“Si estás en tu soledad y todo el espacio alrededor de ti se ha vuelto frío e infinito, entonces te has alejado de los hombres y, al mismo tiempo, te has acercado a ellos como nunca antes”
Carl Jung en el Libro Rojo
La atenta contemplación y observación de la naturaleza, así como de los fenómenos que en ella se manifiestan, ha permitido inferir la presencia de ciclos, principios y regularidades que la rigen.
Desde la perspectiva junguiana se plantea que nuestra psique, al hacer parte de la compleja trama de la vida y la naturaleza, también se encuentra mediatizada por estos principios y regularidades primordiales.
Para Jung, los fenómenos naturales mitificados en muchas culturas están lejos de ser simples alegorías y pueden más bien ser considerados como “expresiones simbólicas del drama interior e inconsciente del alma, un drama que a través de la proyección, de su reflejo en los fenómenos de la naturaleza, se vuelve aprehensible para la conciencia humana”
El cambio de estaciones, el florecimiento, el atardecer, una tempestad, las hojas en descomposición se constituyen entonces imágenes que permiten acoger la proyección de nuestros propios fenómenos y dinámicas psíquicas.
El libro de las mutaciones o I Ching, que es considerado como uno de los principales libros sapienciales de oriente, hace uso de imágenes y metáforas relacionadas con fenómenos de la naturaleza para transmitir enseñanzas profundas acerca los principios fundamentales que rigen la existencia así como de los ciclos de cambio que la integran.
La astrología, por su parte, propone la existencia de correspondencias simbólicas entre los ciclos y regularidades astrológicas, con aquellos ciclos y regularidades que inciden en el devenir de la vida de las personas, las comunidades o cualquier aspecto al que se le pueda atribuir un «nacimiento».
Hay fenómenos cíclicos en la naturaleza que pueden abarcar horas como el transcurrir del día, semanas como las fases de la luna, meses como las estaciones, decenas de años como los fenómenos del niño o la niña, o incluso millones de años como las glaciaciones.
El hielo como imagen
El hielo, la nieve y el frío hacen parte del paisaje de mitologías, cuentos de hadas, expresiones artísticas y por supuesto también de la geografía de nuestros sueños.
En la naturaleza, cada fenómeno, cada elemento vivo o inorgánico que la conforma, cumple una función necesaria para el equilibrio ecológico, para la evolución y renovación de la vida.
De manera similar, desde la perspectiva de la psicología junguiana se considera, que cada elemento, personaje y situación que acontece en los sueños, está cumpliendo un función relacionada con el mantenimiento del equilibrio de la psique y para la promoción de la evolución y actualización de nuestra personalidad. A este proceso de desarrollo psíquico que es inherente a la existencia Jung lo denominó individuación.
En el Libro Rojo, en el que Jung plasmó una serie de sueños y visiones que le acontecieron y que es considerado como un reflejo en imágenes de su propio proceso de individuación es posible encontrar varias alusiones al hielo, a la nieve y al frío.
Se plantea entonces que las imágenes “heladas” en nuestros sueños nos comunican de manera metafórica de algún aspecto en nuestra psique que nos está: interpelando, cocinando, compensando, descomponiendo, sintetizando, brindando una perspectiva no contemplada o promoviendo una actitud no desarrollada.
Funciones del frío, la nieve y el hielo en la naturaleza
Los glaciares, la nieve y el frío desempeñan funciones ecológicas cruciales en la naturaleza contribuyendo de diversas maneras al equilibrio y la sustentabilidad de los ecosistemas.
Entre las principales funcionalidades se encuentran:
- La reflexión de la luz solar por parte de la nieve y el hielo, conocida como albedo, tiene un impacto en la temperatura global.
- El frío invernal actúa como regulador térmico, permitiendo la hibernación de diversos organismos y facilitando la conservación de energía.
- Los glaciares y el hielo invernal contribuyen al ciclo del mantenimiento del agua al actuar como reservorios temporales.
- La nieve ofrece protección contra herbívoros para algunas plantas y semillas.
- Las condiciones exigentes del invierno juegan un papel clave en el control de las poblaciones de ciertas especies.
- La congelación y descongelación del suelo incide en la regulación de los nutrientes y afecta los procesos de fertilidad de algunas semillas.
- El invierno marca un cambio estacional crucial que influye en los patrones de comportamiento de las especies.
El cambio climático, con su impacto en la disminución de la cobertura de nieve y el retroceso de los glaciares, representa una amenaza para estas funciones ecológicas, afectando la biodiversidad y la funcionalidad de los ecosistemas en todo el mundo.
Los glaciares proporcionan una imagen visualmente impactante del cambio climático, ya que sus transformaciones son indicadores directos de las alteraciones en las condiciones climáticas a nivel mundial.
Las imágenes de la nieve, el hielo, el frío, el paisaje glaciar en nuestros sueños están cumpliendo también una función para el mantenimiento de nuestra ecología psíquica.
La funcionalidad ecológica de la nieve, el hielo y el frio en la naturaleza puede servirnos de metáfora para la exploración de la significación de la presencia de imágenes relacionadas con dichos fenómenos en nuestros sueños.
El área helada de nuestra naturaleza
La imagen del hielo nos suele evocar en principio, señala James Hillman, las regiones del espíritu: las altas montañas, la pureza polar, el esplendor de lo limpio. Sin embargo, recuerda Hillman que existe otro reino del hielo, que alude a lo muy profundo, donde se halla, según Dante, el noveno círculo del infierno, que es todo de hielo. En los escritos gnósticos, señala Hillman, se describe también en el inframundo una región de nieve y hielo.
