El arte de dejar que las cosas sucedan: el Wu wei y la psicología junguiana

Al llamado pensamiento occidental, caracterizado por el espíritu heroico de la conquista, la fuerza de la voluntad, el valor del individuo y la racionalidad; le resulta chocante una postura que promueva el dejar suceder, la acción a través de la no acción y la no interferencia como una actitud legítima y necesaria ante situaciones de la vida.

La visión taoísta, sustentadora de esta última perspectiva, considera que todas las manifestaciones del universo, sus elementos y el curso de los acontecimientos, son la expresión de una fuerza armónica evolutiva que subyace a todo lo manifestado. Se propone entonces, bajo el intraducible concepto de Wui Wei, la necesidad de ser conscientes del influjo de  dicha fuerza y de estar alineados con ella. 

La filosofía que subyace al Wu Wei, presente también en diversas cosmogonías orientales, plantea que es posible actuar en la realidad, respetando y promoviendo sus propios cauces, sin pretender forzar los acontecimientos hacia nuestras expectativas.  Al fluir con la fuerza interna que es promotora de todas las formas de la naturaleza, de sus ritmos y sus ciclos armónicos; facilitamos y colaboramos con su sabia participación en nuestras vidas.  

El creador de la psicología analítica, el psiquiatra suizo Carl Jung, vio en esta perspectiva del dejar suceder similitudes con algunos planteamientos del filósofo presocrático Heráclito y del teólogo alemán Meister Eckhart. Dichos planteamientos le sirvieron de sustento, junto con sus observaciones clínicas, para desarrollar algunas consideraciones con respecto al acontecer psíquico.

El Si mismo y los arquetipos

Para Jung, el proceso de maduración de la personalidad, que denominó proceso de individuación, es promovido por una fuerza vital interna que compele al individuo a llevar a la práctica su proyecto de vida en cada una de las etapas de su ciclo vital. Este factor interno, con similitudes al concepto del Tao oriental, puede ser entendido como nuestro ser más profundo y fue denominado por Jung como el Si Mismo o Self, el arquetipo de los arquetipos.

Desde la perspectiva junguiana, de la misma manera que una semilla va desplegando paulatinamente su potencial inmanente hasta convertirse en un árbol, en los seres humanos habitan tendencias, coordinadas por el Si mismo, que no pueden dejar de ser atendidas y que nos fuerzan a transitar por diferentes circunstancias necesarias para concretar nuestro despliegue singular. 

Estas tendencias, denominadas por Jung arquetipos, pueden ser entendidas como factores psíquicos análogos a los instintos en los animales. Los arquetipos son  percibidos subjetivamente como un afán o un deseo,  bien sea de explorar el mundo o  de emanciparnos de nuestros padres, de ganarnos el sustento, de crear una familia o una obra. Cada anhelo corresponde a un momento vital y su negación o desatención son causa de malestar o de falta de sentido.

Si a una planta se le corta el tallo, separándola de su raíz, no se permite que la savia vital corra y la planta se seca. De la misma manera, planteaba Jung, le sucede al individuo que se aleja de su fuente, de sus deseos más íntimos, de aquello que internamente está buscando eclosionar en su interior, “su alma entonces se seca y pierde con ello el sentido de su vida”.

Hay entonces que ser capaz de dejar suceder psíquicamente, decía Jung “para nosotros esto es un verdadero arte del que infinidad de personas nada entienden, en tanto su consciencia interviene constantemente ayudando, corrigiendo o negando”.

La vocación

Jung se distancia así de los planteamientos que ubican en la socialización la totalidad de los factores intervinientes en la construcción de la personalidad -como si llegáramos al mundo como una tabula rasa-, y también de la idea de que nuestras decisiones y los resultados de nuestras acciones estén solo mediatizados por nuestra conciencia y voluntad.  

Plantea entonces que el inconsciente lleva dentro de sí, como una matriz o un ovario, todos los gérmenes de las producciones futuras. El inconsciente nos provee de algo así como un juego de cartas singular y está en nuestras manos hacer la mejor partida con aquella repartición.

El creador de la psicología arquetipal, James Hillman, plantea en este mismo sentido que cada alma viene al mundo con un particular llamado, con una vocación, y es su despliegue, el dejar suceder paulatino de esa vocación, lo que da sentido a nuestra existencia. “Si eres una persona con talento, no significa que ya hayas recibido algo. Quiere decir que tienes que  dar algo”, decía Jung.

Las crisis como actualización de la personalidad

Para Jung, el sistema psíquico, al ser parte del mismo orden natural, posee un sistema de autorregulación y autocuración que empuja al individuo a construir estructuras cada vez más complejas e integrales, abandonando las anteriores que han dejado de ser funcionales.  

Las crisis, que de tanto en tanto nos suceden, se interpretan como la necesidad de actualizar nuestra personalidad introduciendo un nuevo orden que responda a la necesidad inmanente de evolución de nuestra psique.

