“Lo que aceptas, te transforma; lo que niegas, te somete”
Carl Jung
Desde la perspectiva de la psicología junguiana se entiende que la diferenciación con la naturaleza -que desde una mirada psicológica se puede equiparar en cierta medida con lo inconsciente- es un fenómeno necesario como parte del proceso del desarrollo y despliegue de la conciencia tanto individual como colectiva.
Se plantea entonces que en la cultura occidental se ha pasado, en el marco de dicho proceso evolutivo, de la inconsciencia matriarcal, con predominancia de lo instintivo, el animismo y lo colectivo; al escepticismo patriarcal en el que ha primado la racionalidad, el materialismo y el individualismo.
Se considera que la lógica patriarcal caracterizada por: el distanciamiento con la naturaleza, la reafirmación de la individualidad y el valor de la racionalidad como única forma de conocimiento válido -que se ha ido desplegando a lo largo de nuestra historia colectiva hasta nuestros días- ha entrado en crisis por agotamiento y saturación.
Se plantea, en este sentido, que la unilateralidad de la visión patriarcal ha conducido a una pérdida de la relación simbólica con la naturaleza lo cual se relaciona con el individualismo radical predominante.
Se propone que una de las manifestaciones del Individualismo extremo es la indiferencia al sufrimiento o daño a todo aquello con lo que no tenemos sentido de pertenencia, y que por lo tanto, no nos convoca a asumir responsabilidades ni cuidados.
Es así, que desde la lógica del capitalismo de consumo que nos atraviesa, la naturaleza, los animales no humanos, las personas que no participan de los privilegios del sistema, son valorados de manera reductiva en función de su productividad como: recursos naturales, animales o humanos. Pierden todos ellos entonces su valor intrínseco lo que posibilita que sean objeto de instrumentalización, abuso o explotación.
Mediatizados por esta visión de mundo la actividad humana en su modelo productivo y de consumo ha desatendido los mecanismos de autorregulación y regeneración del planeta provocando en la actualidad una grave crisis ambiental.
Gran parte de la comunidad científica advierte que si no se cambia de rumbo y la crisis no es atendida de manera contundente, puede conducir a qué en un plazo relativamente corto se entre un colapso ecológico con importantes efectos adversos para los seres humanos y las otras formas de vida que habitan el planeta.
Nos encontramos entonces, como civilización, en un momento crucial de nuestra historia en la que resulta impostergable para la supervivencia deponer la arrogante y soberbia actitud que nos ubica a los seres humanos como separados de la naturaleza, en lugar de incrustados en ella.
En contraste con la concepción individualista del pensamiento occidental, en diversas culturas ancestrales ha estado presente desde tiempos inmemoriales, la imagen de la íntima relación entre las diferentes expresiones de la naturaleza de la que hacemos parte. Dicho vínculo se concibe como de participación recíproca, de interdependencia; no de sometimiento ni subordinación.
El proceso de desarrollo psíquico es concebido por la psicología junguiana como un movimiento en espiral ascendente que implica la construcción de un ego lo suficientemente sólido para no ser disuelto por lo inconsciente, y a la vez, con la flexibilidad apropiada para conseguir nutrirse y ser afectado por el influjo de lo arquetípico, esto es, de lo instintivo, de los mecanismos de autorregulación interna, de las pulsiones que contienen la sabiduría atemporal de la naturaleza.
Jung, en este sentido, consideró que demasiada civilización mata lo animal de lo humano, y demasiada animalidad mata nuestro aspecto cultural. Se propone entonces mantener un equilibrio, esto es, sostener la tensión creativa y dinámica entre lo que se consideran polaridades inherentes a la condición humana que pueden ser nombradas como: consciente-inconsciente, masculino-femenino, alma-espíritu, Yin-yang, lo activo-lo receptivo etc.