Jung, por su parte, propuso imaginar la capa más profunda y originaria de nuestra psique como una “fauna glaciar”. Comparó, en este sentido, los diferentes estratos evolutivos de nuestra alma con un edificio construido en diferentes momentos históricos.
«Tenemos que descubrir un edificio y explicarlo: su pico superior ha sido construido en el siglo XIX, la planta baja data del XVI y un examen minucioso de la construcción demuestra que se erigió sobre una torre del siglo II. En los sótanos descubrimos cimientos romanos, y debajo de éstos se encuentra una gruta llena de escombros sobre el suelo de la cual se descubren en la capa superior herramientas de sílex, y en las capas más profundas restos de fauna glaciar. Ésta sería más o menos la estructura de nuestra alma»
El área helada de nuestra naturaleza alude entonces a lo profundo, a lo primordial, a lo originario, evoca también el inframundo, que para Hillman, es el paisaje onírico por antonomasia.
El hielo y el frío como aspectos polares
La psicología analítica se encuentra atravesada fuertemente por la noción de las polaridades complementarias. Para Jung “es el antiguo drama de los opuestos, el que se lucha en cada vida humana”.
Se plantea que la energía para el desarrollo y maduración de la personalidad emerge de la tensión de las polaridades internas que nos constituyen (consciente-inconsciente, masculino-femenino, introversión-extroversión, persona-sombra)
Se considera así mismo que los aspectos que componen una polaridad hacen parte de una unidad interdependiente, de tal manera que un polo no puede existir sin el otro.
El hielo, la nieve y el frío pueden representar aspectos que forman una unidad complementaria con el fuego o el calor. Decimos, en ocasiones, que el frío intenso “nos quema” o que tiene la capacidad, como el fuego, de consumir todo a su alrededor.
En el libro rojo se propone la imagen del hielo como polaridad en el siguiente fragmento “La mitad del camino es blanca y la otra negra. Doy un paso hacia el lado negro y retrocedo horrorizado; es hierro candente. Paso sobre la mitad blanca: es hielo. Pero así debe ser”
Para que se lleve a cabo el movimiento, el funcionamiento adecuado de cualquier elemento polar, es necesario que se vayan alternando sus diferentes aspectos complementarios.
Por ejemplo, cuando estamos pedaleando una bicicleta es necesario alternar una energía activa y una receptiva en nuestros pies. Lo mismo sucede en la danza, que es necesaria la compensación de los apoyos y los pesos en uno mismo y con la pareja para que el movimiento fluya.
De las alternancias y tensión entre lo activo y lo pasivo emerge un tercero, una unidad que los contiene a ambos.
En el mismo Libro Rojo Jung describe el dios nuevo, esto es, la perspectiva naciente que reemplaza la anterior, como una conjunción de polaridades.
“Comprendí que el Dios nuevo está en lo relativo. Si el Dios es lo absolutamente bello y bueno, ¿Cómo ha de abarcar la plenitud de la vida, la cual es bella y fea, buena y mala, irrisoria y seria, humana e inhumana? ¿Cómo puede el hombre vivir en el regazo de la divinidad, cuando la divinidad sólo atiende a una de sus mitades?
El hielo o la nieve en nuestros sueños nos puede estar convocando el tránsito por los aspecto gélidos de nuestra psique quizás en aras de compensar una identificación o demasiado énfasis en la polaridad fuego o calor. Un poco de frío para compensar una exaltación emocional, un poco de objetividad para compensar demasiada subjetividad.
La nieve como lo puro, la doncella, lo inocente
La blancura se ha asociado con lo virginal, lo puro, lo inocente; con los elementos que aún no se han completado. En los rituales cristianos a los niños o bebés que fallecen se les suele enterrar vestidos de blanco o adornados con flores blancas.
Al personaje de la doncella en los cuentos, como Blancanieves o la Bella Durmiente, se le muestra con cualidades de ingenuidad, credulidad, inocencia o sumisión. La expresión “estar en blanco” alude a no estar preparado para algo.
Desde la perspectiva junguiana, la doncella simboliza la fase temprana de la psique, caracterizada en imágenes relacionadas con la virginidad, la belleza, la ingenuidad y el potencial de crecimiento y desarrollo.
En la mitología griega, «Kore», que significa doncella, era la hija de Deméter y Zeus. Kore fue secuestrada por Hades, apartada de Deméter y llevada al inframundo, allí se transformó en Perséfone, la reina del Hades. El mito de Kore-Perséfone simboliza el ciclo perpetuo de la vida, muerte y renacimiento.
Desde la perspectiva junguiana se plantea que a lo largo de la vida transitamos por crisis de sentido que nos convocan a abandonar identificaciones, actitudes o pensamientos que resultan caducos e insuficientes. Gracias a esta especie de muertes simbólicas, son dejados atrás aspectos ingenuos e infantiles, y se nos permite renacer posteriormente con estructuras psíquicas de un nivel mayor de complejidad e integralidad.
Se nos presentan entonces circunstancias, que nos raptan, que nos frustran en la ilusión de mantenernos en la inercia de nuestra expectativas conscientes. Somos convocados entonces a abandonar el mundo de lo conocido y a transitar por los miedos y riesgos que implica el despliegue de lo que está buscando desplegarse en nuestra personalidad.
La nieve en nuestros sueños puede aludir en ocasiones a esos aspectos de la psique que entran en proceso de transformación y maduración.
La nieve como adversidad inesperada: el llamado a la aventura
Jung destaca como en la mayoría de ocasiones el despliegue de nuestros potenciales y la maduración de nuestra personalidad no se produce como consecuencia de la voluntad de nuestro ego sino que son el resultado de una exigencia, de un apremio, bien sea de las circunstancias exteriores o interiores del individuo.
