Los sentimientos de culpa en la migración
La culpa es un sentimiento de malestar interno que emerge cuando evaluamos de manera negativa nuestra conducta por considerarla inapropiada con la representación que hemos construido de lo que es ser una buena hija, un buen padre, una buena amiga, un buen ciudadano, etc.
Los sentimientos de culpa sobrevienen al considerar que hemos incumplido un mandato moral que hemos ido interiorizando a través de la socialización. La culpa nos genera sufrimiento y disminuye nuestra autoestima porque relacionamos dicha transgresión con el desprecio o la exclusión por parte de personas significativas. Cuando los sentimientos de culpa son demasiado intensos pueden llegar a ser bastante perturbadores e incapacitantes.
La distancia geográfica con respecto a la familia que implica la migración puede generar ansiedades de exclusión por no poder estar físicamente alimentando los vínculos emocionales. La migración suele conllevar también la transgresión de varias obligaciones morales por lo que puede ser una experiencia favorecedora de sentimientos de culpa para las personas involucradas.
Situaciones culposas
Son múltiples los motivos que pueden ser generadores de culpa entre los migrantes y han sido tema de estudio de diversas investigaciones etnográficas.
Algunos migrantes expresan sentimientos de culpa por considerar que disfrutan de unas condiciones de vida con las que no pueden contar sus familiares o amigos en su lugar de origen.
Personas que emigran motivados por crisis económicas o sociales pueden sentirse culpables por no estar contribuyendo al desarrollo de sus países por “huir del barco mientras se estaba hundiendo”.
Se puede experimentar culpa por sentir que no se hace el esfuerzo suficiente para adaptarse al nuevo entorno o porque no se dedica el tiempo suficiente para mejorar el idioma del lugar de destino. Para algunos, los sentimientos de culpa pueden emerger cuando se dan cuenta de que están perdiendo costumbres de su cultura de origen.
Algunos migrantes pueden sentir culpa porque tienen que desempeñarse en trabajos no cualificados o por no estar ejerciendo la profesión para la que han estudiado. La culpa puede emerger también por sentir que no se está cumpliendo con las metas propuestas en la migración.
En las visitas al país de origen se puede sentir culpa por no querer o no poder satisfacer las expectativas con respecto al tiempo que los familiares o amigos desean pasar con nosotros.
La obligación moral de cuidado en la familia
Una de la situaciones que puede llegar a provocar más sentimientos de culpa entre los migrantes es la incapacidad de cumplir, de manera tradicional, con la obligación moral de cuidar a los padres mayores cuando estos van perdiendo independencia con los años, o de los hijos, cuando estos se han quedado a cargo de familiares en el lugar de origen. Los migrantes que se encuentran con sus hijos pueden expresar sentimientos de culpa por alejarlos de sus abuelos o de otros familiares.
Las relaciones al interior de las familias se caracterizan por unas obligaciones morales compartidas. De esta manera, hay una expectativa de cuidado y preocupación por el bienestar mutuo entre familiares cercanos, que puede variar en intensidad en las diferentes culturas. Así, se cuida sin medir exactamente la cantidad que se entrega pero se espera que el cuidado sea devuelto.
Por este motivo, cuando percibimos que nuestros familiares no se preocupan por nosotros nos sentimos mal, ya que sentimos que no se nos está tratando como corresponde. A su vez, cuando no cumplimos con la expectativa de cuidado y preocupación de nuestros familiares nos sentimos culpables.
Variaciones en el peso de la carga moral
Algunos investigadores plantean que las mujeres, al haber sido consideradas socialmente con una mayor responsabilidad en los roles de cuidado, suelen expresar mayores sentimientos de culpa en este sentido que los hombres.
En los países en que la crisis económica fue una motivación para la migración, los hombres vieron afectada su asignación social como proveedores, por lo tanto para ellos la migración era vista como lo correcto. A las mujeres, en cambio, la migración les impedía cumplir su rol tradicional como cuidadoras.
De igual manera, se sigue considerando el “espíritu aventurero” relacionado con la migración como más propio de lo que se espera de un hombre que de una mujer.
El lugar de nacimiento puede también otorgar o quitar peso a las obligaciones morales. De la hija o el hijo mayor se puede esperar que esté en el “lugar que le corresponde, haciendo lo que debe” en un mayor grado que los demás hijos.
Funcionalidad social de la culpa
Los sentimientos de culpa pueden promover que las personas se mantengan en contacto con sus familiares a pesar de la distancia. Por este motivo, algunos investigadores consideran que la culpa contribuye funcionalmente para el mantenimiento de las redes familiares y comunitarias indispensables para el mantenimiento de las sociedades y para el desarrollo del individuo.
El miedo a ser excluido por personas significativas nos convoca a reconocer sus necesidades y a realizar prácticas de cuidado. También puede promover la expresión de sentimientos positivos, es decir, que nos preocupemos para que las otras personas sepan que nos importa su bienestar. La ausencia de sentimientos de culpa en nuestros familiares la solemos interpretar como poca valoración de la relación.
Es usual la práctica de ocultar noticias potencialmente perturbadoras con el objetivo de proteger a los familiares de sentirse mal, es decir, para protegerlos de los sentimientos de culpa por no estar presentes y mantener una equidad emocional en la relación. Esta práctica conlleva el riesgo de que la persona se sienta excluida, de que perciba que no se le tiene en cuenta en la situaciones relevantes de la familia.