La rapacidad del “hombre blanco”
Jung plantea que la civilización occidental ha mantenido una actitud depredadora y rapaz con respecto a otros pueblos como consecuencia de la identificación unilateral con el intelecto, la conciencia y el materialismo, lo cual ha conllevado a considerar que nuestra “verdad” es la única válida y legítima.
Para Jung además “..el ser humano se siente aislado en el cosmos. Ya no está arropado por la naturaleza y ha perdido su participación emocional en los acontecimientos naturales que hasta el momento habían tenido un significado simbólico para él”.
Lo anterior ha generado una “nostalgia del mundo desvanecido” a la vez que un estado de desorientación y fragmentación interna que exige una transformación colectiva de principios y símbolos básicos para recuperar así nuestra participación en la trama de la vida de la que hacemos parte.
Se propone que el estado de fragmentación se manifiesta como vacío existencial, falta de sentido y orientación, un aburrimiento que busca ser llenado a través del consumo adictivo y estimulante de objetos y experiencias exteriores. Estos comportamientos a su vez, aumentan la desconexión y el vacío constituyéndose en un bucle que se retroalimenta.
En búsqueda del alma pérdida
La sobresaturación de lo artificial, de lo mecánico, de lo digital, de la velocidad, de la razón, de lo tecnológico, de lo novedoso, se compensa colectivamente con un hambre, un anhelo de alma, de vida, de autenticidad, de emoción, de vinculación íntima. También por el interés por la experiencia emocional y corporal, por las prácticas espirituales provenientes de oriente, por lo tradicional y auténtico.
Jung vio en la fascinación de la conciencia moderna por el alma, por el cuerpo, por la espiritualidad oriental, no sólo como un síntoma de la desconexión y desorientación del hombre contemporáneo sino también como el germen esperanzador de una posible transformación “La época quiere experimentar por sí misma el alma. Quiere una experiencia primigenia, rechazando todos los presupuestos y a la vez sirviéndose de ellos como medios para un fin, incluyendo las religiones conocidas y la ciencia propiamente dicha”, argumentó.
Impacto emocional de la crisis ecológica
La crisis ecológica puede generar en las personas un cúmulo complejo de emociones nombrado por algunos autores como eco-ansiedad. La eco-ansiedad se puede manifestar como:
Miedo o angustia con respecto a las presentes y futuras condiciones hostiles para uno mismo o para otros relacionadas con la crisis ecológica.
Diversos grados de depresión o desesperación relacionada con la percepción sobre la capacidad o incapacidad para poder realizar acciones significativas para mitigar las consecuencias del deterioro ambiental
Culpa por percibir que se está incidiendo negativamente en la profundización de la crisis ecológica o que no se está haciendo lo suficiente para aliviarla.
Ira o indignación en diversas intensidades dirigida hacia aquellas personas, organizaciones o representantes de estamentos de poder, que son percibidos con responsabilidad por acción u omisión con respecto al deterioro ambiental.
La crisis ambiental como amenaza de colapso
La crisis ambiental se puede percibir como una amenaza, esto es, como una serie de factores potencialmente destructivos. La tendencia instintiva al percibir una amenaza o la posibilidad de una agresión es: huir, quedarnos petrificados o luchar.
Ante la crisis ambiental y su potencial destructivo para la especie humana algunas personas se sienten entonces estimuladas para luchar, esto es, para participar de manera contundente y activa en procesos encaminados a hacerle frente a los factores que están incidiendo en la disminución de la capacidad del planeta para autorregularse y regenerarse.
Otras personas se sienten abrumadas ante los hechos y quedan petrificadas, esto es inmovilizadas por la angustia, la culpa o la desesperación.
Como es imposible huir de los efectos adversos y potencialmente destructivos de la crisis climática algunas personas optan por evitar la información relacionada o al conocer las evidencias, las niegan o las minimizan.
La negación o la estrategia de la avestruz
La negación es uno de los mecanismos de defensa planteados por el psicoanálisis. Los mecanismos de defensa son estrategías psíquicas no conscientes de “protección” al sufrimiento psíquico que en ocasiones puede llegar a ser desgarrador o desestructurante.
