Sobre el viaje auténtico o poético: la sensibilidad al espíritu del lugar

Morar poéticamente significa

estar en presencia de los dioses y

sobrecogido por la proximidad esencial de las cosas.

Martin Heidegger

El espíritu del lugar: el genius loci

De acuerdo con las creencias de la antigua Roma, cada persona, lugar o ser independiente, se encontraba acompañado desde el nacimiento hasta su muerte de un genio o espíritu protector. Desde aquella perspectiva, la esencia o carácter de los lugares, esto es, lo que un lugar era o quería llegar a ser, se encontraba determinado por las particularidades de dicho espíritu.

Para los antiguos era de gran importancia estar en buenos términos con el genio particular del lugar en el que se habitaba. De la calidad de dicha relación podía depender incluso la supervivencia física o psicológica. Por este motivo, los dioses domésticos, que además evocaban la presencia de los ancestros, eran adorados mediante sacrificios y otros rituales.

La concepción del espíritu protector como factor condicionante de la singularidad de los lugares se ha mantenido presente a lo largo de la historia bajo diferentes ropajes y denominaciones. Además, ha sido considerada como un efecto inspirador en el trabajo creativo de artistas y escritores durante sus viajes.

En tiempos de globalización y supremacía del pensamiento racional, en el que abundan franquicias comerciales, así como objetos, comida y ofertas de ocio estandarizados por todo el planeta, es más difícil percatarnos del genio de los lares tal y como lo hacían los antiguos. Sin embargo, si prestamos un poco de atención, es posible darnos cuenta de que las geografías, climas e idiosincrasias propias de cada lugar, actúan en conjunto como un espíritu que se resiste a ser acallado; estampando siempre una huella de singularidad a cada una de las  expresiones de homogeneización que subyacen a la globalización.

Modos de habitar y de viajar

La posibilidad de relacionarnos de manera profunda con el entorno, esto es, de dejarnos afectar por el espíritu de los lugares, fue desarrollada por el filósofo alemán Martin Heidegger, quien es considerado como uno de los pensadores más importantes del siglo XX.

Heidegger identifica dos maneras de habitar, de ser, sobre la Tierra. Una sería la que designa como habitar técnico o inauténtico, que describe como utilitarista, frío y superficial, en la que el sujeto permanece incólume a las singularidades de los lugares, regido por habladurías y el afán de novedades.  

Aquel modo de habitar lo contrapone al habitar poético o auténtico que se distingue por la apertura y sensibilidad de los sujetos al espíritu de los lugares, alterado por el misterio de lo trascendente y  convocado a la conciencia del destino que comparte con sus semejantes.

Las indagaciones de Heidegger sobre el habitar auténtico o inauténtico resultan útiles como categorías de reflexión con respecto a lo que podrían considerarse similares actitudes hacia los viajes.

Características del viaje inauténtico

Una de las principales peculiaridades que plantea Heidegger como propio del habitar inauténtico es que el sujeto se rige por habladurías, por comentarios, por lo que opinan los demás.  Así, un viaje inauténtico podría caracterizarse también, como aquel que se planea y desarrolla con base en las promesas de satisfacción de las somos inundados por la publicidad, o en nuestro mundo cibernético, por las recomendaciones de blogueros que nos entusiasman con magníficas fotos y narraciones de las experiencias de sus propios viajes.

Las experiencias y opiniones  de los otros pueden ser fuente de inspiración pero también pueden llegar a constituirse en una saturación de categorías, expectativas y prejuicios que limitan la vivencia de las sensaciones propias, del encuentro con la cosa misma, con la singularidad única de los lugares.

Podemos realizar entonces, viajes condicionados por las ideas preconcebidas que hemos construido sobre los lugares y sus gentes, comparándolos con nuestros referentes y procurando moldearlos a nuestras expectativas. Así, el resultado del viaje puede llegar a ser la trivial e infantil satisfacción de haber tenido la razón en nuestros prejuicios, regresando a casa tal y como partimos.

La avidez de novedades

El estar sometido a las opiniones de los demás se manifiesta en otra de las características que propone Heidegger como propias del habitar inauténtico: la avidez de novedades. Así, nuestros viajes se pueden desarrollar como una vertiginosa carrera  por ir completando la lista  de los mejores sitios para visitar, las mejores comidas que debemos probar, los monumentos imperdibles que estamos obligados a fotografiar, siempre según el juicio de otros viajeros. 

