial del desarrollo de la conciencia, nombrada por Neumann como Urobórica (la serpiente que se muerde la cola), no hay distinción de opuestos, ni experiencia subjetiva, ni memoria. Nos encontramos en una “participación mística” y de total dependencia de la Gran Madre arquetípica. Este estado alude al paraíso originario, al tiempo previo al nacimiento del Yo en el que se nada en el océano de lo aún por nacer.
De manera paulatina el estado de fusión con la naturaleza se va desvaneciendo y comienza a brotar la conciencia como una pequeña isla en el mar de lo inconsciente. Emerge entonces la capacidad egoica de percibir los opuestos. Donde ha habido seguridad y unidad, ahora la inseguridad y la soledad también se encuentran presentes. La saciedad y la satisfacción alternan con el hambre y la necesidad. La ternura y calidez con abandono y frialdad.
El infante tiene la expectativa de que la madre disipe toda insatisfacción y miedo pero es incapaz de distinguir si la ansiedad proviene de estímulos internos o externos. En cualquier caso, cuando el miedo o la ansiedad no es eliminada, la madre es percibida como la madre «terrible», que no satisface, que frustra, que niega, que genera sufrimiento.
Esta etapa es denominada por Neuman como matriarcal y se caracteriza por la percepción del mundo de manera antitética. Cuando la madre nos satisface es buena, cuando nos frustra es mala. Esta «terribilidad» de la madre es considerada arquetípica, es decir que no está directamente relacionada con el comportamiento adecuado o inadecuado de la madre personal, sino que emerge como un factor psíquico necesario para la maduración de la personalidad.
La imagen de la Madre Diosa con el Niño Divino es característica de este periodo, reflejando la dependencia y fragilidad del ego en construcción con respecto a la Gran Madre todopoderosa.
En las deidades de los pueblos originarios se reconoce que la Madre que da la vida y que alimenta, es la misma que devora y que mata; como parte del ciclo eterno de nacimiento, muerte y renacimiento que posibilita el equilibrio en la naturaleza.
El aspecto oscuro de la madre es por lo tanto un factor tan necesario para la evolución de la consciencia como su aspecto nutritivo. El miedo a la madre terrible, que puede entenderse a nivel psicológico como al avasallamiento de lo inconsciente, activa la consciencia ya que obliga al ego a diferenciarse y fortalecerse.
Lo que en un momento fue fuente de satisfacción se constituye en un factor de asfixia, de estancamiento o de temor. El miedo o el hastío estimulan la huida, se activa la pulsión al movimiento, el deseo de ser otro, de diferenciarnos de la madre, de distanciarnos de lo inconsciente en su aspecto devorador.
Se promueve entonces la transición a la necesaria etapa patriarcal en el desarrollo de la conciencia que posibilita la consolidación del ego y la individualidad.
Etapa patriarcal
En la fase matriarcal el infante es naturaleza y se desarrolla como naturaleza. La fase patriarcal permite y exige la integración del individuo a la comunidad con sus particulares normativas y códigos culturales.
Los desafíos, las reglas y la disciplina se posicionan entonces en contraste a la confortable aceptación y contención de la Gran Madre. Se establece el tabú del incesto, que la psicología junguiana interpreta como la prohíbición a la regresión a la relacion simbiotica con lo materno originario.
En el desarrollo infantil la fase patriarcal será particularmente evidente en los años que preceden a la pubertad, cuando la adaptación del sujeto a las normas sociales es el objetivo preponderante.
Neumann plantea una ley fundamental de la psique tanto individual como colectiva. El Self, la imagen de la divinidad, el impulso a la totalidad, el factor interno que promueve el desarrollo, se disfraza o se viste del arquetipo hacia el cual el progreso debe avanzar. De manera paralela, el arquetipo previamente dominante se constela en su lado negativo.
Es así, que el disfraz de la divinidad en el patriarcado, a lo que se le rinde culto y pleitesía, que es ideal y meta, se relaciona con atributos masculinos y hace referencia a todo aquello que facilita la construcción del ego y la consciencia, esto es: la voluntad, la racionalidad, la objetividad, el progreso, las alturas, el intelecto, la diferenciación. La fase a superar, el arquetipo anteriormente dominante, lo inconsciente, lo femenino se percibe en su lado negativo como madre terrible que alude a lo diabólico, lo irracional, lo primitivo.
Lo femenino primordial toma por esto en las mitologías pero también en nuestros sueños y pesadillas la forma de monstruos o quimeras. La diosa de la muerte y de la guerra, las plagas, la enfermedades, la medusa que paraliza, la escasez, las inundaciones, las brujas, la profundidad de las aguas, el dragón, el gran pez, la vagina dentada, todo animal que envuelve o devora a sus víctimas son una representación del aspecto sombrío de lo femenino a superar.
