La seducción de las teorías de la conspiración desde la perspectiva de la psicología junguiana: aspectos arquetipales

Es necesario y saludable tener una visión crítica hacia las versiones oficiales. Además, las especulaciones aparentemente extravagantes sobre las maquinaciones de actores poderosos en ocasiones han resultado acertadas. 

Las conspiraciones existen. Gobiernos y grupos han urdido tramas para favorecer sus intereses. Lo problemático es que al desconfiar totalmente de autoridades, comunidad científica o medios de comunicación, podemos llegar a caer en fuentes mucho menos fiables.

Se plantea en este escrito que las llamadas Teorías de la Conspiración entendidas como las explicaciones de eventos colectivos complejos con referencia a complots secretos tramados por grupos poderosos, resultan seductoras para sus seguidores porque resuenan con diversos aspectos arquetipales.

La predisposición humana para ser persuadidos por teorías conspirativas es utilizada como mecanismo de control y manipulación política. La propaganda del nazismo con respecto a la conspiración judía y muchas campañas electorales contemporáneas dan cuenta de ello.

Lo arquetipal

La lectura arquetipal de un fenómeno alude a la pregunta sobre lo originario, lo que permanece a través del tiempo operando en la vida individual y colectiva, a lo que es propio de la naturaleza humana.

Lo arquetipal se encuentra relacionado con los patrones evolutivos, con lo inmanente, con las necesidades instintivas y las imágenes relacionadas con ellas.   

Teorías conspirativas y fundamentalismo

Para Jung, existe una predisposición religiosa natural del alma humana. En la medida en que esa necesidad religiosa no encuentra un canal adecuado de expresión, la carga energética que le corresponde se encauzará necesariamente en otros objetos mundanos y ordinarios —teorías, ideologías, personas—. Estos objetos, sean o no adecuados, súbitamente serán experimentados como algo sagrado, numinoso o trascendente.

Es posible identificar varios paralelismos de las teorías de conspiración con respecto a los mitos y a la religión. Las teorías de conspiración brindan un propósito, un sentido y un camino de transformación a sus seguidores con respecto a lo que cada teoría considera como el Mal. Facilitan, en este sentido, una sensación de poder y control sobre la realidad.

Los sistemas religiosos sirven de mediadores simbólicos con respecto a los aspectos trascendentes de la existencia. El modo de funcionamiento de las teorías de conspiración las acerca en varias particularidades a los movimientos fundamentalistas de los sistemas religiosos. En ambos, la mediación simbólica se encuentra empobrecida, predominando en su lugar el dogmatismo y la literalidad. Para la psicología junguiana, lo simbólico, además de servir de puente hacia lo trascendente, posee una cualidad transformadora.

Al perderse la cualidad simbólica puede plantearse que las teorías de conspiración no funcionan como un instrumento de transformación sino, más bien, como un refugio y una defensa con respecto a ciertos aspectos de la existencia que resultan abrumadores.

En el origen fue el caos

Estamos predispuestos estructuralmente para huir de la incertidumbre, para dotar de un sentido al caos. Una primera necesidad primordial que puede ser tramitada a través de las teorías de conspiración y, por lo tanto, ser seductora para sus adeptos es que permiten dar significado a los hechos complejos y confusos de la realidad

Es precisamente en épocas convulsas, cuando se descolocan nuestros referentes para entender el mundo y experimentamos un gran desconcierto, que se intensifica la producción y la propagación de las teorías de conspiración.

Las teorías de conspiración permiten aliviar la angustia que nos generan lo incierto, lo paradójico y lo ambivalente por medio de “certezas” que no pueden ser contrastadas. Lo que antes era ansiedad generalizada se traduce y se transforma en miedos más específicos y focalizados.

Imágenes relacionadas con el caos, la indiferenciación y la incertidumbre, se encuentran presentes en los mitos de diversas tradiciones como el germen y el origen de lo que devino posteriormente en el mundo reconocible y diferenciado.