Los mecanismos de defensa procuran mantener el equilibrio psíquico y se encuentran presentes en mayor o menor grado en todas las personas. Otros mecanismos de defensa son: racionalización, represión, formación reactiva, disociación, proyección.
La negación puede entenderse como lo que en ocasiones llamamos “autoengaños”. Se encuentra relacionada la “política del avestruz”, que al esconder su cabeza ante una amenaza supone ilusoriamente que ha dejado de existir.
La negación procura mantener nuestra propia imagen, nos protege transitoriamente del sufrimiento y nos evita la confrontación con la situación amenazante con los sacrificios y desafíos que puede conllevar.
Cuando estamos en estado de negación nuestra capacidad de procesar la información se altera, nuestras percepciones se restringen, se activan puntos ciegos que disminuyen la posibilidad de tener una visión con algún grado de objetividad sobre la realidad interna o externa.
En ocasiones la negación puede hacer parte del proceso de asimilación de una experiencia que resulta abrumadora hasta que poco a poco se van desarrollando los recursos internos para poder hacerle frente.
El círculo vicioso de la negación
La negación de la crisis ambiental no solo se manifiesta a nivel individual sino también de manera colectiva a través de narrativas que deslegitiman los datos científicos que la sustentan. La información sobre el deterioro ambiental se suele considerar desde estos discursos negacionistas como parte de una conspiración para manipular, mediante el miedo, a la población.
En muchas ocasiones la divulgación de las teorías negacionistas no solo responde a un mecanismo de defensa colectivo sino que hace parte de acciones deliberadas de gremios e industrias que cuestionan las evidencias del deterioro ambiental para generar dudas y desalentar acciones que puedan incidir negativamente en sus intereses económicos.
Se analiza que la crisis ambiental es difícil de aceptar principalmente por dos factores. Primero, porque significa aceptar una amenaza potencialmente aniquiladora y segundo, porque implica comprometerse con grandes cambios en el estilo de vida.
La negación es un factor generador de ansiedad reprimida por lo que a corto plazo consigue transitoriamente aliviar la ansiedad pero a largo plazo la intensifica.
Una de las maneras con las que se procura aliviar la ansiedad en la sociedad contemporánea es el consumo compulsivo y superfluo (de comida, ropa, tecnología, viajes). Este tipo de consumo excesivo es uno de los factores que más están incidiendo en el desastre ambiental. Por lo tanto, la negación no solo no genera cambios en favor de la mejora ambiental sino que al pretender aliviar la sintomatología con el consumo compulsivo lo empeora y se convierte en un círculo vicioso.
Manifestaciones de la negación
Se plantea por parte de algunos investigadores que la ansiedad ecológica es una reacción colectiva generalizada pero que las personas que no la perciben se pueden estar anestesiando a través de la creciente proliferación de adicciones (tecnología, trabajo, estímulos visuales, comida).
Se propone igualmente que la ansiedad no consciente se manifiesta somáticamente a través de diversos tipos de enfermedades que están en aumento como los trastornos autoinmunes, que simbólicamente estarían reflejando la imagen del cuerpo colapsado, un sistema que falla en sus funciones de autorregulación, que se destruye a sí mismo como le está sucediendo al planeta.
La negación como el mantenimiento hybris colectiva
Jung describe la civilización occidental como en estado de Hybris, esto es, de soberbia y endiosamiento de: la consciencia, el intelecto y el materialismo. Los encuentros que tuvo con personas de pueblos y culturas diferentes a la europea le permitió reflexionar sobre la actitud “depredadora y rapaz” del hombre blanco que se encuentra relacionada con esta altiva perspectiva.