En muchas historias las tormentas de nieve son utilizadas para proponer una situación inesperada que altera el curso de los planes y frustra las expectativas conscientes del protagonista, de mantenerse en el mundo ordinario, en la inercia del mundo de lo conocido.
La tormenta de nieve puede ser un símbolo de caos e imprevisibilidad, de dificultades que exigen desplegar aspectos novedosos para su resolución.
La nieve puede ser entonces una imagen que sirve para expresar aquella etapa del periplo heroico que el mitólogo Joseph Campbell nombró como el llamado a la aventura.
La nieve en nuestros sueños puede ser el factor interno que nos está promoviendo la actualización de algún punto de vista, la maduración de una actitud o perspectiva. La nieve es aquello que nos deja “fríos”, desconcertados y nos impide seguir viviendo la vida de la misma manera como lo habíamos hecho.
La nieve nos expulsa de la inercia del camino ya recorrido y nos invita a desplegar aspectos no desarrollados.
La nieve como tránsito por la impotencia del ego
La nieve también puede asociarse con quedar atrapado, con la imposibilidad de movimiento, de acción. Puede aludir simbólicamente a las circunstancias o momentos en la vida en los que nos sentimos atascados, impotentes; cuando los recursos de nuestros ego, de nuestras identificaciones conscientes, resultan insuficientes para resolver alguna dificultad que estamos atravesando.
Cuando nos encontramos en estos “callejones sin salida” se nos convoca a lidiar con la angustia que nos genera el quiebre de nuestros referentes de seguridad e identidad, y a la inevitabilidad de atravesar el miedo que emerge ante la incertidumbre de lo no conocido.
Cuando aceptamos las circunstancias y suspendemos la intención de querer forzar a la obstinada realidad a nuestras expectativas, damos lugar a que lo arquetípico sanador y promotor de maduración actúe en nosotros.
Para Jung, en este sentido, la superación de los conflictos psíquicos, esto es, de las contradicciones internas, se manifiesta como una síntesis que no ocurre como efecto de la voluntad del ego sino que emerge a partir de la disposición para soportar la tensión interna. A partir de esta confrontación nace entonces en nuestra psique, el tercero que trasciende el conflicto, el orden superior que se encontraba latente en el estado previo.
En el libro rojo Jung establece una relación entre el frío y la impotencia
“Si estás en tu soledad y todo el espacio alrededor de ti se ha vuelto frío e infinito, entonces te has alejado de los hombres y, al mismo tiempo, te has acercado a ellos como nunca antes …Cuando estás en ti mismo, te percatas de tu impotencia. Verás cuán poco capaz eres de emular a los héroes y de ser tú mismo un héroe. Por lo tanto, tampoco forzarás más a otros a convertirse en héroes. Ellos padecen la impotencia como tú. La impotencia también quiere vivir, no obstante, derrocará a vuestros dioses”
A la capacidad de la psique de formar el tercero que trasciende el conflicto de las polaridades internas, Jung la denominó como la función trascendente.
La nieve como liminalidad
Lo blanco se relaciona con el alba, con el crepúsculo matutino, aquel momento de vacío, entre la noche y el día, en el que el mundo onírico recubre aún la realidad.
Se ha considerado que el crepúsculo matutino tiene la propiedad de generar una inhibición en el ser, ya que queda imbuido en una blancura hueca y pasiva. Por lo anterior, es común que al alba se le considere el tiempo propicio para los ataque sorpresa o los registros policiales.
Al blanco, señala Chevalier se le sitúa en los dos extremos de la gama cromática, considerándose tanto como la ausencia de colores como la suma de todos ellos. Se le ubica entonces al principio o del mundo de lo manifestado. En algunas tradiciones es el color del luto y en otros del nacimiento. El blanco también es el color con el que se asocia el momento de la transición entre la vida y la muerte, entre la muerte y la vida.
“El blanco del oeste es el blanco mate de la muerte, que absorbe el ser y lo introduce en el mundo lunar, frío y hembra; conduce a la ausencia, al vacío nocturno, a la desaparición de la conciencia y de los colores diurnos. El blanco del este es el del retorno: es el blanco del alba, cuando la bóveda celeste reaparece vacía aún de colores, pero rica del potencial de manifestación que ha recargado al microcosmos y al macrocosmos, cual pilas eléctricas, durante su estancia en el vientre nocturno, fuente de toda energía”
El blanco es también el color con el que en algunas tradiciones se viste al candidato de una iniciación, aquel que va a cambiar de condición. Es considerado entonces color del espacio liminal, por el cual, en los rituales, se operan las mutaciones del ser.
La nieve blanca como silencio, como espacio para lo creativo
Lo blanco se relaciona con el silencio y vacío, evoca la imagen de la matriz, del útero, del espacio donde germina el acto creativo. La hoja en blanco es el escrito en potencia. El silencio interno es condición necesaria para la escucha de los contenidos inconscientes.
Para Kandinsky «El blanco, que se ha considerado a menudo como un “no color” es como el símbolo de un mundo donde todos los colores, en cuanto propiedades de substancias materiales, se han desvanecido… El blanco actúa sobre nuestra alma como el silencio absoluto… Este silencio no está muerto, rebosa de posibilidades vivas… Es una nada llena de alegría juvenil o, por decirlo mejor, una nada antes de todo nacimiento, antes de todo comienzo. Así resonó tal vez la tierra, blanca y fría, en los días de la época glaciar.»