“En todo caos un cosmos, en todo desorden un orden secreto», escribió Carl Jung. Desde su psicología se propone una tendencia intrínseca de la psique a buscar el equilibrio, la armonía y el significado.

Nada es lo que parece

Uno de los elementos característicos de todas las teorías de conspiración es que consideran que la realidad que se nos transmite es falsa. Los grupos responsables de la conspiración, según estas teorías, manipulan la información que recibimos para mantenernos controlados y engañados.

En diversas tradiciones se encuentra presente la idea o la imagen de que un velo nos impide ver las cosas como son. Vivimos entonces en una especie de mundo ilusorio, una mátrix de virtualidad. 

A lo anterior aluden la noción de Maya del Hinduismo y el Mundo de las sombras de la Caverna de Platón. Esta virtualidad suele estar asociada a un cierto encadenamiento o esclavitud que coarta la libertad de las personas.  

Las ciencias sociales desde la perspectiva de la posmodernidad plantean que la realidad se construye socialmente. “No hay hechos, solo interpretaciones” sentenció Nietzsche a finales del Siglo XIX. Desde hace unas décadas se introduce el término Posverdad referido a las manipulaciones de la propaganda política para el control social.

En la psicología junguiana se plantea la distorsión de la percepción de la realidad mediatizada por los Complejos afectivos. Los complejos son trozos de nuestra historia vital que tiñen nuestro presente.

Cada complejo está compuesto por un sistema de creencias que filtra y condiciona la relación con el mundo y con nosotros mismos. Hay complejos referidos a la historia individual o familiar, complejos que abarcan nuestra historia compartida como nación. Es posible identificar también el código de percepción que nos habita a todos los humanos en determinada época, que puede ser denominado como el espíritu del tiempo.

Los complejos son, para la psicología junguiana, las partes constitutivas de nuestra psique. Uno de los modos en los que tenemos acceso al contenido de los complejos es a través del mecanismo psíquico de la Proyección. Es decir, la percepción de aspectos referidos a nuestro mundo interior en objetos externos.

Las situaciones con vacíos, con incertidumbres, son completadas entonces con contenidos propios. Un ejemplo de lo anterior son las narraciones subjetivas que pueden evocar las manchas aleatorias del Test de Rorschach.

Lo oculto

Para diversas tradiciones, lo que se encuentra detrás del velo es un aspecto inefable, que no puede ser comprendido a través de la racionalidad; solo puede ser vislumbrado a través de la intuición simbólica, tampoco puede ser nombrado, ni representado.

Para la psicología junguiana, lo que no conocemos de nosotros mismos, lo irracional, lo que se encuentra más allá de nuestra voluntad, lo que nos trasciende, ha sido nombrado como lo Inconsciente.

Este estrato psíquico, al igual que para las tradiciones sapienciales y a diferencia de las teorías de conspiración, tampoco puede llegar a ser conocido ni atrapado en su totalidad. Lo Inconsciente solo puede ser intuido a través de sus expresiones simbólicas y de sus efectos en nuestra vida individual y colectiva.

Para las teorías de conspiración, por su parte, lo oculto, lo que no vemos, es una serie de hechos que pueden ser revelados y que los adeptos sacan a la luz. No hay símbolo, misterio, ni aspecto trascendente, solo unos humanos egoístas engañando y manipulando a otros humanos ignorantes.

Diseño secreto

Para las grandes tradiciones, el principio subyacente que se encuentra detrás del velo de la realidad que percibimos funciona como una inteligencia rectora del cosmos, inefable e invisible.  

Este principio ha sido denominado como Tao, Logos, Sentido y, con características similares, es el fundamento de los sistemas religiosos orientales como el Taoísmo, el Budismo, el Hinduismo o el Zen.

“En la naturaleza existen ya curvas trazadas sin cartabón, líneas tiradas sin cuerda, círculos sin compás, cuadrados delineados sin escuadra, soldaduras sin cola ni engrudo y ligaduras sin cuerdas. Así nacen las cosas solicitadas por el vigor vital sin que sepan ellas mismas de dónde les viene”, escribió Chuang Tzu.