Los viajes pueden vivenciarse entonces como un elemento que sacia y aturde de manera fugaz nuestras ansiedades. Ansiedades, que para aliviarse, requieren cada vez más de mayores dosis de nuevos lugares,  de más estimulantes y extremas actividades.

La avidez de novedad no nos permite detenernos en nada, no da lugar a profundizar, a afectarse; impide una verdadera apertura a lo que nos convoca cada lugar, limita la vivencia de experiencias singulares y nos conduce a una errancia superficial. 

Lo anterior se encuentra relacionado con la obsesión por registrarlo todo -en fotografías, en videos-, implicando muchas veces que el disfrute del viaje no sea la experiencia misma sino la satisfacción que produce la mirada aprobatoria de los otros a través de sus comentarios y “me gusta” en las redes sociales.

El único verdadero viaje de descubrimiento consiste no en buscar nuevos paisajes, sino en mirar con nuevos ojos, escribió Marcel Proust.

El hombre como la medida de todas las cosas

El dejarse llevar por las habladurías y la superficialidad de la errancia reduce la capacidad crítica. El pensamiento de Heidegger puede ser visto, en algún sentido, como un cuestionamiento al pensamiento moderno predominante que ha considerado al hombre como el culmen de la evolución y como la medida de todas las cosas.

La lógica de la eficacia, la productividad y el materialismo, definitoria de la modernidad, impone una cosmovisión que aplasta y acalla la voz de la realidad misma. Las cosas entonces no se ven como se presentan sino como nos conviene que sean. No hay misterio, espíritu o aspecto trascendente que merezca ser tenido en consideración. La naturaleza, el planeta y los otros -los que no se consideran los nuestros-, no son más que recursos, bienes de consumo o cosas que pueden ser utilizadas y explotadas para nuestro propio beneficio.

Cosificación, instrumentalización y explotación de lo otro -planeta, naturaleza, animales y seres humanos vulnerables-, pueden ser consideradas como expresiones del habitar inauténtico. Un viaje inauténtico, entonces, no tomaría en cuenta el impacto ambiental, en ocasiones devastador, que pueden tener nuestras visitas o algunas infraestructuras turísticas que utilizamos. No evitaría hacer uso de animales como divertimento sin considerar el sufrimiento al que se les puede estar sometiendo y no contemplaría, por ejemplo, que muchas veces la promociones o precios bajos de los planes turísticos están supeditados a la explotación laboral de personas. 

La sensación que propone Heidegger para el habitar inauténtico es la de desarraigo, confusión, rutina y monotonía.

El olvido de nuestra propia finitud

Heidegger propone como base del habitar inauténtico el olvido de la más inminente de nuestras posibilidades: la conciencia de nuestra finitud.

Desde diferentes perspectivas se ha considerado la conciencia de muerte como la gran maestra; es esta conciencia la que desplaza lo superfluo, el infantilismo, el narcisismo y la enajenación.  La negación de la muerte -considerando que es algo que les sucede solo a los otros-, estaría relacionada con el culto contemporáneo a la juventud, a lo superficial, a lo novedoso.

La conciencia de muerte nos acerca a la experiencia de lo auténtico en nosotros y en los otros, perdiendo relevancia la necesidad de la mirada aprobatoria de los otros.

Lo poético  y lo auténtico en el habitar

Heidegger hila diferentes acepciones etimológicas de las palabras habitar y morar en diversos idiomas para  develar las imágenes que se ocultan en  sus significados inmediatos,  y así, nutrir lingüísticamente su planteamiento del habitar auténtico.  

Encuentra Heidegger que habitar y morar aluden a cuidar, abrigar, quedar, estar libre, permanecer en paz, protegido de peligros y daños en un recinto, también a lo que es familiar, conocido y habitual, a reunión,   a la amistad y el amor.

Considera Heidegger que el habitar y lo poético se encuentran íntimamente relacionados, exigiéndose uno al otro. Plantea entonces que el habitar auténtico solo puede ser poético, entendiendo lo poético en el sentido de creación y construcción por excelencia, de posibilidad de develar lo oculto, de brindar apertura a lo imperceptible, de servir de puente con el misterio de lo trascendente.  