El miedo siempre viene acompañado de rechazo, de evitación, odio y distanciamiento. Es así que todo lo que hace parte del ámbito de lo femenino es despreciado, reprimido, devaluado o subordinado a los intereses masculinos.
Lo femenino se convierte en el mundo de lo prohibido, en la antítesis de la energía ascendente del desarrollo del ego. Es entonces percibido como una fuerza seductora que succiona hacia abajo: hacia lo oscuro, lo telúrico, lo mundano, lo emocional, lo abismal, lo arcaico, lo caótico.
El miedo a la madre, a lo femenino, a lo inconsciente, puede verse expresado, de manera paradójica, plantea Neumann, como un miedo a librar la batalla de la vida y sus vicisitudes. Le seducción de lo femenino arquetipal puede ser percibido por el ego como un anhelo de paz y de fusión, de no contradicción, como agotamiento por el mundo, como pereza paralizante, procrastinación, como el deseo de rendirse, de soltarse, de arrojarse al abismo de la gran madre, incluso de suicidarse para ser acogidos nuevamente en su seno. Neumann relaciona estas regresiones con las adicciones y con la psicosis, en donde el ego se rinde y sucumbe a la fascinación del incesto con la madre de lo inconsciente.
Se considera que la devaluación, desprecio y alejamiento de lo inconsciente, necesarias para la construcción de la individualidad, ha conducido a una inevitable sobre identificación con la racionalidad y el progreso; a un endiosamiento de la consciencia colectiva, a una soberbia y una rapacidad que se expresa en una relación instrumental, explotadora y abusiva con todo lo que se le relaciona simbólicamente con lo femenino: las mujeres, el planeta, el cuerpo, la imaginación.
Para Jung, alejamiento de la perspectiva simbólica propia del patriarcado, ha generado un desequilibrio, una crisis colectiva que exige la transformación de principios y símbolos básicos. Lo anterior se manifiesta como un estado de escisión, de fragmentación, de desorientación, que es a la vez síntoma y expresión de la transición a un nuevo orden. A nivel colectivo la lógica explotadora y de consumo desaforado ha generado una descompensación sin precedentes que exige un cambio radical de hábitos y actitudes.
El sujeto emergente del patriarcado se considera por lo tanto un ser incompleto y unilateral. Gracias a la tendencia intrínseca e irrenunciable de la psique hacia la totalidad se promueve entonces la transición a una una siguiente etapa que se plantea como la posibilidad para la redención de los elementos psíquicos desatendidos. Una fase de integración de lo que ha sido denostado nombrada por Neumann como fase de Transformación.
El miedo a la transformación
El mito más típico de esta transición es el héroe que tiene que luchar contra un dragón o un monstruo para poder rescatar una hermosa doncella que se encuentra en cautiberio.
La princesa atrapada representa al ánima, el principio femenino que ha sido rechazado y despreciado en la etapa patriarcal.
El ánima, lo femenino interior, representa aquello que incita a la aventura, a lo desconocido, a la conquista de lo nuevo, a la complejización, a la madurez. El anima funciona como puente con el Sí Mismo, con la imagen de la totalidad, con lo inconsciente a su aspecto renovador y creativo. El monstruo por su parte representa la gran madre en su aspecto limitante, que se opone, que es el obstáculo a superar para el encuentro con el ánima; es el factor conservador de la psique que procura mantener la posición ya alcanzada.
El anima nos genera fascinación y terror. Es la promesa de crecimiento, de lo aún no vivido pero que implica un sacrificio, la renuncia a las defensas que hemos construido y que ya resultan incompatibles con nuestro nivel de desarrollo. El sacrificio es lo que permite la transformación de una forma de expresión hacia otra, más refinada, más sutil y compleja que la anterior.
Para la psicología junguiana todo avance en el desarrollo de la conciencia implica un sacrificio, una inmersión en lo inconsciente, una vuelta a la madre como fuente de todo lo creativo. El transcurso de la vida se considera entonces como una serie de separaciones y retornos a esa fuente originaria, cada vez con mayor grado conciencia
El miedo a lo femenino como ánima es en parte entonces un miedo a la propia transformación, a desprendernos de nuestras defensas, de nuestras seguridades, de aquello que se ha convertido en nuestra madre-padre, que ahora debemos enfrentar al constituirse en un factor de estancamiento.
Las siguientes fases del desarrollo siempre nos son desconocidas por lo que la evolución de la psique implica asumir importantes dosis de incertidumbre y de misterio, así como transitar por periodos de desorientación.