Se considera, desde perspectivas contemporáneas, que los diferentes patrones de autoorganización, distribución, y flujos presentes en la naturaleza —geometría fractal, mandalas, constantes numéricas—, así como lo diferentes ciclos y ritmos presentes en ella —estaciones, fases de la luna, mareas, epidemias—, podrían considerarse también como la manifestación de un “diseño secreto” invisible y operante en todo el universo. 

En los años sesenta, el físico David Bohm propuso en este sentido que el mundo sensible que percibimos a través de nuestros sentidos, al que denominó el Orden explicado es la manifestación de una energía, de un orden más profundo y de una realidad inconmensurable, que denominó como el Orden implicado.

En la psicología junguiana la noción del Sí mismo o Self tiene similitudes con la imagen arquetipal del principio creativo primordial. Para Jung, el Self es el factor psíquico que nos promueve a desplegar nuestra singularidad, nuestro aspecto más genuino; es también el arquetipo de la conciliación de los opuestos aparentemente irreconciliables, el factor interno que promueve la compensación, la búsqueda de armonía y la autorregulación.

El Self se manifiesta como una enorme energía que tiene la capacidad de evocar fuertes experiencias emocionales. Jung denominó estas experiencias como Numinosas planteando que pueden ser tanto positivas(fascinantes) como negativas (amenazantes).

Aspectos de nuestro ego que se resisten al cambio pueden sentirse amenazados por el influjo del Sí mismo en nuestra vida, ya que, en ocasiones, este promueve transformaciones hacia vías que no hacen parte de nuestras expectativas. El “diseño secreto interior”, por lo tanto, puede ser percibido por nuestro ego como una fuerza hostil.

En las teorías de conspiración, la intuición arquetípica de que hay un diseño secreto detrás de lo que percibimos se literaliza en la creencia en un grupo personas que conspiran y diseñan un plan siniestro para favorecer sus intereses y menoscabar  los de los que no pertenecen a esa élite. 

Todo está conectado

Una de las derivaciones de la concepción del principio subyacente —del que todo emerge y a lo que todo confluye—, como factor interviniente en el mundo, es la imagen, también presente en diversas tradiciones, de la interconexión de todos los elementos que componen el universo.

A lo anterior alude la noción de las cosmovisiones indígenas con respecto a la fraternidad hacia el resto de seres vivos y elementos de la naturaleza. Es también una expresión de esta noción el principio de correspondencia del Kybalion —lo que es arriba es abajo, lo que es adentro es afuera—, entre otros muchos ejemplos.

La física cuántica ha empezado a dar cuenta de manera experimental de esta noción. El entrelazamiento cuántico pone en evidencia que dos partículas que han estado unidas mantienen un vínculo de información a pesar de que posteriormente estén separadas por miles de kilómetros. Experimentalmente se ha verificado que si se afecta a alguna de las partículas la otra se ve alterada de manera sincrónica.

Si, al parecer, todos los elementos que componen en el universo, incluyéndonos, son consecuencia de una gran explosión de una masa densísima, se puede inferir que a nivel subatómico continuamos manteniendo un vínculo de afectación con el universo entero.

Jung recurre al término Unus Mundus, de Heráclito, para hacer referencia a este principio unificador que también se encuentra de alguna manera presente en su concepto de Inconsciente colectivo. El Inconsciente colectivo se puede entender como aquella “alma del mundo” de la que emergen los patrones simbólicos presentes en la mitologías de todos los pueblos y que tienden a configurar modos de actuación típicos.

Jung, junto con el premio nobel de física, Wolfgang Pauli, desarrolló el concepto de Sincronicidad. Este pretende ser un modelo de comprensión con respecto a la interrelación entre la psique y la materia, de las correspondencias entre nuestro mundo interno y nuestro mundo externo. 