Uno de los métodos propuestos al interior de la psicoterapia junguiana para entrar en diálogo con los contenidos de lo inconsciente es la “imaginación activa”. Esta consiste en interactuar de manera consciente con alguna imagen de la fantasía o de los sueños. Para que se lleve a cabo este diálogo es necesario un estado de relajación y una disposición para el silencio interior.
Para Jung, cuando nos alejamos del “allá afuera” y de los estímulos de la vida exterior, podemos comenzar a hacer contacto con la vida dentro de nosotros y la variedad de energías internas que pueblan nuestra “ciudad interior”.
Jung experimentó con la imaginación activa durante varios años plasmando su proceso en el Libro Rojo. Gran parte de esta experiencia la llevó a cabo en la torre de Bollingen, un especie de refugio de aislamiento que construyó a orillas del lago Zúrich.
En un aparte del Libro Rojo Jung describe el nacimiento del nuevo dios en su psique, esto es, la renovación del sentido, como precedido de un paisaje gélido que promueve el surgimiento del “propio hogar monástico”.
“Por eso el espíritu me predijo que el frío del espacio exterior se iba a dispersar sobre la tierra. Así me mostró en la imagen que el Dios aparecería entre los hombres y arrearía a cada uno de ellos con el látigo del frío gélido hacia el calor de su propio hogar monástico. Pues los hombres estaban fuera de sí, exaltados como los locos”
Los paisajes helados en nuestros sueños pueden ser una invitación hacia la introversión, hacia la escucha de nuestro mundo interno.
El hielo como anhelo de soledad: la hibernación psíquica
Ciertos organismos entran en un estado de letargo durante períodos de condiciones ambientales desfavorables como las que se dan en el invierno. Durante este proceso, los animales se retiran a refugios, reducen su actividad metabólica y esperan condiciones más propicias.
En algunos cuentos populares el personaje principal cae en un profundo trance, como en la historia de Blanca Nieves o la Bella Durmiente. Este sueño profundo se interpreta simbólicamente como iniciático, transformador, promotor de maduración. En ocasiones la iniciación en lugar de un sueño profundo toma la forma de un rapto, como el de Perséfone, o una reclusión, como la de la Bella y la Bestia.
Desde la perspectiva junguiana se plantea que nuestra psique necesita transitar por periodos de ensimismamiento, de letargo, de reducción de la actividad exterior y del contacto con los otros. Al sumergirnos en la quietud interior, se permite que la mente se renueve, procese experiencias y retorne a su propio equilibrio interno.
Para Jung “la experiencia más elevada y decisiva de todas es estar a solas con uno mismo…una cierta soledad y aislamiento son condiciones de vida indispensables para el propio bienestar y el de los otros, de lo contrario no se puede ser suficientemente uno mismo”.
Jung describió en su Libro Rojo el aspecto iniciático de la soledad y el frío
“Cuando tú abrazas tu sí-mismo, entonces te parece como si el mundo se hubiera vuelto frío y vacío. En este vacío ingresa el Dios venidero. Si estás en tu soledad y todo el espacio alrededor de ti se ha vuelto frío e infinito, entonces te has alejado de los hombres y, al mismo tiempo, te has acercado a ellos como nunca antes”
La experiencia de la soledad nos permite descubrir según Jung “una base indestructible”, la vivencia de lo eterno, de lo absoluto, aquello que nos sostiene, cuando ya nada nos sostiene.
La soledad exhibe una singular belleza, el transitar por ella refina nuestra capacidad de amar: nos favorece en la facultad de vincularnos de una manera menos instrumental, menos mediatizada por nuestra propias carencias.
En otro apartado del Libro Rojo Jung escribe : “¿Cómo preguntas por el amor? ¿Qué es amor? Vivir ante todo, eso es más que amor. ¿Es la guerra amor? Todavía has de ver para qué es lo suficientemente bueno el amor humano, un medio como otros medios. Por eso, sobre todo la soledad, hasta que toda suavidad contigo mismo sea calcinada por ti. Has de aprender a tener frío.”
La nieve en nuestros sueños puede estar favoreciendo el tránsito por nuestra hibernación interna necesaria para la renovación y homeostasis de la psique.
El hielo como lo petrificado
El hielo es agua petrificada, hecha roca, sin movimiento. Es común la expresión “estar congelado en el tiempo” aludiendo algún aspecto que ha dejado de transcurrir, que se ha detenido.
El hielo, en este sentido, puede ser una imagen, plantea Hillman, de nuestras psicopatías, esto es, de aquello en nuestra psique que no cambia, que no es susceptible de madurar, de crecer o aprender. El agua helada sugiere también la falta de calor del alma, la ausencia de sentimiento, de empatía.
De las heladas profundidades de nuestra psique, señala también Hillman, hacen parte nuestras cristalizaciones arquetípicas, las depresiones inamovibles, los mutismos catatónicos.
Desde la perspectiva arquetipal se propone no asumir este tipo de emociones como esencialmente negativas sino como emociones singulares que cumplen una función particular.
En su aspecto luminoso lo pétreo alude a lo que no está perturbado por la labilidad de la emoción, lo que perdura en el tiempo, a lo eterno, lo que perduta; también a lo resistente.
El hielo en nuestro sueños nos puede estar llamando la atención sobre la falta del calor de la emoción, o quizás promoviendo un poco de enfriamiento si estamos demasiado poseídos o identificados por una pasión, por una ambición, por un deseo que nos enceguece.
El hielo como memoria
Al hielo se le reconoce la capacidad de preservar o mantener elementos debido a que las bajas temperatura ralentizan las reacciones químicas y biológicas relacionadas con la descomposición
Los glaciares pueden ser considerados por su parte como testigos silenciosos y preservadores elementos que permiten inferir los cambios que han ocurrido en nuestro planeta a lo largo de los siglos y milenios.