Se considera que la unilateralidad de la razón y lo cuantificable ha conllevado un desencantamiento paulatino del mundo y de la naturaleza. Se ha perdido la experiencia del ámbito de lo numinoso, esto es, de lo sagrado y de lo trascendente presente en los pueblos ancestrales y en las tradiciones místicas de todas las culturas.
Nos encontramos colectivamente atravesados por la ilusión y la fantasía de que la ciencia y la tecnología nos va permitir estar por encima de las limitaciones y condicionamientos de la naturaleza.
Se plantea que la crisis ambiental puede ser considerada como la conmoción que nos exige asumir la impotencia de nuestras facultades para someter a la naturaleza a nuestras expectativas de crecimiento ilimitado. Nos reclama admitir que el planeta posee unos ciclos y ritmos que necesitan ser reconocidos y tenidos en cuenta.
La negación de la crisis ambiental se puede manifestar como el mantenimiento de la Hybris colectiva esperando que el desarrollo tecnológico, la economía y la lógica de progreso nos va a salvar del colapso. Se mantiene entonces el espíritu heroico de conquista y expansión evitando cambios en el estilo de vida y en el modelo productivo que acojan los aspectos desatendidos hasta ahora.
La crisis ambiental se considera entonces como un factor desencadenante de la crisis de la mitad de la vida de la humanidad; crisis que nos promueve como colectivo una actualización de sentido, de prioridades, de valores.
Duelo anticipado
Algunas personas han perdido la esperanza de que se pueda cambiar el rumbo y asumen, a manera de un duelo anticipado, que el colapso ambiental es inminente.
El duelo anticipado con respecto a la crisis ambiental se puede entender como una desesperación prematura que puede tomar la forma de la añoranza de un mundo desvanecido al que ya es imposible regresar considerándose entonces inútil entonces cualquier iniciativa de cambio.
El duelo anticipado puede conducir también, de manera individual o colectiva a no preocuparse por el deterioro ambiental o incluso por la supervivencia. En algunas ocasiones se puede manifestar como conductas activamente destructivas o autodestructivas como defensa al duelo por venir. De esta manera, no solo no se contribuye al cambio sino se ahonda en los factores que pueden acelerar el proceso de destrucción.
La crisis climática como efecto de la acción humana puede despertar igualmente en algunas personas un desprecio intenso por la humanidad por lo que sienten que “no merece” ser salvada.
La culpa ecológica
La culpa puede definirse como la conciencia sentida y dolorosa de que uno ha transgredido un valor o de un ideal que uno mismo considera como apropiado o justo. Cuando experimentamos culpa interpretamos que hemos cometido una falta o un daño y nos vemos abocados ademas a reparar, a resolver.
Experimentar culpa, en su justa medida, no se puede considerar un trastorno, más bien es un signo de salud mental, una expresión de que la consciencia y la autorreflexión se encuentran vivas. Sin embargo hay personas que padecen una culpa obsesiva calculando de manera constante el impacto ecológico de todas sus actividades
Para Jung siempre que aparece un sentimiento de culpa o de inferioridad moral; nos indica la necesidad de asimilar algún aspecto de lo inconsciente, del que además, estamos en capacidad de asumir. Es por lo tanto un factor movilizador para el desarrollo de la consciencia, de la madurez de la personalidad. Nos motiva a explorar y caminar por un territorio hasta ahora no recorrido.
Con respecto a la culpa ecológica lo importante es desarrollar entonces el sentido de la proporción, es decir, el reconocimiento de cuáles son nuestras posibilidades de realizar acciones significativas, y en la misma medida, el reconocimiento de los límites.
Es necesario entonces un ejercicio de humildad que nos permite movernos del imperativo moral del ¿Qué debo hacer? que puede resultar mortificante y paralizador, al principio ético movilizador del ¿Qué puedo hacer?
