Para la psicología junguiana la relación que se construye con la madre y el padre se encuentra mediatizada por factores transpersonales y colectivos, denominados arquetipos.
Los arquetipos, que corresponden en los humanos a los instintos en el mundo animal; promueven el desarrollo y la maduración de los individuos estimulando la transición por las diferentes etapas del ciclo vital .
En nuestra psique habita una expectativa innata y universal a ser acogidos por una madre arquetípica que nos cuida y nos nutre. La vivencia de este aspecto de lo materno permite que se instale una confianza básica hacia al mundo, nos brinda la sensación de que pertenecemos a algo y de que somos incondicionalmente amados. Lo materno en su aspecto nutritivo se simboliza en el útero, los senos, la gruta sagrada, las fuentes de agua pura.
La madre arquetípica posee también un aspecto menos amable pero que es de igual manera fundamental para el desarrollo de nuestra individualidad. Es su faceta oscura, limitante, devoradora y asfixiante que se simboliza como la bruja, la madrastra malvada, la vagina dentada, la tumba.
En los cuentos y los mitos el aspecto oscuro de la madre es lo que promueve que el héroe o la heroína adquiera las capacidades para relacionarse con el mundo de una manera adulta. La expulsión del paraíso, la salida de la ingenuidad exige el desarrollo de consciencia e individualidad.
El miedo a la gran Madre, que puede entenderse a nivel psicológico como al avasallamiento de lo inconsciente, activa la consciencia ya que obliga al ego a diferenciarse y fortalecerse. Lo que en un momento fue fuente de satisfacción se constituye en un factor de asfixia, de estancamiento o de temor.
En nuestros sueños el aspecto movilizador de la faceta oscura de la madre se simboliza en imágenes de ascensores estropeados, de habitaciones o casas que se hacen cada vez más estrechas, de la cárcel, de inundaciones o terremotos, de raptos o persecuciones.
El propósito de una buena madre no es sólo permitir que su cría crezca en su útero, sino también expulsarla cuando llegue la hora. Además de acoger y de cuidar al niño o la niña su función es también permitirle que se exponga a los peligros necesarios para el desarrollo de su autonomía, e impulsarle a nuevos horizontes en el momento que le corresponde para que pueda asumir su propia responsabilidad.
En el mundo animal vemos como la leona expresa su furia mostrando sus dientes a sus crías cuando es momento de que estos abandonen la manada y emprendan su propio camino. Esta conducta es necesaria para promover el equilibrio y la continuidad de la especie.
A nivel psicológico cuando nuestra psique necesita desarrollarse, complejizarse, expresar aspectos no vividos, emerge lo materno oscuro en forma de sin sentido, insatisfacción, hastío o escasez. También en circunstancias que nos sacuden, que nos impiden seguir viviendo de la manera como habíamos vivido: enfermedades, rupturas afectivas, accidentes.
Si un bebe por miedo a caerse persiste en seguir gateando cuando ya se encuentra en edad de caminar, el cuerpo de su peso lastimará sus rodillas produciéndole un dolor cada vez más insoportable. El no trascender el miedo le está inhibiendo la posibilidad de empezar a explorar la vida por sus propios medios, de ganar altura, de llegar a objetos y a lugares que en el gateo no se encuentran a su alcance. La altura obtenida le permite acceder a una perspectiva más amplia y observar caminos que antes no podía divisar.
El miedo o el hastío estimulan la huida, se activa entonces la pulsión al movimiento, el deseo de ser otro, la curiosidad, la necesidad de trasladarnos, de salir del refugio de lo conocido que resulta incompatible con nuestro nivel de desarrollo.
Durante el ciclo vital la idealización de los padres que construimos en la infancia lleva implícita la devaluación del niño y de sus capacidades, por lo que es necesario trascenderla.
Los cuidados y atención que fueron fuente de bienestar en la infancia, durante la adolescencia nos comienzan a abrumar. Los padres que fueron nuestros héroes, a los les atribuimos cualidades cuasi divinas, los podemos comenzar a percibir como los ogros que nos impiden ser.
Un hito relevante del camino heroico, que para la psicología junguiana es una expresión metafórica del desarrollo de la consciencia, es el abandono de la casa paterna. La muerte simbólica del padre y la madre permite el despliegue de estos aspectos como funciones internas.
Cualquier nuevo desarrollo en la psique está vinculado con renunciar a la seguridad de la etapa anterior , con arriesgar y asumir peligros. Implica sacrificar el ego caduco, con sus referentes de seguridad. Se experimenta como una especie de muerte simbólica para renacer en un ser más complejo e integral.
En la mitología la confrontación con lo materno devorador se simboliza como la batalla con el dragón. Matar al dragón significa matar a nuestros más altos valores, a nuestros dioses interiores, lo que implica inevitablemente incurrir en culpa y exponernos al miedo de las posibles retaliaciones.
La culpa y el miedo son las armas que posee el dragón como madre terrible para impedir el desarrollo, la emancipación y mantenernos en un estado infantil de dependencia. Nuestro ego necesita desplegar la capacidad de transitar, de hacerle frente al miedo y a la culpa devoradora para no vernos detenidos o paralizados por ellos. Como Teseo necesitamos matar a la medusa para neutralizar su capacidad de convertirnos en estatuas.
Matar al dragón posibilita liberar a la princesa, que simboliza lo femenino en su aspecto creativo, o también, encontrar el tesoro difícilmente alcanzable, esto es, el vínculo con nuestra interioridad, con el sentido de autorrealización, el despliegue paulatino de nuestros potenciales singulares que la psicología junguiana nombra como proceso de individuación.
Psicólogo Clínico – Psicoterapeuta Junguiano
Referencias bibliográficas
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