De manera similar a ciertas perspectivas orientales, Jung considera entonces el transcurso de la vida como un continuo devenir de muertes y renacimientos que amplían nuestra conciencia de ser y que promueven el despliegue de nuestra mayor autenticidad. “El inconsciente siempre trata de producir una situación imposible para forzar al individuo a que exteriorice lo mejor de sí mismo. Si uno no lo intenta, no se completa, no se realiza. Se requiere una situación imposible donde uno tenga que renunciar a su propia voluntad y a su propio conocimiento, y no hacer nada más que confiar en el poder impersonal del crecimiento y el desarrollo”, decía Jung.

El mitólogo Joseph Campell decía en este mismo sentido que “tenemos que desprendernos de la vida que planeamos para que pueda llegar la vida que nos está esperando”. Cada paso hacia una mayor complejización implica entonces el sacrificio de nuestras expectativas conscientes, el desprendernos de las seguridades a las que nos hemos aferrado y el trascender el miedo que nos genera la incertidumbre de lo venidero.

La función trascendente de la psique

El orden superior se construye, no como un acto de voluntad, sino más bien del dejar suceder, del soportar la tensión de las oposiciones entre lo consciente y lo inconsciente. De esta oposición emerge una nueva síntesis más compleja que la anterior, que no es ni lo uno ni lo otro sino lo mejor de ambos aspectos.

Lo anterior sucede gracias a lo que Jung denominó la Función trascendente de la psique. Esta nueva síntesis no responde a nuestras expectativas, es un resultado que nos acontece cuando soportamos y dejamos suceder la tensión interna. Es un sacrificio hacia lo trascendente, lo absoluto, aquello que escapa a nuestra comprensión pero que es un factor operante.

Síntomas como intentos de curación y evolución

Jung interpreta entonces la presentación de los síntomas como originados por un estancamiento del fluir alterado de la energía que proviene del Si mismo, manifestados tanto somática como psíquicamente. La neurosis es considerada, por lo tanto, como una parte disociada y no reconocida de la personalidad. “La vida no vivida es una enfermedad de la que se puede morir”, plantea.  

James Hillman, en este mismo sentido decía que “hay un amor secreto escondido en cada problema. Aunque sea difícil de creer, las hipocondrías nos cuidan, las depresiones nos hacen aminorar la marcha, las obsesiones son modos de limpiar la imagen, las sospechas paranoicas son modos de intentar ver a través -todos estos movimientos de lo patológico son modos en que somos amados, con ese peculiar modo en que opera la psique”.

Los síntomas son vistos como intentos de corrección de la psique, que a modo de compensación procuran introducir en nuestra vida aspectos y perspectivas que han sido desatendidos.

La aceptación como transformación

Los arquetipos para Jung no sólo operan a nivel psicológico sino que tienen incidencia también en las circunstancias a las que se ve expuesto el individuo en la realidad externa. Lo anterior puede ser entendido por el carácter psicoide de los arquetipos y su relación con la sincronicidad.

El mundo externo es pues, un reflejo de las dinámicas internas, así, los hechos que nos confrontan en el día a día nos están convocando una y otra vez a transformarnos y si nos negamos a ello, si no dejamos suceder aquello a lo que nos promueven, se expresan como aquellas circunstancias que no dejan de repetirse en nuestras vidas. “Aquellos que no aprenden nada de los hechos desagradables de sus vidas, fuerzan a la conciencia cósmica a que los reproduzca tantas veces como sea necesario para aprender lo que enseña el drama de lo sucedido. Lo que niegas te somete. Lo que aceptas te transforma”, planteaba Jung.

El dejar suceder no es un postura de resignación, pasividad o negligencia ante las circunstancias; es más bien: procurar comprender, ser conscientes y sincronizarnos  con el pedido que nos están promoviendo los factores del mundo interno y externo, confiando en su sabiduría evolutiva y armónica. “Quien mira hacia afuera, sueña. Quien mira hacia adentro, despierta“ afirmo Jung. 

Daniel Ulloa Quevedo

Psicólogo Clínico – Psicoterapeuta Junguiano

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Referencias Bibliográficas

Hillman, James. 1998. El código del alma. Barcelona: Martínez Roca.

Jung, C. G. (1990). Las relaciones entre el Yo y el Inconsciente. Barcelona: Editorial Paidós. 

Jung, C. G. (1991). Arquetipos e Inconsciente Colectivo. Barcelona: Editorial Paidós 

Jung, C. G. (2001). Los complejos y el inconsciente. Barcelona: Alianza Editorial 

Murray Stein,  (2009) El mapa del alma según Jung, Editorial Luciérnaga,

Vázquez, A. (1981) Freud y Jung, dos modelos antropológicos. Editorial Sígueme. Salamanca. 

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