Neuman plantea que la transición a una fase posterior se experimenta como una traición a la madre, lo que inevitablemente acarrea culpa y el miedo a las posibles retaliaciones. El miedo y la culpa son unas de las armas que tiene el dragón como madre terrible para mantenernos paralizados e impedir el desarrollo
Los factores internos que promueven el movimiento de la psique, la búsqueda de experiencias novedosas, son las que permiten la creatividad y no caer en anquilosamiento; las tendencias conservadoras permiten la construcción de estructuras y no alejarse demasiado de las raíces. Ambas, en su justa medida, se consideran imprescindibles para el equilibrio y evolución de la psique.
El miedo a lo femenino como ánima se puede manifestar a nivel individual como el miedo a establecer una relación de pareja con una persona con la posibilidad de confrontarnos, de promover nuestra maduración. Buscamos entonces una persona que nos funcione de madre o padre y nos acoja en nuestra infantilidad, o que se comporte como un hijo o una hija a la que podamos someter y no se constituya en un factor de transformación.
A nivel psicológico el miedo al ánima, se entiende entonces como un rechazo al Otro interno, a lo inconsciente, a la fuente de regeneración. Gracias al mecanismo de la proyección, el rechazo y el odio se dirige hacia el otro externo, emerge entonces el rechazo a la mujer, al otro género, al extranjero, a las nuevas ideas, a todo lo que se considera lo “No Yo” y que se interpreta como una amenaza para el orden establecido.
Se considera desde algunas lecturas feministas, que las vaginas dentadas contemporáneas son las mujeres que expresan su deseo, que despliegan sus capacidades, que no son sumisas y que por lo tanto resultan amenazantes para el orden patriarcal establecido.
El clítoris representaría simbólicamente el diente que sobrevive o persiste luego de que los otros hubieran sido extirpados o arrancados. Lo anterior se puede relacionar con el hecho de que en algunas culturas radicalmente patriarcales el clítoris busque ser eliminado.
El miedo a lo femenino, puede ser experimentado como el miedo a lo radicalmente otro, a lo que no hemos experimentado interiormente por no hacer parte de lo considerado apropiado socialmente para nuestro género. En el caso de los hombres, se puede expresar como miedo a la vulnerabilidad, a la intimidad, al fuego de las emociones que perturban el pensamiento frío y lógico. En el caso de las mujeres, miedo expresar necesidades o deseos propios, transgredir, a poner límites.
La incapacidad de asumir lo femenino en su ambivalencia, como una unidad con aspectos luminosos y oscuros es otra de las expresiones del miedo al anima. Lo femenino como totalidad resulta tan abrumador que se lleva a cabo una escisión que conduce a que se perciba de manera idealizada y parcial, como puro, santo y sacrificado en contraste de la imagen de lo femenino como prostituta, seductora, la que induce a la locura.
De la misma manera que un alimento para ser digerido o sintetizado, necesita ser primero dividido en partes, por resultar inabarcable en su totalidad; se plantea que la escisión y compartimentación de lo femenino, propia de la lógica patriarcal, es un fenómeno necesario para la posterior fase de integración y asimilación
La devaluación, desprecio y rechazo a lo femenino a largo de la historia, que se ha materializado en misoginia, feminicidio, mutilación genital, violencia sexual etc, puede leerse desde esta perspectiva, como una respuesta defensiva, un intento del ego en proceso de maduración, de superar el miedo a lo femenino y su peligrosidad en tanto Gran Madre y Anima.
En la versión del mito de la Vagina dentada de la cultura Wayúu es posible identificar las dos connotaciones del miedo a lo femenino primordial, como Madre Terrible y como compañera sexual (anima).
El rescate del anima representa la madurez del ego y de la conciencia, que desarrollan la capacidad de vincularse con lo femenino como una alteridad legítima. Lo femenino como otro con el que se puede relacionar en igualdad de condiciones, sin el temor de verse aniquilado. El ego maduro no busca la devaluación ni el silenciamiento de lo otro, ya que lo considera un factor indispensable para el despliegue de su totalidad intrínseca.
El masculino depredador
En el ocaso del patriarcado no solo se promueve la siguiente etapa por medio del miedo a lo femenino primordial sino que tambien lo masculino se percibe en su aspecto oscuro como depredador, violador, perseguidor y devorador.
Newman plantea que en el proceso de desarrollo de la consciencia el miedo a lo femenino y a lo masculino llegan a ser indistinguibles y se complementan. Sumado al miedo a la castración de la gran madre, nos encontramos también con el miedo y la asfixia de la castración del padre, de lo masculino inmaduro y unilateral, que nos ahoga en la expresión de los aspectos que han sido desatendidos y rechazados durante el proceso de construcción de la individualidad.
Colectivamente hemos sido seducidos y abducidos hacia lo alto, por ideologías y prácticas, que violentan nuestro ser, que nos han hecho perder la conexión con la naturaleza y su sabiduría autorreguladora. El patriarcado ha promovido que disminuya el reconocimiento de la interdependencia y destino común con todos los seres que habitan el planeta.