Para los seguidores de las teorías de conspiración no hay casualidad o aleatoriedad en los procesos. Buscan señales y pistas secretas en todos los fenómenos, tienen una habilidad especial para ver con el “corazón” y leer entre líneas.

La imagen arquetípica del “todo está conectado” se simplifica, relacionando de manera causal hechos y circunstancias que supuestamente sustentan la teoría del complot, desechando, minimizando o negando las evidencias que la desvirtúan.

Las interconexiones que se establecen en las teorías de conspiración, además, no son simbólicas, analógicas o de correspondencias de significado, como se plantean para la Sincronicidad, sino que se establecen relaciones literales y causales.

Búsqueda de singularidad

Para diversas tradiciones, una de la expresiones del principio primordial en los individuos es la pulsión interna al despliegue de la mayor autenticidad, a la expresión del potencial intrínseco.

A lo anterior aluden las nociones de vocación, razón de vivir, el Ikigai japonés. Para Jung, el despliegue paulatino de nuestra mayor singularidad fue denominado Proceso de individuación y es propuesto también como una necesidad arquetipal.

Este aspecto se pone de manifiesto, según Jung, “en la apremiante, casi irresistible necesidad en cada individuo de ser lo que se es, del mismo modo que cada organismo tiene que tomar por fuerza la figura propia de su ser”. 

Algunas investigaciones apuntan a que el aumento de popularidad de una teoría de conspiración tiene como efecto una disminución sobre su atractivo. Se puede desprender de lo anterior que muchas personas encuentran en los movimientos conspirativos un medio para diferenciarse “de la masa ignorante”. 

El adherirse a una teoría conspirativa les permite a sus defensores sentirse especiales porque, supuestamente, les da acceso a un conocimiento que no se encuentra al alcance de todos. A a su vez, les proporciona la satisfacción de poder promulgar esa verdad, lo que sienten como un llamado, una misión. Es frecuente, en este sentido, que los seguidores de las teorías de conspiración estén activos en sus esfuerzos para influir o persuadir a otros.

Sed de lo eterno

Se propone desde diferentes cosmovisiones y filosofías que nuestra alma se encuentra en búsqueda de autorrealización, lo que implica un despliegue de singularidad y a su vez, paradójicamente, la experiencia consciente de la fuente común, el sumergirnos en aquello que nos vincula con los otros más allá de nuestras particularidades.

El pertenecer, el fundirnos en el otro, en lo Otro es, por lo tanto, también una necesidad arquetipal de la que nos hablan diversas tradiciones. El Nirvana de la filosofía oriental, la unión con lo absoluto, la búsqueda del éxtasis serían expresiones de esta noción. Jung se refiere a este anhelo del alma como el retorno a la madre, la sed de lo eterno, de lo numinoso, la experiencia de la totalidad.

Los movimientos conspirativos permiten a sus seguidores hacer parte de algo que consideran relevante, significativo, cuasireligioso. Pueden experimentar de alguna manera su sed de trascendencia al pertenecer al grupo de los conocedores de la “verdad”. A su vez la teoría de conspiración se comporta como una madre que les orienta sobre lo bueno y lo malo, proporcionándoles un camino colectivo de salvación.

Polaridades dinámicas

Uno de los primeros filósofos en describir para la cultura occidental las polaridades inherentes a la existencia fue Heráclito en el siglo V a. de C. A partir de la observación minuciosa de los procesos internos y externos se dio cuenta de que ningún fenómeno era ajeno a la alternancia de las polaridades —bien/mal, luz/oscuridad, vida/muerte, ascenso/descenso—.

Heráclito se percató, además, de una unidad no evidente entre estas polaridades y de que estas solo pueden comprenderse en su referencia mutua. Entendemos acerca de lo que es la vida en relación con la muerte, de la felicidad por la tristeza, del bien por el mal. Las polaridades, así entendidas, lejos de ser contrarios mutuamente excluyentes son interdependientes y, por lo tanto, existe una unidad secreta que los vincula.

Los modelos de polaridades dinámicas interdependientes y complementarias se encuentran presentes en diversos sistemas de pensamiento de todo el mundo, quizás el más popular es el del Ying – Yang del taoísmo chino.