Lo poético es considerado un movimiento compensatorio de lo unívoco a lo equívoco, del concepto racional al símbolo, del control a la incertidumbre,  de lo binario a lo paradójico.  El pensamiento poético, llamado también como del corazón, permite flexibilidad y dinamismo ante la rigidez y el estatismo. Es inclusivo ante lo extraño, lo diverso o lo no conocido. 

Heidegger concibe entonces el habitar auténtico como una experiencia del ser que implica una actitud de escucha, que convoca a la protección de la naturaleza y a vivir en armonía con ella. Lo auténtico propicia la relación con la alteridad y el encuentro gozoso entre las personas. El habitar poético promueve el desenvolvimiento del ser, el despliegue de lo más genuino de cada sujeto; sujeto que Heidegger concibe como proyecto, como conjunto de posibilidades nunca satisfechas que nos mantienen en movimiento.

El viaje auténtico

Los viajes auténticos serían entonces aquellos en que procuramos  suspender nuestros prejuicios y expectativas, la lógica de la eficacia y la productividad, para que la naturaleza, sus paisajes y sus gentes puedan  mostrarse ellos mismos, con sus misterios, incertidumbres y singularidades; diluyéndose así, su consideración como simples   recursos humanos, recursos turísticos o recursos productivos disponibles para nuestro beneficio. 

De manera paradójica, cuando somos sensibles a la singularidad profunda de las cosas nos sobrecoge la conciencia de la similitud esencial que intuitivamente nos liga a ellas. De esta manera, atendemos   a la esencia dinámica e híbrida de todas las culturas, asombrándonos de lo que nos resulta extraordinario y reconociendo una familiaridad y cercanía incluso con las expresiones culturales aparentemente más distantes. Los viajes auténticos nos convocan acoger y a reconocernos en la diversidad del mundo, con sus luces y con sus sombras.

La propuesta del habitar auténtico de Heidegger puede considerarse entonces como un reconocimiento de la radical interdependencia entre el ser humano y el mundo, así como entre todas las cosas del mundo. Es en este sentido que puede entenderse que Heidegger se exprese sobre el habitar auténtico como estando en presencia de los dioses y sobrecogido por la proximidad esencial de las cosas. 

Recuperación de la unidad perdida

Los viajes auténticos movilizan la recuperación de la unidad perdida de los individuos con otros individuos y del ser humano con la naturaleza; percepción que se ha visto alterada por las fronteras y categorías de distinción, control y dominación que se catapultaron en la modernidad.

Los viajes auténticos corren el velo que impide percibir el espíritu de los lugares, el Unus Mundus de los alquimistas, aquellos hilos invisibles que nos vinculan con todos los seres del universo. La concepción de una unidad subyacente ha estado presente en las cosmovisiones de  pueblos de diferentes épocas y lugares y guarda sorprendentes similitudes con planteamientos  generados en  tiempos  recientes por la  física cuántica. 

Recobrada la alianza fraternal que nos vincula con el resto de elementos del universo; la naturaleza, los seres vivos y la totalidad de la humanidad nos generan un sentido de pertenencia y responsabilidad para su protección y cuidado. Protección que consiste, en parte, en permitirles su despliegue en plenitud,  en albergarlos en su esencia, en dejarlos ser sin violentarlos.  

La conciencia simbólica

El espíritu de los lugares no es evidente sino que emerge. Su contemplación implica una actitud de humildad, silencio, paciencia y receptividad para que podamos ser invadidos y alterados por él.

El desarrollo de la conciencia simbólica que nos permite percatarnos del espíritu de los lugares nos sensibiliza también a lo que André Breton denominó como el ámbito de la surrealidad. Aquel ámbito que trasciende la literalidad y del que hacen parte las sincronicidades; aquellas casualidades significativas que si estamos atentos a menudo  suceden en nuestros viajes.  

En ocasiones,  por ejemplo,  al perdernos en la búsqueda de algún lugar determinado, terminamos encontrándonos con una persona, objeto o circunstancia que puede resultar siendo lo más significativo de nuestra  travesía.     

Para Carl Jung las sincronicidades pueden considerarse como una irrupción del principio de unidad subyacente -lo inconsciente colectivo-, en el ámbito de la conciencia. Para poder percatarnos de las sincronicidades es necesario que nuestros planes de viaje no estén estrictamente establecidos, y así, lo asombroso y lo incierto se pueda manifestar.  