El masculino depredador toma la forma en nuestros sueños del violador, secuestrador o psicópata que nos persigue o agrede. Ese masculino depredador es la personificación de las tiranías y castraciones del patriarcado que como ego colectivo, unilateral e inmaduro, es necesario trascender.
Se reconoce la tiranía de la felicidad que proscribe la tristeza o la rabia y la medicaliza. La tiranía del éxito, del “querer es poder” o de los resultados, que desprecia la vulnerabilidad, el fracaso, la lentitud o los procesos. La tirania de la objetividad o la burocracia que anula las subjetividades. La tirania del cientificismo que niega y devalua otras lógicas y saberes no predominantes. La tiranía materialista de lo visible y cuantificable que deslegitima la imaginación y lo simbólico como vías validadas para el conocimiento de lo humano.
En ciertos ámbitos a lo masculino en general y en ocasiones al hombre mismo se le equipara como causante de las tiranías y castraciones del patriarcado. Al igual que ha sido una literalización equivocada que ha traído consecuencias sociales dramáticas equiparar y proyectar la imagen de la Vagina Dentada, la madre terrible y el ánima seductora en las mujeres; lo es equiparar el masculino depredador e inmaduro en los hombres; aunque se considera que pueda que esta distorsión sea parte inevitable de la transición a un nuevo orden.
Para la psicología junguiana el depredador patriarcal, es la expresión de una lógica, de un modo de ser caduco que exige ser trascendido porque ya resulta insostenible desde diferentes ámbitos. La superación de esta lógica es una tarea en la que nos encontramos mujeres y hombres a través de nuestros dramas individuales.
Como colectivo esta transición se ve catapultada por las consecuencias ecológicas, sociales y políticas que exigen la adopción de nuevas perspectivas y el abandono de lógicas sustentadoras del desequilibrio. Nos encontramos en la búsqueda y en la construcción de modos de organización y autoridad que no impliquen prácticas de sometimiento. De modelos de producción y de economía que contemplen los ciclos de autorregulación de la naturaleza. En formas de organización que incluyan la diversidad y el dinamismo.
Lo Otro soy Yo
Newmanm propone que desde la perspectiva masculina el miedo se experimenta predominante como un miedo de castración, mientras que la forma típica de percepción del miedo para lo femenino es el de la violación. Con respecto a la forma de afrontar el miedo, la manera masculina la describe como activamente heroica, a través de la acción. Mientras que la manera de afrontar el miedo desde lo femenino es receptivamente heroica, es decir entregándose al miedo, incorporándolo.
Independientemente de cualquiera de las formas, Neumman plantea que la superación del miedo representa una forma específica de integración en el que algo ajeno al ego, algún trozo de No-Yo es reconocido e integrado como propio.
En la fase de transformación la personalidad recupera según Neuman su hermafroditismo original. Una vez superada la “masculinidad pura” del patriarcado a través del proceso de transformación, dejan de ser necesarias la defensas en contra de la alteridad que amenazaba esa pureza, amenaza que simbólicamente aparece como lo femenino. Lo mismo sucede con lo femenino que ha integrado lo masculino, que deja de percibirlo como depredador.
Se comienza a reconocer lo terrible femenino y lo masculino depredador como perteneciente a la propia psique. El ego es capaz de percibirse no solo como el receptor del miedo y el que lo vence, sino también como el inductor de dicho miedo, entendido este miedo ahora como una de las herramientas de transformación y creatividad de la psique.
La conciencia madura reconoce y acepta el ser afectada por un factor autonomo al ego, que es orientador y promotor del proceso de transformación. Este factor trascendente se viste con diferentes ropajes para promover el desarrollo y la autorregulación.
Lo percibimos entonces como un dios bueno o malo, como madre terrible o como masculino depredador, como aquello que nos sostiene cuando nada nos sostiene, como fuente de sentido y sabiduría, como aquello que nos vincula en origen y destino con todo lo existente. Alude a la conciliación de las polaridades, al matrimonio sagrado de la alquimia.
Con similares características la imagen de este factor, que suele ser representado como una paradoja, en forma de mandala, se encuentra presente en las mitologías de todos los pueblos, está relacionado con el Tao oriental, el Logos de los griegos, el Atman del Hinduismo; la psicología junguiana lo nombra como el Sí Mismo o Self.
La perspectiva junguiana apuesta por un diálogo entre la concsiencia y lo inconsciente, entre lo femenino y lo masculino maduros, entre el ego y el Self, en condiciones de igualdad y reciprocidad. Propende por un pacto de unión, por una danza en la que puedan relacionarse las polaridades, en una tensión colaborativa, sin la necesidad de buscar la devaluación o la eliminación del otro, bajo el objetivo común de la individuación, de la maduración, de la vivencia de la totalidad, a la que estamos llamados como individuos y como especie.
Psicólogo Clínico – Psicoterapeuta Junguiano
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