Jung, por su parte, también concibe la psique como un conjunto de fuerzas opuestas. De la tensión y antagonismo entre estas fuerzas se genera la energía vital. La psique tiende y aspira a abarcar e integrar todos los opuestos de la existencia —masculino/femenino, luz/oscuridad, debilidad/fortaleza, consciente/inconsciente etc.—. Los conflictos y fricciones inherentes a la vida se consideran entonces como la energía y el impulso para desplegar mayores niveles de complejidad con respecto a las polaridades internas.

Las teorías de conspiración conciben la realidad a partir de polaridades excluyentes. Los buenos (los que desvelan la conspiración)/los malos (los conspiradores), los que saben (los defensores de la teoría de conspiración)/los ignorantes (los que descartan la teoría conspirativa). Pasan inadvertidos el dinamismo y la reflexión sobre la vinculación interdependiente de las polaridades. Los opuestos, para las tradiciones sapienciales, no son mutuamente excluyentes porque cada opuesto posee dentro de sí el germen de su reverso y se transforma alternativamente en él.

El mal

Para la psicología junguiana la diferenciación de los opuestos hace parte del desarrollo psíquico. El ego joven tiene la necesidad de ubicar el mal como si residiera en un lugar particular.

Es demasiado angustiante, en la primera etapa de nuestra vida psíquica, tener lo malo circulando libremente, así que, alguien debe portar personalmente con la carga de lo malo. El otorgarle una cara específica al mal es un aspecto que caracteriza a las teorías de conspiración.

A medida que el ego madura, desarrolla la capacidad de conocer y asumir la propia maldad entonces deja de ser tan importante buscar culpa o responsabilidad en los otros.

Para la psicología junguiana, los eventos o circunstancias que nos generan conflicto, que nos desestabilizan, nos están promoviendo un movimiento interno y pueden ser entendidos como la expresión de la necesidad de una actualización de nuestra personalidad. Lo que solemos denominar como el mal, entonces, es un factor perturbador que nos compele a acceder a un equilibrio más complejo, más integral que el anterior.

En los cuentos de hadas dicho aspecto se representa como la madrastra que maltrata a la protagonista, como el lobo que quiere destruir la casa del héroe, el asesino que persigue, el demonio que tienta. Es todo aquello que resulta amenazante para el ego pero con lo que  inevitablemente se tendrá que confrontar ya que son el motor de su transformación y de su maduración.

La Sombra

El mal se encuentra relacionado en la psicología junguiana con la Sombra. Nuestra sombra personal se compone de los aspectos y cualidades no vividos, de las heridas no sanadas, de todo aquello que a lo largo de nuestra socialización hemos ignorado o rechazado.

La Sombra retorna como alimento para nuestra alma, ya que en nuestra alma, según Jung, habita un anhelo irresistible de profundidad, de integralidad, de totalidad.

Para diversas tradiciones, el Mal hace parte de la totalidad de la existencia. Es el aspecto oscuro de la naturaleza, el que compensa, aquello que promueve la autorregulación, la renovación y el equilibrio; es el factor destructivo que es inherente a cualquier proceso de creación y evolución. A este aspecto aluden la diosa Kali del Hunduismo, el culto a las vírgenes negras y a las divinidades etónicas o telúricas.

Para las teorías de conspiración, el mal lo representa la élite conspirativa. El hecho de atribuir una intencionalidad humana a situaciones que desbordan nuestra comprensión permite mantenerlo en los límites de lo humano y por lo tanto bajo el control humano.

La visión

Es arquetipal también la predisposición a la imagen de que es posible salir del sueño que nos impide ver la realidad auténtica o por lo menos disminuir el grado de distorsión. Hay acceso entonces a una mirada profunda que no es la del Ego superficial. Una mirada que permite salir de la prisión de los condicionamientos.