Tradicionalmente a la culpa se le ha otorgado el papel social del mantenimiento de lo establecido, es un elemento que disuade de las desviaciones, del cambio.
Familias transnacionales
Las nuevas tecnologías de la información facilitan el “mantenerse en contacto” con la familia y realizar prácticas de cuidado a pesar de la distancia, lo que ayuda a aliviar los sentimientos de culpa. Sin embargo la facilidad para la comunicación también puede aumentar la obligación de contacto e incidir en la promoción de culpa ya que no existe un motivo suficiente para no mantener una comunicación constante. A las familias que siguen manteniendo prácticas de cuidado y apoyo emocional recíproco a pesar de la distancia, se les ha denominado por parte de investigadores sociales como familias transnacionales, multilocales o internacionales.
Estado emocional dinámico
La culpa es un estado emocional dinámico relacionado con la representación de las obligaciones morales y estas pueden sufrir modificaciones a lo largo del tiempo. La culpa puede emerger por ejemplo cuando sentimos que no tenemos una buena razón para permanecer en nuestro lugar de destino, quizás porque ha finalizado la etapa de estudios que motivó el emprendimiento de la migración.
De la misma manera, los procesos migratorios pueden ser vistos por los padres como algo transitorio. Cuando la familia se da cuenta que la persona no va a regresar, puede comenzar a presionar para que se haga efectivo su regreso buscando generar sentimientos de culpa. La familia, luego de un trabajo emocional, puede con el tiempo asumir que el regreso no se va a dar y cambiar la actitud culpabilizadora
Los sentimientos de culpa pueden ser más acuciados en situaciones en que hay una expectativa mayor de nuestra presencia como enfermedades, nacimientos, bodas o muertes de familiares. Nos sentimos culpables “por no poder estar allí cuando se nos necesita”. También, con el tiempo, los sentimientos de culpa pueden llegar a ser más llevaderos o menos perturbadores.
Mandatos interiorizados
Para que la culpa emerja no son necesarios reproches o recordatorios de lo que se considera un incumplimiento, ya que nuestras obligaciones morales responden también a unas expectativas sociales. Las personas pueden sentir culpa por no estar presentes para el cuidado de sus padres a pesar de que las relaciones con ellos hayan estado marcadas por el maltrato.
La culpa puede promover entonces que la persona que ha emigrado se acerque a su familia pero también puede empujarlo a tomar distancia para evitar la incomodidad por los reproches y juicios sobre su decisión de estar lejos.
La ambivalencia del migrante
Es usual que las personas que han realizado un proceso migratorio se enfrenten a una ambivalencia de sentimientos entre el “aquí” y el “allí”. Entre lo que les aporta estar residiendo lejos de su lugar de origen y las pérdidas que eso implica.
Con el tiempo, el sentido de pertenencia se va modificando y puede que el migrante no se sienta plenamente de ningún lugar. A veces los diferentes lugares de referencia pueden tener asignaciones sociales que entran en contradicción.
Para algunos, la ambivalencia es entre las posibilidades económicas que brinda la migración, lo que les permite aportar en ese sentido a sus familiares, pero por otra parte la ausencia física que les impide aportar en otros ámbitos igualmente relevantes.
Puede haber sentimientos encontrados con respecto a lo que se espera de ellos y lo que quieren hacer. El sentimiento de culpa por no cumplir con las expectativas de los familiares puede estar contrarrestado por la autonomía y dosis de libertad que para muchas personas ha implicado la migración.
La ambivalencia, esto es, el no estar plenamente posicionado en una perspectiva, en un lugar o en un sentimiento suele ser percibido como un estado incómodo; sin embargo, los estados intermedios, transicionales, liminales, donde se manifiestan fuerzas en oposición, son considerados tradicionalmente como lo más creativos, promotores de cambio, crecimiento y transformación.
No hay crecimiento sin culpa
Desde el punto de vista de la psicología desarrollada por el psiquiatra suizo Carl Jung, la culpa, además de su función de reproducción de lo aceptado socialmente, es considerada como un factor inherente al proceso de crecimiento y despliegue de nuestras potencialidades psíquicas.
Esto quiere decir que no es posible desplegar una vida creativa y auténtica sin la transgresión de una norma, un tabú o un mandato, y sin asumir los sentimientos de malestar que emergen concomitantes a dicha transgresión.
En muchas historias míticas la necesidad de madurar, del despliegue de singularidad y autonomía del protagonista, se manifiesta como el llamado a una aventura a un territorio prohibido. Para ingresar a este territorio es necesario transgredir el mandato de alguna autoridad.
La migración se constituye para muchas personas en un contexto propicio para el despliegue de aspectos de la personalidad que anteriormente no se habían permitido expresar. Ese despliegue de singularidad implica en ocasiones saltar la cerca de las definiciones parentales o sociales de lo que es conveniente, bueno o exitoso. La culpa puede entonces emerger al estar cometiendo actos que pueden traer algo valioso o incluso indispensable para nuestra vida.
Para Jung, la culpa es inevitable, nos sentimos culpables si no cumplimos con los requerimientos sociales pero también si no desplegamos nuestra individualidad. Es necesario encontrar un equilibrio, hacer una negociación entre los requerimientos del mundo externo y los del mundo interno, entre los intereses y necesidades del individuo y los de la colectividad.
Psicólogo Clínico – Psicoterapeuta Junguiano
Referencias Bibliográficas
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