Gracias a las capas de hielo que se acumulan en los glaciares, los científicos han descubierto restos arqueológicos, semillas de plantas que se creían perdidas, ejemplos de especies desaparecidas, bacterias y virus extintos. El hielo de los glaciares permite además conocer por ejemplo los niveles de Co2 a lo largo de los siglos lo que permite llevar un registro histórico de la temperatura en nuestro planeta.
Una de las propiedades de nuestra psique es la de almacenar nuestros recuerdos, en ella queda la huella de nuestras experiencias vitales. Se plantea que la psique no sólo preserva las huellas de nuestras experiencias individuales, sino también la de nuestra familia, la de nuestra comunidad más amplia como nuestra nación, y se extiende su capacidad mnémica hasta abarcar toda la especie humana, en lo inconsciente colectivo.
El inconsciente colectivo, que es una especie de memoria universal, está compuesta por contenidos arquetípicos. Para Jung, los arquetipos son “como los lechos de los ríos, que se secan cuando el agua los abandona, pero que pueden recuperarse en cualquier momento. Un arquetipo es como un viejo cauce a lo largo del cual el agua de la vida ha fluido durante siglos, hollando una vía profunda para sí misma. Cuanto más tiempo haya estado fluyendo por ese canal, más probable será que tarde o temprano el agua regrese a su viejo lecho»
Las imágenes arquetípicas representan conceptos y valores fundamentales, como el héroe valiente, la madre protectora, el sabio mentor o el villano malvado. Estas imágenes encapsulan aspectos comunes de la condición humana y nos ayudan a comprender y dar sentido a nuestra experiencia en el mundo. Las imágenes arquetípicas varían en cada cultura y época, sin embargo, subyacente a ellas, es posible intuir los arquetipos que se consideran inefables, universales e invariables.
Para la psicología junguiana los arquetipos pueden considerarse como correlatos psíquicos de los instintos biológicos funcionando como mecanismos de autorregulación y promoción del desarrollo psíquico.
Los aspectos congelados: los complejos afectivos o los “fantasmas” en la psique
Los «aspectos congelados» en nuestra psique pueden aludir a nuestros complejos afectivos esto es, aquellos trozos de nuestra historia, de las experiencias vividas, que tiñen y tienen impacto en nuestro presente. Los complejos son también la manera como es vivenciado lo arquetípico en cada individuo.
De los complejos afectivos hacen parte emociones, actitudes o ideas reprimidas, traumas no resueltos, verdades ocultas y experiencias que han quedado como suspendidas en el tiempo.
Los complejos actúan como una especie de subpersonalidades, que con cierto grado de autonomía, perturban nuestra conciencia. Jung los describió como “los intrusos que hacen que la gente ría cuando no debe, y que llore cuando no debe” y los consideró como los guionistas, actores y escenarios de nuestros sueños.
Podemos llegar a percibir interiormente estos estados como si estuviéramos “poseídos” por un genio o un demonio que nos promueve a actuar de una forma particular.
Los complejos son los responsables también de los patrones repetitivos en nuestra vida, que nos llevan una y otra vez a situaciones que conscientemente quisiéramos evitar. La intensidad en la activación de un complejo condiciona el grado de subjetividad que proyectamos en las personas y en las circunstancias externas de una situación determinada.
Nuestra psique, como los glaciares posee distintas capas que guardan tesoros, aspectos que no se han asimilado, potenciales no desarrollados. La psicoterapia junguiana puede ser vista como un trabajo arqueológico, como un diálogo con estos “fantasmas de la psique” para su reconocimiento e integración.
El desarrollo de la consciencia, la maduración de la personalidad se puede entender como el ir quitando velos, ilusiones infantiles, las capas de nieve que ocultan nuestro más auténtico, complejo, dinámico y paradójico ser.
El frío como lo excluido: lo que está pendiente de integración
El frío del invierno, y el hielo puede servir de imagen para la atmósfera de lo excluido, de lo rechazado, de la sombra, de aquello que no está acogido por la luz y el calor de la consciencia.
La expresión dejar enfriar algo o meter algo en la nevera se entiende como una especie de reposo obligado, a veces con connotación de castigo.
Existen preparaciones culinarias que demandan un período de reposo en la nevera, un tiempo de enfriamiento antes de poder ser degustadas o asimiladas. De manera similar, en nuestra psique, algunos contenidos requieren pasar por un proceso de enfriamiento, es decir, de espera, de decantamiento, para que la intensidad emocional disminuya y puedan ser integrados en la conciencia.
Puede ser el caso de experiencias traumáticas, que requieren permanecer en el frío de lo inconsciente durante años, hasta que desarrollemos la madurez o los recursos psicológicos para poder asimilarlas.
En el Libro Rojo Jung conversa con el personaje de un indigente que está expuesto a la nieve y el frío como una representación de lo excluido que es necesario integrar para la renovación.
“Un indigente se reúne conmigo y quiere ser admitido en mi alma, por lo tanto, soy muy poco indigente. ¿Dónde estaba mi indigencia mientras no la vivía?.. El indigente estaba lejos y olvidado. La vida se había vuelto difícil y sombría. El invierno no terminaba más y el indigente estaba parado en la nieve y sentía frío. Me uno a él, pues yo lo necesito. Él hace la vida fácil y simple. Conduce a la profundidad, al fondo desde donde veo la altura. Sin la profundidad no tengo la altura. Quizá estoy en la altura, pero precisamente por eso no la percibo. Por eso necesito el estado profundo para mi renovación”
El hielo como medicina
El uso del hielo o el frío con fines medicinales ha sido utilizado de manera tradicional, actualmente se conoce como crioterapia.