La sensibilidad simbólica nos capacita también para disfrutar con el encanto de lugares más parcos, menos espectaculares, donde quizás en apariencia no sucede nada interesante. Lo anterior nos brinda la ventaja añadida de que no tendremos que lidiar en estos lugares con el abarrotamiento de gente que es usual en los que son sugeridos por las opiniones dominantes. 

Los viajes auténticos como expresión y necesidad del espíritu de la época

Son numerosas y diversas las voces que coinciden en considerar que el  mundo contemporáneo se encuentra atravesando por una época de transición.

La lógica de progreso, la conquista y la racionalidad ha posibilitado avances incuestionables para la humanidad pero también ha generado un desequilibrio, una desconexión con aspectos esenciales del ser. El endiosamiento del dinero, la razón y el pensamiento materialista han conducido a la humanidad a desarrollar una Hibris, esto es, una desmesura, una actitud de soberbia colectiva que nos ha hecho creer omnipotentes, amos y señores de la naturaleza.

Las consecuencias funestas del cambio climático que estamos afrontando, las pandemias, el inmenso poder de destrucción de las armas contemporáneas en un ambiente de fuertes confrontaciones   políticas y religiosas, así como la creciente desigualdad social, están promoviendo que colectivamente se esté empezando a tener  conciencia de finitud. Conciencia que, como apuntaba Heidegger, es el fundamento de la búsqueda de autenticidad y de lo esencial, del reconocimiento de aquella unidad subyacente que nos vincula, así como de otros aspectos que han sido desatendidos y menospreciados.

El sacrificio arquetipal

El espíritu naciente de la época exige sacrificios, tal y como los que hacían los dioses de la antigüedad. La coherencia con los valores que emergen de la conciencia de finitud requiere el abandono de hábitos y actitudes que han sido sustentadoras del desequilibrio. 

Los viajes auténticos pueden implicar por ejemplo una mesura en velocidad, lujos y confort a los que nos habíamos acostumbrado.  Una disposición a considerar que nuestra manera de ver la vida no es la única ni la mejor. Y sobre todo, la renuncia a la pretensión de que la naturaleza y los otros son simples elementos que podemos utilizar para nuestro beneficio.

Los viajes simbólicos, el ocio auténtico, tienen que ver más con las experiencias y el arte, que con el consumo y el despilfarro.

El retorno de lo femenino

El espíritu de la época clama entonces para que la lógica patriarcal sea complementada por la perspectiva simbólica y poética que nos permita reconocer intuitivamente que el malestar de ciertos segmentos de la población, el maltrato animal, la deforestación, la contaminación ambiental, son fenómenos que nos conciernen de manera directa, como si fueran afecciones a elementos esenciales  de nuestro  propio ser, de nuestro propio hogar. Una perspectiva que valore además la diversidad y las fuerzas en tensión como promotoras de transformación e integralidad.

A lo anterior apuntarían las perspectivas que consideran el espíritu de la época como un retorno de lo femenino que emerge de manera compensatoria a la  saturación de la lógica patriarcal. Lo femenino  entendido como la recuperación del valor de lo imaginario, de lo inefable, de la sabiduría de la naturaleza, de nuestra corporalidad;  de la intuición, de los ritmos y ciclos internos y externos que deben ser respetados y contemplados, del acogimiento de la diversidad del mundo y de nuestras polaridades. 

Daniel Ulloa Quevedo

Psicólogo Clínico – Psicoterapeuta Junguiano

Contacto

Referencias Bibliográficas

Heidegger, M (1994), “Construir, Habitar, Pensar” en Conferencias y artículos, Oidós, Barcelona, España

Heidegger, M (1994), Poéticamente habita el hombre en Conferencias y artículos, Oidós, Barcelona, España

Hesse, H (2000). El caminante: reflexiones, poemas y acuarelas del autor de Siddharta. Barcelona, RBA.

Jung, C. G. (2003). La interpretación de la naturaleza y la psique: La sincronicidad como un principio de conexión acausal. Barcelona: Paidós.

Jung, C. G.(2011). Símbolos de transformación. Barcelona: Paidós.

Maffesoli, M. (2005). El nomadismo: Vagabundeos iniciáticos. México D.F: Fondo de Cultura Económica.

Vattimo, G (2009) Introducción a Heidegger. Barcelona: Gedisa

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