A esto apuntarían las nociones de iluminación espiritual o intelectual, el despertar, el Satori del Budismo-Zen. Heidegger propone la posibilidad de una existencia auténtica en contraste con una existencia inauténtica.

Para la psicología junguiana la maduración psíquica se encuentra relacionada con la integración paulatina aunque nunca total de nuestros complejos afectivos. Uno de los efectos de este proceso es la disminución de la intensidad de nuestras proyecciones, lo que aumenta la capacidad de relacionarnos con los otros como seres singulares y cada vez menos como personificaciones de nuestra dinámica interna.

La disminución de la distorsión se expresa también en el reconocimiento de nuestras potencialidades singulares, así como de nuestros límites. El aumento de la conciencia de nuestras luces y de nuestras sombras. Jung plantea la maduración psíquica como una conciliación de opuestos, como la capacidad de asumir paradojas cada vez más complejas.

Para los seguidores de las teorías conspirativas la Visión, el despertar, es el develamiento de la verdad que ellos buscan transmitir.  Hay un desenmascaramiento de una serie de engaños y se comienza a ver la realidad tal como ellos creen que es. Para las tradiciones sapenciales esto sería mantenerse en la dualidad, cambiar una versión superficial por otra versión superficial.

Transición a una nueva era: un nuevo orden mundial

Hay un tipo particular de teoría de conspiración que aglutina contenidos típicos de este tipo de creencias —gobierno secreto, manipulación—, con la perspectiva espiritual de la transición a una nueva era astrológica —Piscis-Acuario—. Esta nueva era brindaría las condiciones propicias para la emancipación del condicionamiento de las élites opresivas. Algunos investigadores han denominado a esta particular síntesis como conspirituality, que en español sería algo así como conspiritualidad.

La imagen de saltos cualitativos en la evolución de la humanidad también se encuentra presente en diversas tradiciones.

Para la civilización Maya, los dioses creadores modelaron varias clases de hombres en sucesivos ciclos o eras cósmicas hasta que encontraron la sustancia sagrada, el maíz, que les permitió construir los hombres requeridos.

Desde las ciencias sociales contemporáneas se plantea que nos encontramos en un cambio de paradigma; una transformación de los referentes e ideas que han sostenido nuestro mundo desde el surgimiento de la modernidad o antes según se mire. Esta serie de transformaciones atraviesa todas las dimensiones de lo humano —ciencia, arte, economía, política etc.—.

Para Jung, el proceso de desarrollo psíquico tanto individual como colectivo, al igual que en muchas tradiciones espirituales, se acerca a la imagen de la espiral, es decir, no es un crecimiento lineal sino que gira de manera ascendente en torno a un centro. Cada espiral puede entenderse como un ciclo cualitativamente diferente al anterior. Propone que en occidente nos encontramos en una transición cuyos pendientes son la integración del aspecto oscuro y femenino de lo numinoso. El tomo 10 de sus obras completas en español se denomina precisamente Civilización en transición.

Identificación y posesión

Para la psicología junguiana las teorías conspirativas se pueden considerar como un intento del ego para lidiar con lo trascendente, con lo numinoso. El aspecto “demoníaco” u oscuro de lo numinoso es proyectado en la élite que conspira; mientras que el aspecto “angelical” o luminoso —los que desvelan la conspiración—, se convierte en un aliado a través de la identificación. 

Cualquiera que se sienta iniciado o poseedor de un conocimiento o una “Verdad” que no se encuentra al alcance de la mayoría incurre en lo que los griegos denominaban como la Hibris, esto es, la soberbia.

Es inevitable y común que muchas de nuestras ideas no correspondan a la realidad, la particularidad que se presenta en las teorías de conspiración es que las ideas en las que se sustenta se resisten a la corrección por medios racionales y se distinguen por la fuerte vehemencia de la adhesión y defensa de sus seguidores.