El frío ayuda a disminuir el flujo sanguíneo y la actividad metabólica, lo que puede contribuir a reducir una inflamación. También sirve para disminuir la percepción del dolor al ralentizar la velocidad de conducción nerviosa. Ayuda también a bajar la temperatura corporal cuando ello es necesario. Después de un ejercicio intenso, la aplicación de hielo puede ayudar a reducir la inflamación y acelerar el proceso de recuperación muscular.
Los baños fríos medicinales siguen haciendo parte de muchas culturas, se les atribuye beneficiar la circulación sanguínea, la mejora de la salud cardiovascular, la potenciación del sistema inmunitario y una influencia positiva en el estado de ánimo.
En ocasiones se alternan baños calientes y fríos con la intención de promover la emergencia de la fuerza generativa que surge de la alternancia de los principios universales yin y yan que se considera que gobiernan las transformaciones de todo lo manifestado.
En una de las visiones oníricas narradas en el Libro Rojo se describe la capacidad del hielo y el frío para convertir un elemento en una sustancia medicinal.
“En mi patria encontré que, en medio del verano, había sobrevenido desde el espacio un frío tremendo que había helado todo lo viviente. Allí se encontraba un árbol con hojas pero sin frutos, las cuales, por efecto de la helada, se habían transformado en dulces uvas llenas de zumo curativo. Yo recogía las uvas y se las regalaba a una gran multitud que aguardaba”
El hielo, la nieve o el frío en nuestros sueños puede estar funcionando como un elemento de sanación para nuestras heridas o nuestras “hinchazones” psíquicas. Los sueños helados pueden favorecer la transformación de aspectos de la psique en sustancias psíquicas sanadoras que pueden ser “comidas”, asimiladas
El glaciar como síntoma
Los glaciares son grandes masas de hielo que se forman a partir de la acumulación y compactación de nieve a lo largo de muchos años. Estos cuerpos de hielo son sensibles a las variaciones en la temperatura y responden de manera evidente a los cambios climáticos.
La disminución de los glaciares debido a que el proceso de ablación (derretimiento, desprendimiento) supera la acumulación, se ha convertido en un símbolo, en un síntoma, de los efectos del cambio climático y el calentamiento global en el ecosistema.
En contraste de la imagen del hielo como lo que perdura, el hielo también puede ser entonces símbolo de la fragilidad, del dinamismo de nuestras estructuras internas. Una representación de las alteraciones que se producen cuando se pierde la homeostasis, el equilibrio interno.
Los glaciares en nuestros sueños pueden hacer referencia entonces a nuestros síntomas, esto es, a los aspectos en nuestras psique que están alterados, que se han constituido en una expresión de un desequilibrio y que nos están promoviendo, como los glaciares en lo colectivo, un cambio de actitud.
En la psicología junguiana se propone acoger los síntomas como aspectos de nuestra psique que nos interpelan, que tienen algo que decirnos, que aportan un punto de vista que compensa nuestra actitud consciente
El síntoma golpea nuestro espíritu heroico y egoico del querer es poder, de la aspiración a forzar las circunstancias. Abre entonces una grieta, una sensibilidad que nos permite vislumbrar aspectos que hacen parte de frecuencias y umbrales de percepción no habituales.
La nieve como espejo
La nieve refleja los rayos del sol, actuando como un espejo. Los espejos tienen la propiedad de devolvernos nuestra propia imagen, nos permiten ser conscientes de aspectos que podríamos pasar por alto, como el paso del tiempo en nuestro cuerpo.
El reflejo está relacionado con la reflexión, con el autoconocimiento, con la observación de los propios pensamientos, actitudes, sentimientos.
El espejo está relacionado también con la revelación de lo oculto, con la magia. En ocasiones es considerado como una compuerta a la dimensión de la fantasía, de lo inconsciente, de la surrealidad.
Para Chevalier el espejo es considerado como un símbolo sabiduría y conocimiento. El espejo cubierto de polvo alude el espíritu oscurecido por la ignorancia. La nieve manchada en nuestros sueños puede evocar algo similar.
La nieve como albedo alquímico
Jung encontró importantes correspondencias simbólicas en los tratados alquímicos medievales y el proceso de individuación.
Los alquimistas procuraban convertir el plomo en oro, lo cual fue considerado por Jung como una expresión externa de un movimiento psíquico interno, desde la nigredo, la indiferenciación y la confusión primordial, hasta el oro de la totalidad, de la completitud.
En un fragmento de su ensayo Luna, señala “de la oscuridad del inconsciente surge la luz de la iluminación, el albedo…el bien buscado, como la nieve más blanca”
La etapa inicial, denominada nigredo, alude al caos, a la muerte, a la oscuridad, a la confrontación de la sombra, a los aspectos negados y rechazados de la psique. A la nigredo le sucede la albedo, la oscuridad del metal o de lo inconsciente se aviva, se torna plateada o blanqueada y emerge la luz de la consciencia.
La fase de la albedo, del blanqueamiento, también llamado “el escalón de la luna” está simbolizada además de por la nieve por diversos elementos o fenómenos como la ceniza blanca o la tierra, el amanecer, un espejo, la luna; el pavo real multicolor, entre otros.
Desde la perspectiva junguiana se interpreta la fase de la albedo como la disminución de las proyección de los contenidos inconscientes contrasexuales, esto es, del eterno femenino y el eterno masculino (animus-anima) en el mundo externo. Esto se pretende favorecer al interior de la psicoterapia promoviendo el diálogo con lo inconsciente a través del trabajo con los sueños, de la imaginación activa, de la amplificación.