Por mucho que las personas se involucren en la acción ecológica, los fenómenos relacionados con la crisis climáticas son inabordables desde el ámbito personal, por lo tanto, se propone que para gestionar la eco-ansiedad de manera saludable puede ser importante cultivar la capacidad de “desenchufar” de la información constante con respecto a la crisis climática. La exposición ininterrumpida a este tipo de información facilitada por los medios digitales actuales puede llegar a ser abrumadora y desgastante, por lo que es necesario procurar acciones de autocuidado para evitarlo.
La crisis climática como proyección
La proyección es otro mecanismo de defensa psíquico que consiste en percibir en una situación o persona exterior contenidos psíquicos subjetivos. En ocasiones una persona puede a través del drama ecológico estar proyectando un drama interno no consciente. Por ejemplo, a través de la ira hacia las multinacionales explotadoras o gobernantes negligentes o manipuladores se pueden estar recreando heridas sobre la propia historia vital que no relacionada con la crisis ambiental pero que le funciona de pantalla para ello.
La ira ecológica
La ansiedad o la depresión suele desencadenar una evitación de la amenaza, mientras que la ira se asocia con un enfrentamiento, con una respuesta de lucha contra el factor hostil.
Aplicado a la crisis ecológica, la preocupación sobre el futuro del planeta puede manifestarse con lo que algunos investigadores han denominado como eco-ira.
La ira generada por la crisis ambiental se percibe sobre todo en jóvenes o comunidades que se encuentran directamente afectadas por el cambio climático.
Aunque los efectos del deterioro ambiental nos afecta a todos los habitantes del planeta, hay lugares en los que las condiciones de vida están resultando insostenibles para miles de personas, que sumado a sus condiciones de vulnerabilidad les implica el verse compelidos a migrar. Lo anterior pone en evidencia que la preocupación por el deterioro ambiental es también una asunto de justicia social.
Se propone por parte de algunas investigaciones que la ira o la rabia permite mitigar los efectos paralizantes de la eco-ansiedad en su vertiente depresiva o ansiosa. La eco-ira puede alentar la búsqueda de información, alimentar la capacidad de imaginar acciones para el cambio y fomentar prácticas más ecológicas.
La ira ecológica consciente puede constituirse en un factor motivador para un compromiso radical por el cuidado del planeta. Si se adormece o reprime la ira, tanto de manera individual o colectiva, la ansiedad aumenta, y aumentan la parálisis, el estancamiento, también las respuestas menos adaptativas como la distorsión de los hechos, el autoengaño, la resignación o los comportamientos autodestructivos.
El cultivo de lo simbólico para reencantar el mundo
Para que la eco-ira se pueda manifestar en su modo creativo es necesario desarrollar la capacidad de soportar un cierto nivel de tensión interna y de sufrimiento psíquico para no terminar abrumados y desesperados.
Además se propone como indispensable el recuperar el valor de la imaginación y y del ámbito de lo simbólico, que han sido denostados por el pensamiento racional pero que se constituyen en la facultad humana que nos permite reencantar el mundo, de percibir los hilos sutiles de la interconexión entre los humanos y de los humanos con los otros seres y elementos que conforman el planeta.
El ámbito simbólico es contenedor de las imágenes paradójicas que nos permiten sentirnos uno con la totalidad y la totalidad como parte de uno. Lo simbólico nos permite reconocer en nosotros los ciclos eternos presentes en la naturaleza. Nos permite percibir la unidad subyacente de las polaridades que nos constituyen y relacionarnos con el conflicto y la diversidad de manera creativa. Lo simbólico es puente con lo eterno, con el misterio que trasciende la racionalidad y la voluntad humana.
Con la imaginación accedemos a lo no evidente, se nos permite reconocer el camino que nos vincula con la historia de los pueblos y culturas que nos anteceden. Nos permite empatizar, experimentar el sufrimiento y el bienestar de los otros. Nos permite plantear mundos posibles con lógicas alternativas a las predominantes.
Daniel Ulloa Quevedo
Psicólogo Clínico – Psicoterapeuta Junguiano
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Exteaordinario el articulo gracias
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