Cuando estamos identificados con contenidos arquetípicos ya no tenemos ideas, sino que las ideas nos tienen a nosotros, estamos “poseídos” por ellas. La posesión de un contenido arquetípico es similar a la situación psíquica presente en los estados de enamoramiento o la constelación de un complejo de celos. Una vez que la intensidad de la posesión ha disminuido podemos reconocer que nuestro principio de realidad se ha visto alterado y hemos estado dominados por una forma de pensar y percibir perturbada. Los que no se encuentran bajo la misma posesión pueden percibir a esa persona como si estuviera bajo el efecto de una intoxicación.

Es significativo como la abrumadora evidencia contra una teoría conspirativa puede dar lugar a racionalizaciones cada vez más sofisticadas y rimbombantes.

Soportar la tensión de los opuestos: el valor de la duda

Es una constante en diferentes escuelas de pensamiento la referencia a que el aferramiento a las certezas es un obstáculo para el conocimiento. Que las grandes verdades de la existencia no pueden ser atrapadas racionalmente ya que poseen una cualidad paradójica que solo puede ser vislumbrada a partir de la intuición simbólica y la experiencia subjetiva. 

Es común encontrar también en diversas filosofías, que en la vida y en el cosmos es operante algo eterno que nos da una sensación de continuidad y también un factor que promueve un dinamismo constante. Que las respuestas del ayer puede que no respondan a las condiciones actuales ni a las que vendrán. Que la duda, en su justa medida, es lo que da espacio al movimiento, a la transformación. “Loco es aquel que se toma por Napoleón, aún si se trata de Napoleón” escribió Lacan.

No existe teoría, ideología o gurú que nos pueda indicar un camino de salvación que se pueda aplicar a todos por igual y que nos evite la angustia y el desconcierto inherentes a la búsqueda personal.

Para la psicología junguiana no hay manera de no caer en error, de evitar equivocarnos en el proceso de hacernos conscientes. Se plantea también, que el proceso de maduración, de crecimiento personal, implica desarrollar la capacidad de soportar la tensión de los opuestos que nos habitan, lo cual inevitablemente conlleva tolerar dosis importantes de angustia.

Para Jung, de la tensión de la duda, de los opuestos, es que surge la síntesis, el movimiento a un tercero, que es lo uno y lo otro, una conciliación paradójica, que nos acontece, que se encuentra más allá de nuestra comprensión y voluntad.

La psicología junguiana no pretende reducir a lo subjetivo los temas sociales, ni desalentar la necesidad de acción en el mundo para la transformación. De hecho, Jung plantea que cada paso en la ampliación de la conciencia individual viene acompañado de responsabilidades éticas, no solo con implicaciones hacia la propia vida sino también hacia el colectivo.

Jung resalta, sin embargo, que la mayor contribución que cada uno de nosotros puede hacer con respecto al Mal en el mundo, es hacernos conscientes y responsables de nuestra propia Sombra

En este sentido afirmó: “El hombre en paz consigo mismo, que se acepta a sí mismo, aporta una cantidad infinitesimal al bien del universo. Hazte cargo de tus conflictos personales y privados y estarás reduciendo en una millonésima de millonésima el conflicto mundial”.

La reconexión de los opuestos solo puede ocurrir a través del diálogo incansable dentro la sociedad y dentro de nuestra propia psique.

Teorías de la conspiración y psicoterapia

Cuando los terapeutas junguianos acompañamos a una persona atrapada en una narrativa conspirativa nos solemos cuestionar sobre la relación del contenido de las particularidades de dicha teoría con la dinámica psíquica de esa persona. Nos preguntamos entonces: ¿qué se supone que estas creencias deban nutrir en ellos? ¿Qué están dejando de ver?¿Qué parte de sí mismos está pidiendo hacerse consciente a través de la proyección en un adversario externo? ¿Qué motivos puede haber en la necesidad de “creer” en solo unos aspectos de la realidad? ¿Qué le da poder a esa voz oscura? ¿Cómo se relacionan los contenidos de la teoría con su propia historia?

Daniel Ulloa Quevedo

Psicólogo Clínico – Psicoterapeuta Junguiano

Contacto

Referencias Bibliográficas

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