El frío y el hielo como la muerte: solve et coagula
Los glaciares transitan por procesos de transformación, de regeneración. A lo largo de los años van acumulando nieve que se condensa y que va formando enormes masas de hielo. Paralelamente van sufriendo de un proceso descomposición, de fragmentación, de desprendimiento de bloques de hielo que caen en el agua y se van diluyendo.
La acumulación de hielo y su fragmentación evoca el lema de la tradición alquímica “solve et coagula”, que significa disolver y reunir, descomposición y síntesis.
Desde la perspectiva junguiana se plantea que los procesos de disolución y síntesis, de muerte y renacimiento son tránsitos inherentes al proceso de desarrollo de la conciencia.. Para Jung “la muerte es tan importante como el nacimiento y, como éste, un elemento integrante de la vida”.
En el Libro Rojo en variadas ocasiones se establece una relación simbólica entre el frío y la muerte.
“Vagué hacia el Norte y encontré la muerte fría por la que muere todo el mundo.. Me encontré con el frío colosal que lo congeló todo, me encontré con la inundación, el mar de sangre, y encontré mi árbol estéril..Necesitamos el frío de la muerte para ver claramente. La vida quiere vivir y morir, comenzar y terminar. No estás obligado a vivir eternamente, sino que también puedes morir, pues hay una voluntad en ti para ambas cosas. La vida y la muerte tienen que mantener la balanza en tu existencia”
En otro apartado Jung interactúa con un personaje que representa La Muerte y establece el siguiente diálogo.
– “Extraño, bien puedes quedarte conmigo si no sientes frío. Ya lo ves, soy frío y nunca me latió un corazón aún”.
“Lo sé, tú eres el hielo y el fin, eres la fría tranquilidad de la piedra, eres la nieve más alta de las montañas y la extrema helada del espacio vacío. Tengo que sentir esto y por eso debo quedarme cerca tuyo”
Desde la perspectiva junguiana se plantea que el proceso de maduración de la personalidad implica transitar por una serie de muerte simbólicas que nos permite desprendernos de las actitudes, puntos de vistas y creencias que resultan insuficientes para acoger las condiciones vitales novedosas que van emergiendo a lo largo de la vida.
“Los hombres de hoy necesitan una gran porción de muerte, pues demasiadas cosas incorrectas viven en ellos, y demasiadas cosas correctas murieron en ellos. Correcto es lo que mantiene el equilibrio, incorrecto lo que perturba el equilibrio. Más, una vez alcanzado el equilibrio, entonces es incorrecto aquello que mantiene el equilibrio y correcto lo que lo perturba. El equilibrio es vida y muerte a la vez. A la completitud de la vida le pertenece el equilibrio con la muerte. Si acepto la muerte, entonces enverdece mi árbol, pues la muerte incrementa la vida. Si me sumerjo en la muerte que abarca al mundo, entonces se abren mis capullos. ¡Cuánto necesita la muerte en nuestra vida!”
La consciencia de muerte nos permite restarle importancia a lo superfluo, a lo insustancial, brindando mayor relevancia a lo profundo, a lo verdaderamente significativo
“la alegría por las cosas más pequeñas recién te llega cuando has aceptado la muerte. Pero si miras ávidamente todo aquello que aún podrías vivir, entonces nada es lo suficientemente grande para tu gozo y las cosas más pequeñas que permanentemente te rodean ya no te resultan una alegría. Por eso reflexiono sobre la muerte, pues ella me enseña a vivir”
Se plantea la muerte como una maestra, como una compañera y aliada que promueve la maduración de la personalidad y ayudar a darle un sentido más profundo a la existencia.
“Cuando acoges la muerte en ti, entonces es ciertamente como una noche escarchada y un inquietante presentimiento, más es una noche escarchada en un viñedo lleno de uvas dulces. Pronto te alegrarás de tu riqueza.La muerte madura. Se necesita la muerte para poder cosechar frutos. Sin la muerte la vida no tendría sentido, pues lo longevo se vuelve anular a sí mismo y niega su propio sentido. Para ser y para disfrutar de tu ser necesitas la muerte y la limitación hace que puedas cumplir tu ser”
La nieve como lo caído del cielo
La nieve, como la lluvia o el rayo, cae del cielo, del espacio celeste que evoca lo infinito, lo eterno, lo divino. La nieve funciona entonces de puente entre el cielo y la tierra, de conector entre lo divino y lo humano.
La nieve puede aludir a la ayuda sobrenatural que recibe el héroe mitológico en cierta parte de la travesía, representando la «gracia» con la que es bendecido. Puede también simbolizar la inspiración del «Espíritu Santo» en situaciones que trascienden los conocimientos conscientes. Asimismo, la nieve puede ser vista como la revelación que surge tras atravesar un hecho desafortunado o como el castigo divino que desciende del cielo en respuesta a la hybris, a la soberbia de querer sobrepasar los límites de lo humano.
Lo caído del cielo puede aludir también a las sincronicidades, esto es, a las situaciones desconcertantes en las que el ámbito de lo arquetípico, de lo misterioso hace presencia en nuestra vida. Esos momentos llenos de significado que para Jung “hielan la sangre con una extrañeza que surge de profundidades eternas”
El blanco de la nieve, señala Chevalier, es el color de la teofanía, de la aureola que permanece alrededor de todos aquellos que han entrado en contacto con lo divino.
El hielo como expresión pétrea de lo numinoso
En el artículo “La psicología de la meditación oriental” Jung analizó una práctica de meditación a partir de un texto escrito en el año 424 DC perteneciente a la tradición budista. En el texto citado por Jung se propone una meditación sobre el sol poniente, que luego conduce a una breve contemplación del agua y luego a una meditación del hielo.
“Cuando hayas visto así el agua, debes formar la percepción del hielo. Así como ves el hielo brillante y transparente, así debes imaginar la apariencia del lapislázuli”
Jung interpreta dicha meditación como un movimiento de concreción de la imagen de lo numinoso
“por medio de este procedimiento, la luz inmaterial de la imagen del Sol es transformada en la materia del agua, y esta, finalmente, en la sólida sustancialidad del hielo…El hielo, el cual es por naturaleza de color azulado, se transforma ahora en el azul lapislazuli, una creación firme y pétrea, la cual se convierte a su vez en un suelo también transparentey luminoso. Con este suelo ha conseguido crearse un fundamento inmutable y, en cierto modo, absolutamente real”
El hielo azulado se torna entonces símbolo y expresión del Sí Mismo, de lo inmutable, de lo eterno, de la piedra filosofal, del inicio y fin de la obra, del Tao.
Para Jung “La piedra simboliza algo permanente que nunca puede perderse ni disolverse, algo eterno que algunos han comparado con la experiencia mística de Dios dentro de la propia alma”
El azul infinito de los glaciares: sed de lo eterno
Las cautivantes tonalidades de azul que presentan los glaciales y los témpanos que se les desprenden es uno de sus aspectos que los hace resultar más fascinantes.
Para Kandinsky el azul «es a la vez un movimiento de alejamiento del hombre y un movimiento dirigido únicamente hacia su propio centro que, sin embargo, atrae al hombre hacia lo infinito y despierta en él deseo de pureza y sed de lo sobrenatural»
Se le atribuye a los entornos azules la capacidad de apaciguar, de transmitir calma, de sugerir limpieza. En el antiguo Egipto el azul era considerado el color de la verdad.
Para Chevalier, el azul y el blanco expresan el desapego de los valores terrenales. Lo blanco y lo azul alude a lo que no ha acabado de materializarse, aquello que no pertenece del todo a este mundo; como el azul y el blanco de los vestidos marianos.
Para la psicología junguiana es inherente a la psique una anhelo de trascendencia, de espiritualidad. La vida se concibe como el despliegue paulatino del Sí Mismo, del aspecto individual de la totalidad, de lo absoluto, del Uno inefable.
Jung planteó que el principal interés de su propuesta psicoterapéutica no estaba enfocada al tratamiento de las neurosis sino al acercamiento de lo numinoso, de lo sagrado, lo que consideraba la verdadera terapia ya que en la medida en que se alcanzan experiencias numinosas, el individuo es “liberado de la maldición de la patología. Incluso la enfermedad misma adquiere un carácter numinoso”
La montaña nevada como desafío: anhelo de totalidad
En los mitos e historias, se destaca un elemento o circunstancia que despierta un anhelo profundo en el personaje heroico: ya sea el Santo Grial o un tesoro escondido, la tierra prometida, la piedra filosofal, el amor verdadero.
Desde una perspectiva psicológica, este anhelo representa la búsqueda intrínseca de significado, sentido e identidad que necesita ir siendo actualizado a lo largo de la vida. Las prioridades, valores y sentidos que fueron referentes en nuestra adolescencia, por ejemplo, no son los mismos que cuando entramos en la vida adulta.
La montaña nevada puede ser un símbolo del anhelo de superación, del tesoro difícil de alcanzar que representa la meta del proceso de individuación , de la realización psíquica.
Varios aspectos a los que aluden la nieve y el frío son intensificados en la imagen de la montaña nevada.
La montaña es un símbolo de elevación y ascenso, tanto físico como espiritual. Escalar una montaña puede representar superar desafíos y alcanzar nuevas alturas, ya sea en términos de conocimiento, conciencia o logros personales.
En muchas culturas, las montañas se consideran el centro cósmico, un punto de conexión entre la tierra y el cielo. Pueden ser lugares sagrados asociados con la divinidad o la trascendencia espiritual.
La cima de la montaña a menudo es vista como un lugar inaccesible y aislado. Esto puede simbolizar la soledad del asceta o del individuo que busca la verdad o la iluminación.
A pesar de la constante variabilidad en la vida, las montañas suelen percibirse como sólidas e inmutables. Esto puede simbolizar la estabilidad y la permanencia en medio del cambio.
Muchos místicos y buscadores espirituales se retiran a las montañas para buscar la contemplación y la reflexión. La soledad de las alturas puede representar un lugar propicio para la introspección y la búsqueda interior.
Para Jung todo viaje, y la vida misma puede ser considerada como una peregrinación, una búsqueda para la redención y reencuentro con la propia alma, y con el alma del mundo, en el Libro Rojo escribe
“ Qué maravilloso fue mi viaje! ¿Con qué palabras he de describirte los entreverados senderos por los cuales una buena estrella me guió hacia ti? Dame tu mano, mi alma casi olvidada. Cuán cálida la alegría de volverte a ver, a ti, alma largamente negada. La vida me ha llevado nuevamente hacia ti. Queremos agradecerle a la vida que he vivido, agradecerle todas las horas alegres y todas las horas tristes, agradecerle la alegría y el dolor. Alma mía, contigo ha de continuar mi viaje. Contigo quiero andar y ascender a mi soledad”
Psicólogo Clínico – Psicoterapeuta Junguiano
Referencias Bibliográficas
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Norton, Sarah (2019) Arctic Imaginings: Chasing Ice Through C. G. Jung’s Liber Novus Into the 21st Century -Pacifica Graduate Institute